Nº 2108 - 28 de Enero al 3 de Febrero de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEste relato tiene por intención demostrar cuántas circunstancias, inicialmente no relacionadas, terminan construyendo la historia de un gran tango clásico.
Analice usted, lector, si este es un buen ejemplo.
A inicios de 1910 llegó a Buenos Aires, con 17 años y sólida formación académica, el italiano Mario Battistella, nacido en Verona. Pronto se convirtió, en Argentina, en un poeta, periodista y libretista apreciado y conoció a Gardel, para quien compuso las letras de Melodía de arrabal —en colaboración con Lepera—, Me da pena confesarlo y Al pie de la Santa Cruz entre los años 1932 y 1933.
En 1938 revistaba en la orquesta de Francisco Canaro, con 20 años de edad y una cátedra de la Primera Academia de Interpretación Musical, el pianista Mariano Martínez, a quien, tal vez por su imagen ingenua y su contagiosa alegría, llamaban siempre, incluso en las presentaciones más importantes en radios o teatros, simplemente “Marianito”. Ya ennoviado con la que sería mujer de toda su vida, Myrna Moragues, la que se hacía llamar “Mores” cuando cantaba a dúo con su hermana Margot —ambas alumnas suyas—, decidió, con su anuencia, adoptar el mismo apellido artístico.
Recién entonces surge a la consideración pública Mariano Mores.
Battistella y Mores se conocieron precisamente en 1938, trabajando en un estudio radial. Mariano, quien hizo rápida amistad con el poeta emigrante, 25 años mayor que él, le hizo escuchar un arreglo que le había pedido Canaro para La cumparsita.
—Pero esto no es un arreglo —le dijo, enfático, el letrista—, esto es un tangazo con vida propia. Estás loco si lo vas a desaprovechar en un arreglo.
Mores aceptó, compuso el que sería su primer tango, Cuartito azul, y Battistella le añadió unos versos muy emotivos, imaginativos, de fuerte lirismo, que muchos historiadores han sostenido que sirvieron después de inspiración melódica para que el pianista creara Uno, con Discépolo, en 1943.
¿Cómo logró Battistella aprovechar en la letra detalles que eran íntimos de Mores? Porque este le relató una experiencia que lo marcó para siempre:
—Encontré una casa muy linda, cerca de donde vivía la familia de la que todavía era mi novia: la calle Terrada al 2410, en Villa del Parque. Dos piezas, comedor, baño, patio y arriba la terraza y un cuartito donde decidí guardar mis cosas. No sé por qué pinté las paredes de azul, con cal mezclada con un producto que se usaba para lavar la ropa. Se descascaraba cada 15 días, pero yo, con paciencia, volvía a pintarlo igual. Todavía no me había casado y me mudé con mi madre y mis hermanos. Todo eso, hasta mi niñez en San Telmo, le conté a Mario, que fue como un padre para mí.
Cuartito azul, un clásico de todos los tiempos, fue estrenado en radio Belgrano por Ignacio Corsini en marzo de 1939. Poco más tarde lo llevaron al disco Francisco Canaro con Francisco Amor —y, claro, Marianito al piano— y Osvaldo Fresedo con la voz de Ricardo Ruiz. Fue un éxito inmediato. Al respecto, escribió Irene Amuchástegui:
—Es curioso hasta qué punto la repercusión de Cuartito azul volvió realidad la historia narrada, una fantasía que sin embargo partía de la realidad.
El tango le dio a Mores “gloria y honor” y lo transformó de “muchachito” en “señor”. Empero, no se mudó, ya casado, enseguida. Alcanzó a componer en esa casa de la calle Terrada nada menos que A quién le puede importar, con Cadícamo, y En esta tarde gris, con José María Contursi.
Algo más: exactamente a diez años del estreno de su primera y destacada obra, Mores dejó, contra los deseos del director, la orquesta de Canaro. Breve tiempo más tarde formó la primera de las tantas agrupaciones que tuvo. Su creación iniciática sigue siendo grabada aún, e incluso en otros ritmos, y figura en el repertorio de los mejores intérpretes de distintas épocas.
—Cuartito azul, dulce morada de mi vida, / fiel testigo de mi tierna juventud, / llegó la hora de la triste despedida, / ya lo ves, todo en el mundo es inquietud… / Ya no soy más aquel muchacho oscuro, / todo un señor desde esta tarde soy; / sin embargo, cuartito, te lo juro, / nunca estuve tan triste como hoy (…) Quizás tendré, para enorgullecerme, / gloria y honor como nadie alcanzó, / pero nada podrá ya parecerme / tan lindo y tan sincero como vos…
¡Las veces que habrá agradecido Mariano a Battistella su radical impulso para que convirtiera un simple arreglo en este tango!