Nº 2216 - 9 al 15 de Marzo de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDesde hace ya muchos años, las mejores empresas vienen cambiando sus métodos de selección de personal, poniendo más énfasis en el conocimiento “real” y la experiencia práctica de los candidatos que en los títulos académicos que exhiban.
El 8 de diciembre de 2016 escribí en Búsqueda la siguiente columna: “¿Diplomas o neuronas? That is the question”, donde comentaba que “el jefe de RRHH de Google, Lazlo Bock, es tajante: ‘El expediente académico no sirve para nada[i]’. Y parece que cada vez tiene más razón.
Lo que dice Bock no es que la educación no sirva (de hecho, Google pide títulos de PhD y 15 años de experiencia para contratar puestos clave [ii]), sino que no es una condición absoluta para acreditar la capacidad del individuo de ejercer un cargo con solvencia.
Leí hace poco en el diario El País de Madrid [iii] una entrevista a David Roberts, un especialista en tecnologías disruptivas y profesor en Singularity University, quien prevé que ‘el 50% de las Universidades del mundo van a desaparecer’.
Y esto es así porque el modelo de ‘acreditación’ de conocimientos que hace una universidad con el control del Estado, ‘ya no tiene sentido porque en los cinco años que suelen durar los grados, los conocimientos se quedan obsoletos. Nosotros no ofrecemos grados ni créditos porque el contenido que enseñamos cambia cada año’.
En Singularity University no entregan diplomas (¡Pobre papá y mamá que no podrán sacarse la foto con el título del nene!). ‘Nosotros vamos más allá. Ofrecemos una experiencia que cambia tu mentalidad, que transforma a la gente y cuando se marchan no vuelven a ser los mismos’.
Dice Lazlo Bock: ‘Las razones que han llevado a Google a dejar de valorar el expediente académico como criterio de contratación tienen que ver con la desconexión existente entre lo que se enseña en la universidad y el trabajo que se realiza en la compañía’.
‘Después de dos o tres años’, asegura Bock, ‘tu habilidad para desempeñar tareas en Google no tiene ninguna relación con lo bueno que eras en la escuela, porque las habilidades que se piden en la universidad son muy diferentes’”. Hasta aquí la columna escrita hace más de seis años.
A pesar de esta contundente tendencia, muchos de nuestros políticos (mayoritariamente los frenteamplistas) se empeñan en mentir, agrandar o tergiversar títulos universitarios que no tienen, y si los tienen, pretender hacerlos pasar por algo mucho mejor de lo que son.
El caso más patético fue el de Raúl Sendic, quien arguyó un diploma en genética humana salvado con medalla de oro en Cuba, cuando la propia Universidad de La Habana dijo que ese título no existía en su oferta académica (era apenas un cursito de algunas semanas o meses). Por otro lado, el caso más leve fue el del exministro Adrián Peña, quien habiendo salvado todas las materias de su licenciatura en Administración de Empresas, omitió un trámite formal, pero igual firmaba como titulado.
Más allá de las formas (que siempre importan y más cuando se maneja la “cosa pública”), la sustancia está en los contenidos. ¿Qué sabía Sendic de gestión empresarial para haber ocupado nada menos que la presidencia de Ancap y el Ministerio de Industria? ¿Qué se puede acordar Adrián Peña de materias que rindió hace 20 años?
Lamentablemente a Juan Pueblo estos asuntos poco le importan. Sendic tuvo que renunciar, no por fundir Ancap (a la que hubo que capitalizar en 800 millones de dólares), sino porque se compró un colchón y dos trajes de baño con la tarjeta corporativa. De exigirles a nuestros políticos metas, objetivos y resultados, mejor ni hablemos.
Bien diferente funciona esto en Nueva Zelanda. Desde el año 1988 (¡35 años!) cuentan con una ley que determina cómo elegir a los jerarcas públicos, y lo hacen con empresas privadas de selección de personal, quienes califican a los candidatos por su currículum y también por el plan de trabajo que proponen. Luego, son evaluados por los resultados tangibles obtenidos y también por sus competencias actitudinales y a partir de tal evaluación reciben bonos, les renuevan el contrato o los despiden.
Cada vez que hablo de compararnos con Nueva Zelanda, la mayoría de los mediocres yoruguas (de absolutamente todas las tiendas políticas y de todos los estratos socioeconómicos y culturales) dicen que es imposible. Qué “ellos” son sajones, que son “culturas” diferentes y que hasta su ubicación geográfica los hace distintos.
¡Pamplinas! Aceptar estos argumentos es condenarnos al fracaso por los siglos de los siglos. Es aceptar que tenemos un determinismo genético (como nuestros genes son españoles, italianos o franceses, estamos condenados a ser burócratas, desprolijos y dicharacheros). O que estamos condenados a un determinismo social, donde si en mi entorno de familiares, amigos o vecinos predominan los ladrones, entonces yo no tengo otra opción que ser un ladrón, y mis hijos y mis nietos seguirán igual destino. Lamentable verse así al espejo
Por último, no podemos dejar de mencionar que en esto de los títulos truchos hay gradientes y todos perdieron el examen ante la ciudadanía, unos con 0/100 y otros con 69/100 (siendo 70 el mínimo de aprobación).
Perdieron los directamente involucrados y también perdieron las universidades que expiden o controlan tales títulos. Lo hizo la Udelar en el caso de Olesker y la Católica en el caso de Peña. Demoraron muchísimo en aclarar ambas situaciones, lo que no solo afecta a sus alumnos o graduados, sino también a la institucionalidad del sistema académico.
Pero no nos dejemos llevar por las formas, pongamos la prioridad en los contenidos. Elijamos políticos, jerarcas y funcionarios con las cualidades necesarias para gestionar, evaluemos objetivamente sus desempeños y repartamos premios y castigos a partir de méritos y resultados. Esto nos hará mejores. Esto nos hará crecer en serio. Basta de hojarasca.
[iii] http://economia.elpais.com/economia/2016/10/23/actualidad/1477251453_527153.html