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    Cuidarnos, sí, pero de nosotros mismos

    N° 1881 - 24 al 30 de Agosto de 2016

    La semana pasada, en la presentación que realizó en el marco de las Jornadas Anuales de Economía del Banco Central del Uruguay, el presidente del Banco Central de Argentina, Federico Sturzenegger, señaló que luego de un período proteccionista y de aislamiento, su país busca salir a los mercados internacionales de bienes y de capitales con productos que muchas veces compiten en forma directa con la oferta uruguaya. De manera gráfica, y desatando la risa del auditorio que lo escuchaba atentamente, dijo: “Cuídense en Uruguay, porque volvimos a la carga”.

    Ciertamente que una Argentina que potencie su oferta exportable de alimentos puede generar alguna complicación a corto y mediano plazo para los productores locales, especialmente si por su tamaño y por su eficiencia productiva genera en el margen bajas en los precios de venta en el mercado internacional. Pero no menos cierto es que dado nuestro tamaño relativo, Uruguay no debería tener ningún problema para colocar todo lo que pueda producir de carne, lácteos, cereales y alimentos en general.

    El problema es, entonces, que pueda producir a costos que permitan competir en los mercados internacionales. Ahí el problema es totalmente nuestro. En cualquier mercado, tarde o temprano los productores eficientes y con menores costos terminan desplazando a los productores ineficientes y caros.

    De lo que nos tenemos que cuidar es de mantener una adecuada presión tributaria global y, sobre todo, de que la ejecución del gasto público sea eficaz y eficiente; de que podamos ofrecerles a los productores locales energía, combustibles y comunicaciones a tarifas que sean lógicas y no infladas para cubrir agujeros fiscales; de que la infraestructura de transporte (puertos, carreteras, ferrocarril, aeropuertos, etc.) sea adecuada en cuanto a calidad y cantidad y competitiva en precios; de que apuntemos a lograr una mayor inserción internacional con más mercados y bloques económicos para reducir y/o eliminar el costo de los aranceles de importación en los países a los que exportamos; de mejorar la capacitación de la mano de obra —y sobre todo la productividad de la misma y los hábitos de trabajo—; de reformar radicalmente la educación para volver a crear el capital humano adecuado y necesario para el mundo actual; de cambiar la actual “lucha de clases” que parece dominar las actuales relaciones laborales por la cooperación que resulta imprescindible para sobrevivir en un mundo cada vez más complicado; de aplicar políticas macroeconómicas consistentes que no generen apreciaciones indebidas de la moneda local y permitan bajar de manera más o menos permanente la tasa de inflación.

    No tenemos que cuidarnos de Argentina, como tampoco tenemos que cuidarnos de Brasil o de ningún otro país. Cuanto mejor les vaya a los vecinos y más ricos estos sean, tanto mejor para nosotros. Lo mismo aplica para el mundo que para un país de la dimensión económica de Uruguay, que brinda oportunidades que son infinitas.

    Claro está que para aprovechar las oportunidades que puede ofrecer tanto el mundo como la región, hay que prepararse, y esa preparación tiene costos a corto plazo que habrá que aceptar.

    De lo único que tenemos que cuidarnos en lo inmediato de Argentina es del fenomenal proceso de “atraso cambiario” que está generando por la combinación de una política monetaria fuertemente contractiva junto con un elevado déficit fiscal, en el contexto de abundancia de financiamiento externo. Algo parecido, aunque en menor medida, está ocurriendo en Brasil. Tanto la teoría como la experiencia indican que estos procesos terminan muy mal, y que la “alegría” que generan en el corto plazo termina en crisis más o menos profundas, cuando el nivel de precios doméstico en dólares sube tanto que deja a toda la economía sin capacidad de poder producir nada.