Nº 2088 - 9 al 15 de Setiembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, escribió Augusto Monterroso. Se lo considera el cuento más breve de todos. Pero hay una versión extensa. El dinosaurio se disolvió en un mosquito que puso sus huevos en un florero. El policía creyó que allí estaban el dinero y las sustancias ilícitas y durante la tormenta se desató el dengue que contrajo un farero en una isla del sur. Cuando las aguas arrasaron todo y ya no hubo ni arriba ni abajo, el farero murió y fue al cielo. Lo mandaron al pabellón de los leprosos porque no había camas para los enfermos de dengue, que eran ocupadas por los que tenían coronavirus. Se reencarnó en un deportista famoso que luego dejó su lugar a una espigada modelo embarazada, que en otra vida fue un pensador de barba y túnica blanca que duró poco —o mucho—, que a su vez se volvió un vendedor de alcachofas que una mañana amaneció convertido en una señora adinerada, que fue sustituida después de ingerir montañas de medicamentos por una rata almizclera aplastada por una camioneta de 14 ruedas y siete pisos que conducía un loco. La rata y el loco se transformaron en un cura que, antes de morir, transitó lo que resultaron siglos galácticos gracias a un respirador artificial y volvió como un científico con los pelos revueltos y la idea de la circularidad del tiempo, teoría por la que fue enterrado con honores. Bajo tierra permaneció nanosegundos o supermilenios y luego ascendió o descendió con una extraña forma verde de una nave interplanetaria en un planeta azul recién creado y al cerrar los ojos fue a parar a un florero que era el universo, y el dinosaurio, que nunca se despertaba y era algo torpe en sus sueños, lo aplastó.