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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn estos días, leyendo un libro de conversaciones entre el Dr. Julio María Sanguinetti y el Sr. José Mujica, me topé con un pasaje sobre las reflexiones que ambos hacen acerca del poder de la presidencia y su experiencia en él.
JMS: “Yo suelo decir y algunos me critican por ello, que cuando uno está en el gobierno es tanto más importante que lo que hace aquello que evita. Lo que no hace”.
JM: “Yo he dicho que, para el presidente, habría que elegir un comandante de bomberos, porque en realidad la función más importante es apagar incendios”.
JMS: “Es así… Es más importante lo que uno… está evitando… que lo que puede realmente hacer”.
Reflexiones similares recuerdo haber oído del Dr. Lacalle Herrera y de Jorge Batlle, y más cerca en el tiempo, el actual presidente parece compartir esa visión, humilde, de la realidad del poder gubernamental, cuando dice que su meta es que los uruguayos sean más libres. No es poca cosa, pero tampoco algo tan ambicioso.
En realidad, es supersensato lo que dicen estos señores y conlleva la fuerza de una experiencia personal, en tiempos distintos, con ópticas y realidades diferentes, tanto personales como políticas.
Ahora, pienso: si esto nos parece bien —y creo que no estoy solo en el parecer—, ¿por qué pretendemos que estos señores, cuando son candidatos, nos prometan frondosos programas de gobierno que ofrezcan soluciones para decenas de cosas, desde la seguridad, la salud, la educación, el déficit fiscal, la inflación y hasta el cordón-cuneta?
Cuando uno de ellos gana, enseguida nos ponemos a marcarle el tanto, recordando lo que prometieron y contraponiéndolo a lo que está ocurriendo, que siempre es mucho menos.
En esa actitud nuestra, enseguida salimos a decir que “los políticos son todos iguales…, prometen, prometen y después no cumplen”.
Pero si somos los mismos que aprobamos las reflexiones realistas y sobrias de quienes han vivido o viven la realidad del poder (plagado de no poderes), ¿por qué seguimos pretendiendo y hasta exigiendo promesas? Pensándolo bien, es absurdo de nuestra parte y también de quienes se candidatean y luego llegan a presidentes, con sus promesas a cuestas.
Pero además de absurdo —y tener siempre presente que ambas partes somos actores del absurdo— este juego de realidades es también algo nocivo: la democracia se ha desgastado y está en crisis por no poder mantenerse a rueda de las exigencias de la gente. Nosotros somos esa “gente”.
Los políticos prometen y después no cumplen, sabiendo de antemano que no podrán cumplir.
Nosotros exigimos planes de gobierno, plagados de promesas, sabiendo que no se podrán cumplir. Cuando eso ocurre, pateamos, pero después, cuando nos reconocen los límites del poder, nos parece honesto y sensato.
Como resultado de esa comedia de enredos, la democracia se desgasta y desfibra. ¿No habrá llegado el momento en que los políticos dejen de prometer y que nosotros les exijamos que no prometan otra cosa que la mayor dedicación y los mejores esfuerzos? Que no es poca cosa. La honestidad intelectual es tan importante para la democracia como la honestidad moral.
Ignacio De Posadas