Cuestión de honor

Cuestión de honor

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2089 - 17 al 23 de Setiembre de 2020

“Enciende la lumbre. Vamos a meter las manos; tú, por tu hijo; yo, por mi cuerpo” (Bodas de sangre, Federico García Lorca).

Amira, una joven musulmana, espera su turno para la consulta en una clínica exclusiva. Sabe de antemano que tendrá que pagar más de 2.500 dólares por la cirugía que pretende hacerse. Fátima, sentada en el sillón de enfrente, espera por el certificado que necesita para celebrar su matrimonio. La intervención de Amira consistirá en la “reparación” de su himen, y Fátima aguarda el examen que acredite su virginidad. El centro médico de lujo no se encuentra en Abu Dabi ni en Rabat, tampoco en Amman, está en un barrio de París.

Las pruebas de la virginidad femenina son todavía una costumbre en varias religiones y en más de 20 países si nos atenemos a la Organización Mundial de la Salud (OMS), y tanto las razones para practicarlas como los métodos de constatación difieren de una sociedad a la otra. Pero tienen algo en común: el control que pretenden ejercer sobre las mujeres.

En las familias más conservadoras de la Europa meridional no era raro celebrar la doncellez de la novia en su noche de bodas, y las familias exhibían las sábanas ensangrentadas. En el Cáucaso todavía se mantiene el rito. “Es por eso que las noches de bodas están envueltas en misterio, ¿qué mostrarán las sábanas por la mañana?”, dice Shakhla Ismail, que estudia los derechos de las mujeres en Azerbaiyán. Tradiciones similares se pueden ver en Armenia, Georgia y en otras repúblicas del Cáucaso, así como entre los gitanos de Rumania y de España. Si no se produce el sangrado, la mujer puede caer en el ostracismo y ser devuelta a sus padres por estar “defectuosa”, un ritual de humillación que, aunque va cayendo en desuso en la región, todavía sigue vigente en zonas campesinas y alejadas de las ciudades.

La mejor solución para evitar tan incómodo trance parecería ser la del “certificado de virginidad”. Por supuesto, antes habrá que superar el examen correspondiente, que para las ciudadanas francesas o canadienses u holandesas será con un médico, y para las de Malí será ante las mujeres más viejas del pueblo. Ellas comprobarán si el virgo de la casadera está intacto a través de una inspección, obviamente invasiva y dolorosa, que implicará la inserción de dos dedos en la vagina. Esta práctica fue descrita en un informe publicado en 2014 por la organización Human Rights Watch como “una forma de violencia de género y discriminación inhumana contra las mujeres y una violación flagrante de los derechos humanos”, y está generalizada en Medio Oriente y el norte de África, aunque también se practica en algunos países de Europa.

“Abrimos los labios genitales menores y se le dice a la chica que tosa. En la primera relación sexual el himen siempre se rompe entre las siete y las nueve de las agujas del reloj. Por lo tanto, es fácil saber si la joven era virgen o no”. La doctora Siddiqa describe cómo se llevan a cabo las pruebas de virginidad en los hospitales públicos de Kabul y, según parece, para ella es fácil determinar si una joven era virgen o no viendo el tipo de desgarro en la membrana. Las jóvenes en Afganistán están obligadas a someterse a este tipo de exámenes si fueron violadas, o si se ausentaron de casa sin el permiso de su familia o si en la noche de bodas no sangraron. No es un dato menor el hecho de que en Afganistán las relaciones sexuales fuera del matrimonio pueden ser penadas hasta con 15 años de cárcel y que del examen puede depender de que una chica acabe o no entre rejas.

La OMS con el apoyo de la Oficina de Derechos Humanos de Naciones Unidas (ONU) y de ONU Mujeres emprendió una campaña para luchar contra las pruebas de virginidad por considerarlas “humillantes, dolorosas, traumáticas” y sin ningún valor científico. “Es una práctica bárbara y degradante. Una discriminación sexista, al considerar el himen el símbolo de la virginidad de las mujeres”, denuncia Ibtissam Lachgar, psicóloga y portavoz del Movimiento Alternativo por las Libertades Individuales (MALI) de Marruecos. Esta organización ha lanzado la campaña “Mi vulva me pertenece. Mi vulva es mía” contra el test de virginidad.

Y para quienes no estén dispuestas a la lucha hoy se presentan caminos más confortables que la disidencia o la rebelión: uno es el procedimiento quirúrgico de reconstrucción, que ya mencionamos, y otro es el himen artificial o virgin maker. Sí, una verdadera novedad viene en auxilio de la mujer en lo que a virginidad se refiere, y a precios accesibles porque es made in China, país donde también es muy apreciada la virtud femenina a la hora de contraer nupcias. Consiste en una bolsita de colágeno rellena de colorante rojo que al tacto parece una membrana y que, sometida a una determinada presión, libera un líquido que simula sangre. Puede adquirirse en Amazon a un precio de entre US$ 18 y US$ 20, y hay ofertas especiales con la adquisición de 2 piezas.

Test de pureza, o himenoplastia quirúrgica o cápsula de sangre en la vagina son procedimientos que quizá parezcan hipócritas o paradojales, hasta graciosos, pero el honor o la representación del honor de las mujeres puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte de aquellas que viven a caballo entre la sociedad moderna y una costumbre arraigada de siglos. Porque puede que estemos en el siglo XXI, puede que la mujer haya entrado en un ciclo de liberación, pero en ciertas culturas la virginidad sigue siendo una cuestión que preocupa. Y mientras que en la mayoría de las sociedades occidentales el mandato que liga la honra del sexo femenino a la sexualidad ha dejado de operar como mecanismo de control del cuerpo de las mujeres, esa vieja y violenta tradición sigue siendo utilizada por media humanidad para discriminarlas y someterlas.