Río de Janeiro (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). A simple vista, podría decirse que esta semana Brasil es un país bastante similar al de antes de su balotaje del domingo: la presidenta Dilma Rousseff fue reelecta con 51,6% de los votos válidos, su Partido de los Trabajadores (PT) va para 16 años en el poder, en apenas cuatro de los 27 estados habrá cambios en el gobierno local, el Congreso continúa fragmentado y la política exterior seguirá teniendo como prioridad la región. Pero en Brasil las cosas nunca son exactamente como parecen, y el país que emergió de esta elección es mucho más complejo y difícil para Rousseff que el que recibió cuatro años atrás. La cuestión es si ella misma está dispuesta a cambiar.
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El resultado del balotaje confirmó la creciente polarización que preveían las encuestas. El candidato opositor Aécio Neves logró 48,4% de los votos, en la elección presidencial más pareja de la historia reciente brasileña. La economía está prácticamente empantanada, lejos del crecimiento de 7,5% que tuvo en 2010 cuando Rousseff era electa por primera vez en pleno auge del precio de las materias primas. Los escándalos de corrupción complican cada vez más al PT, con denuncias de sobornos en la petrolera estatal Petrobras que podrían volverse una crisis política. Y la oposición, que ha sido débil en los últimos años, se prepara para actuar con más eficacia.
En su discurso triunfal del domingo a la noche, Rousseff dijo que quiere ser “una presidenta mucho mejor que hasta ahora”, prometió más diálogo y pidió unidad. “No creo sinceramente que estas elecciones hayan dividido al país al medio”, sostuvo contra la gran mayoría de las opiniones. También agradeció personalmente a su antecesor y padrino político, Luiz Inácio Lula da Silva, quien impulsó las políticas sociales que sacaron a millones de la pobreza y dieron al PT el poderío electoral del que aún goza.
Aunque todo esto puede indicar que la exguerrillera de 66 años tomó nota del mensaje de la ciudadanía, también es cierto que evitó mencionarlo a Neves o realizar autocríticas directas. Tampoco las hizo a lo largo de una campaña electoral que se caracterizó por la dureza de los ataques entre adversarios y la volatilidad de los electores. En los últimos meses ella descartó cambiar de rumbo en su próximo gobierno o reducir la intervención estatal en la economía, que muchos ven como la madre de todos los problemas.
Los mercados reaccionaron el lunes con pesimismo. La bolsa de San Pablo abrió con una caída de más de 6% y cerró el mismo día con pérdidas de 2,8% (las acciones de Petrobras se desvalorizaron 11%), mientras el dólar alcanzaba su mayor cotización en casi una década. El martes la principal bolsa de la región subió, pero ayer miércoles abrió de nuevo en baja.
Los expertos creen que la volatilidad se debe en buena medida a la demora de Rousseff en anunciar quién será su próximo ministro de Hacienda: el actual, Guido Mantega, dejará el cargo próximamente tras una gestión criticada hasta dentro del PT, y muchos reclaman que su sustituto sea alguien que sintonice mejor con los mercados, tal vez un banquero. El nombre que elija la presidenta será la primera señal clara de hacia dónde irá su nuevo gobierno.
“Si intentase seguir con el rumbo actual, será una situación muy negativa, como los mercados están previendo”, advirtió Carlos Antonio Luque, un profesor titular de Economía en la Universidad de San Pablo experto en evaluación de políticas públicas. “Pero con las señales que ya fueron dadas, imagino que ella va a hacer una alteración”, agregó en declaraciones a Búsqueda.
División a la brasileña
Es obvio que cualquier balotaje tiende a dividir a una sociedad, ya que plantea una disyuntiva entre apenas dos candidatos que enfatizan más lo que los diferencia que lo que los une. Pero esta segunda vuelta brasileña expuso grietas que van más allá de la política y se acentúan por clase social o ubicación geográfica.
Dos de cada tres excluidos que votaron un candidato lo hicieron por la presidenta, mientras tres de cada cuatro en la clase alta apoyaron al socialdemócrata Neves, según encuestas. Respecto a la clase media la división fue mucho más pareja pero Rousseff ganó finalmente el pulso, una de las explicaciones de su reelección por apenas tres puntos de diferencia en el resultado global.
Geográficamente, la presidenta tuvo su mejor desempeño en el norte y noreste, donde superó el 70% de los votos. El índice de desarrollo humano de estas dos regiones es el más bajo de Brasil, pero en la década pasada mejoró más que en el resto del país. En cambio, Neves logró su mayor ventaja en la región sudeste, la más rica, y arrasó especialmente en el populoso San Pablo con 64% de los votos. Pero perdió en Minas Gerais, el segundo estado con más votantes y donde curiosamente fue gobernador: la presidenta compensó allí su derrota paulista.
Gran parte de quienes votaron a Rousseff lo hicieron por las políticas sociales que inició Lula y siguió ella. “Dilma favorece a los pobres”, sostuvo Marcia de Andrade, una empleada doméstica negra que vive en Río de Janeiro y votó a la presidenta. Su hija y nietas son beneficiarias de “Bolsa Familia”, el programa de asistencia insignia del gobierno, que llega a cerca de 40 millones de brasileños de bajos recursos, principalmente en el noreste. “Entonces vamos a continuar con el PT”, explicó la mujer de 55 años. Neves repitió hasta el cansancio que mantendría ese programa y trataría de mejorarlo, pero nunca pudo eliminar las dudas al respecto sembradas por la campaña oficialista.
Rousseff también fue premiada electoralmente por mantener la tasa de desempleo en mínimos históricos: 4,9% en setiembre.
De este modo Brasil agregó un nuevo dato a la estadística que dice que en Sudamérica todos los presidentes en ejercicio que buscaron ser reelectos mientras ejercían el cargo desde 1980 lo han logrado. En la lista hay desde izquierdistas como el extinto venezolano Hugo Chávez hasta derechistas como el colombiano Álvaro Uribe, lo que sugiere que quizá la clave va más allá de la ideología, y pasa por la vieja tradición regional de usar la maquinaria estatal a favor del poder en tiempos electorales.
¿Lula 2018?
Tras su difícil triunfo, la lista de tareas pendientes para Rousseff es “larga y exigente”, como definió en un informe Tony Volpon, un analista de Nomura Securities en Nueva York. “La presidenta Rousseff ahora tendrá que mirar más allá de la retórica de lucha de clases de su campaña y mostrar si puede reconquistar la confianza del sur y sudeste”, advirtió y sostuvo que eso sería esencial para que mejore la tasa de inversión que hoy es apenas 17% del PIB, la más baja entre los principales mercados emergentes.
Economista de formación, Rousseff es conocida por su tendencia a centralizar decisiones y una pregunta que muchos plantean es si dará a su próximo ministro de Hacienda la libertad necesaria para mejorar un frente fiscal cada vez más deteriorado y reducir una inflación que a 6,7% en 12 meses supera la meta oficial, aunque esto implique tomar medidas impopulares. De lo contrario, es posible que las calificadoras de riesgo le retiren a Brasil el grado de inversión, encareciendo el costo de tomar dinero prestado.
En las primeras entrevistas que concedió tras ser reelecta, Rousseff aseguró que dialogará con los sectores financiero y empresarial antes de anunciar sus medidas para reactivar la economía y combatir la inflación. Quizá sea consciente de que necesita mejorar su desgastada relación con el mercado. Pero atender las demandas de esos sectores significaría diseñar una política económica muy diferente a la actual, y falta saber cuánto está dispuesta a ceder realmente.
La presidenta también debe recomponer su base de apoyo en un Congreso que tendrá 28 partidos, para asegurarse mayorías firmes y tener una mejor articulación política. Su actual coalición legislativa podría sufrir con el caso Petrobras, ya que el exdirector de la petrolera que denunció a la Justicia un esquema millonario de sobornos dijo que el dinero se desviaba para financiar al PT y sus aliados.
Rousseff anunció en la noche del domingo una reforma política para mejorar la gobernabilidad del país, como ya lo había hecho durante las protestas masivas del año pasado. Esa iniciativa es vista con recelo dentro del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el principal socio de la presidenta que está minado de escándalos de diverso tipo. De hecho, Rousseff ya parece haber cedido: en su primer discurso dijo que el camino para la reforma era un plebiscito pero el martes aceptó hacerla por la vía de referéndum. La diferencia no es menor, ya que la primera opción supone consultar a la ciudadanía sobre varios temas y elaborar una ley estrictamente en función de las respuestas, y la segunda permite al Congreso tener la iniciativa aprobando una ley que luego se somete a votación popular.
Habiendo acariciado la victoria y sumado nueve diputados federales más en estas elecciones, el partido socialdemócrata PSDB de Neves se afianzó como la tercera fuerza del Congreso detrás del PT y el PMDB. Y esta semana comenzó a dar señales de que intentará librar la batalla opositora que nunca supo dar con eficacia a los gobiernos de Lula y Rousseff.
Según informó ayer miércoles el diario “Folha de São Paulo”, el propio Lula comenzó a dejar claro a sus aliados que aspira a tener más influencia en el nuevo gobierno y ser candidato presidencial en 2018, cuando tendría 73 años. Pero analistas como Marco Antonio Teixeira, profesor de Gestión Pública en la Fundación Getúlio Vargas, creen que la nueva y difícil Gestión de Rousseff definirá si el PT mantiene la racha victoriosa que inició en 2003 o pierde definitivamente el poder en la próxima elección. “Va a depender mucho del gobierno de ella”, dijo Teixeira, “y no más del gobierno de Lula, que consiguió dar su última contribución en este pleito”.
Fuera de Fronteras
2014-10-30T00:00:00
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