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    Diez años escribiendo en Búsqueda

    Nº 2160 - 3 al 9 de Febrero de 2022

    En un cálido enero del año 2012, recibo la invitación de Claudio Paolillo a tomar un café en Búsqueda. Claudio venía leyendo mi blog y luego de charlar sobre lo importante que sería la existencia de un think tank liberal en Uruguay, me invita a escribir una columna en la sección Empresas y Negocios. Hoy se cumplen 10 años desde que se publicó mi primera columna que se tituló: “¿Por qué tienen más los que tienen más?”.

    Desde este espacio he procurado resaltar las virtudes del comerciante y del emprendedor como factótum de una sociedad próspera, asumiendo riesgos y tomando iniciativas para llevar al mercado productos de mejor calidad y precio, que es la manera en que las empresas ganan dinero bajo un régimen capitalista de libre competencia.

    También mostrando el nefasto rol del Estado cuando se mete en actividades industriales y comerciales, como refinar petróleo, fabricar un whisky de mala calidad o gestionar la cosa pública con ineficiencia y sin consecuencias.

    Lamentablemente el Uruguay está demasiado contaminado de socialismo y estatismo, lo que se demuestra claramente en la incidencia que tiene el Estado en la vida de los ciudadanos, así como en la cantidad de regulaciones y obstáculos con que carga el sector privado.

    Estos fueron algunos de los principales motivos por los cuales Ramón Díaz y Ramiro Rodríguez Villamil comenzaron con la quijotesca idea de difundir y sembrar las ideas liberales en una tierra árida para hacer crecer estas semillas. Hoy, a medio siglo de tal iniciativa, la batalla por las libertades individuales y comerciales tiene plena vigencia.

    Recuerdo haberle preguntado a Claudio si tenía sentido seguir dando esta pelea, ya que luego de 40 años de prédica, el liberalismo en Uruguay o no existe (políticamente) o es una mala palabra (neoliberalismo). Y él me respondió con una visión muy optimista y realista: “Si Búsqueda no existiera, la situación sería peor”. Y tenía razón.

    Algo similar sucedió en la Gran Bretaña de Margaret Thatcher cuando emprendió una serie de reformas estructurales para sacar —al otrora imperio— de una decadencia económica y social a la que lo habían llevado las políticas estatistas. Ella pudo soportar una huelga de un año con los mineros del carbón, privatizar British Airways y otras empresas públicas, así como encarar una reforma del Estado que pocos años antes parecía imposible de lograr.

    Cuando le preguntan a Thatcher cómo logró hacer esos cambios, dijo que fue gracias a que 30 años antes (en 1955), un expiloto de la Real Air Force, Antony Fisher, creó el Institute of Economics Affairs, un think tank que aún perdura y cuya misión es “mejorar la comprensión de las instituciones fundamentales de una sociedad libre, mediante el análisis y la exposición del papel de los mercados en la solución de problemas económicos y sociales”.

    Fue esta “siembra” de las ideas liberales lo que permitió que el pueblo inglés entendiera la necesidad de tales cambios y se animaran a probar algo diferente a las políticas socialistas intervencionistas, con altos impuestos y subsidios que no habían funcionado. Dijo Thatcher de estas personas: “They were few, they were right and they save Britain” (Eran pocos, tenían razón y salvaron a Gran Bretaña).

    Al repasar las más de 300 columnas escritas en estos 10 años me genera un sabor agridulce: por un lado, ver (con la perspectiva del tiempo) que mis pronósticos eran correctos y por otro, el sabor amargo de ver que —ante tanta evidencia empírica— muchos siguen insistiendo con las recetas equivocadas. El “relato” sigue teniendo más peso que los datos. Pero siento que esto va cambiando.

    Por lo tanto, solo queda una opción: seguir insistiendo en dar la batalla cultural, que es una batalla que va mucho más allá de la política. Es una batalla por las ideas, los valores y la moral de una sociedad donde cada individuo desee ejercer su libertad y donde el Estado no sea un obstáculo para que cada uno pueda realizar su proyecto de vida. Es una batalla para darle confianza a cada persona y que confíe en su propia capacidad, entendiendo que no necesita arrodillarse ni ante el Estado, ni ante el sindicato, ni ante el partido o ante su empleador, para llevar una vida digna.

    Como ven, es una batalla intensa y de largo aliento, la cual es muchas veces frustrante y desalentadora. Pero hay que continuar. Veremos si estas semillas que venimos plantando y regando se transforman —en un futuro cercano— en frondosos árboles libertarios, como ya sucedió en Inglaterra, Nueva Zelanda, Estonia y tantos países más. Por el bien de todos, ¡que así sea!