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    De la ópera al tango

    Nº 2144 - 14 al 20 de Octubre de 2021

    Hay vidas con tantas peripecias que se convierten en leyenda y —cual una excentricidad del destino— caen al final en un olvido de difícil explicación.

    Luis Díaz Espejo, hijo de un matrimonio español, nació en Paysandú en febrero de 1893. Siendo un niño de pocos años sus padres, tras afrontar severos aprietos económicos, se radicaron en Buenos Aires a la búsqueda de mejores oportunidades. Fue allí que descubrieron el interés de su hijo por la música, especialmente la clásica. Al llegar la adolescencia, Luis ya cantaba con un registro fresco y afinado que le llevó, con el entusiasmo de sus progenitores, a las clases del profesor de solfeo Juan Gutiérrez. Pero cuando un colega de este, Ildefonso De Goya, lo oyó, dijo que era “un extraordinario proyecto de tenor dramático” y lo tomó como su alumno.

    A los 19 años, integrando una compañía lírica argentina de gira por nuestro país, debutó en el Teatro Progreso de su ciudad natal con la ópera Carmen, de Bizet, presentación que fue para él un resonante éxito.

    Pero en Luis Díaz, siempre inquieto, audaz y decidido a mejorar su suerte material, ya habían surgido otras inquietudes. Aprovechando las cualidades de su voz se convirtió en locutor de la porteña Radio Cultura, una actividad entonces bien remunerada, mientras sus oídos atentos se iban enamorando de la música de tango, que se abrió paso entre sus gustos más placenteros e incorporó a los proyectos ya en marcha.

    La historia documenta que Díaz fue el caso más elocuente, emblemático, de la expansión de los llamados estribillistas —intérpretes que en las orquestas de tango solo cantaban un par de frases de la letra de cada tema—, que en el período entre 1929 y 1935 convivieron con el cantor nacional, denominación que alcanzó a quienes en su repertorio también integraban obras de origen criollo, campero, caso de milongas, vidalitas, estilos y rancheras. El sanducero de dos patrias grabó en casi todas las orquestas de la época aludida, incluyendo la típica del sello Víctor, la de Francisco Canaro, con la que estrenó su primer estribillo del tango Angustia de Horacio Pettorossi, la de Julio De Caro y hasta la de jazz dirigida por Sam Liberman, intercalando actuaciones a dúo con Alberto Gómez para una breve lista de temas similares a los cantados antes por Carlos Gardel y José Razzano.

    Está probado, además, que durante un tiempo convivieron en el Río de la Plata el estribillista, el cantor nacional y el cantor de orquesta que, ya a mediados de la década de 1930, desplazó al primero. Todas las orquestas impusieron al vocalista que cantaba la letra completa, aunque se asegura que el pionero fue Juan D’Arienzo con Alberto Echagüe interpretando el tango Indiferencia, de Rodolfo Biaggi y Juan Carlos Thorry. Lo cierto es que Luis Díaz se convirtió en cantor de orquesta, pasó por varias de las más renombradas hasta crear su propia agrupación, aunque merecen destaque sus actuaciones en Uruguay: en 1937 en Radio Carve, acompañado por guitarras, al año siguiente en el Parque Hotel con Julio De Caro y, con el mismo respaldo orquestal, más la Alabama Jazz de Eddie Kay, en febrero de 1939 en el Club Sporting.

    No es todo, lector.

    También cantó en teatros y en cines. Los memoriosos recordarán su aparición en Los tres berretines, segunda película sonora argentina, con música de tango compuesta por Enrique Delfino y agregados de temas de Duke Ellington, estrenada una semana después de Tango, en 1933; en ella, junto con un “loco suelto” que personifica Luis Sandrini —quien alcanza el estrellato a partir de este filme—, canta Araca la cana respaldado por un trío en el que el bandoneón descansa en las rodillas de un muy joven Aníbal Troilo; luego actúa en Galería de esperanzas y Poncho blanco, junto con Luisa Vehil.

    Su pasión por el tango y sus deseos de progreso lo convirtieron, finalmente, en letrista; le pertenecen los versos de los tangos Tierra querida, Cote D’Azur, Narciso negro, Yo quiero casarme y El barrio murmura, el vals Ilusión de Pierrot y las rancheras Quedan tuitos invitaos y Ya se ha marcado la hacienda, entre otras canciones.

    Dejó escrito Horacio Loriente:

    —Luis Díaz fue un artista completo, que debe figurar en un escenario de trascendencia. Se retiró en la plenitud de sus condiciones, en 1940, falleciendo en Buenos Aires en abril de 1978, tristemente olvidado.