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    Donde estoy

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2106 - 14 al 20 de Enero de 2021

    Decía Albert Camus que el horror viene del costado matemático del acontecimiento. Esa zona es la que precisamente Heidegger ve como no cercana a la existencia, extraña a la libertad, distinta de la construcción y de la búsqueda.

    El recelo lo funda en su abordaje de la idea del tiempo en Kant, quien considera que el tiempo es una suerte de intuición interior que nos permite capturar los fenómenos. “Para la forma kantiana de discutir sobre el tiempo —comenta Heidegger— esto significa que cada cosa individual que se da en mi proceso mental está determinada por el tiempo. Yo percibo los procesos de mi pensar, sentir y hablar solo en la sucesión del tiempo. En cambio, el espacio como forma de la intuición externa significa que cada cosa externa se me presenta en el orden espacial del uno al lado del otro, del uno detrás del otro, del uno delante del otro (…) Los conocimientos físicos, en cuanto conocimientos, en cuanto procesos psicológicos de nuestra conciencia se encuentran en la forma del tiempo y por eso también los contenidos pensados en ellos.  Los conocimientos psicológicos de nuestra conciencia se encuentran en la forma del tiempo, y por eso también los contenidos pensados en ello”. Presumo qué quiere decir: pensamos todo lo que pensamos, asistidos por la noción de tiempo que necesariamente tenemos, por la ubicación que hacemos en ese algo llamado tiempo de aquello que estamos recibiendo desde el exterior. Tal teoría, sugerirá, es en cierta medida artificial; está construida en el laboratorio en el que se estudia y clasifica la vida, pero no en la vida en la que se vive; el dato no menor de que percibimos inmediatamente la sucesión temporal y no llegamos primero a ella por medio de la reflexión sino por el acto de vivir nos lleva a pensar que el pensamiento es muy otra cosa que la formulación de una hipótesis o la adhesión a una tesis.

    Todo esto viene a cuento porque Heidegger al preguntar sobre el tiempo sale a buscar la Historia, por eso se cuida muy bien de no quedar atrapado en un constructo de ocasión o en el obligado marco de una teoría, sino que reclama comprender desde la experiencia, desde el registro inconfundible que nos permite la existencia, donde constatamos que asumimos el tiempo en el aquí y ahora y a la vez estamos escenificados en el “horizonte temporal”, esto es, en la proyección. En el seminario de 1933-34 Naturaleza, Historia, Estado (Trotta ediciones) nos explica que cuando decimos “ahora” e intentamos comprender ese ahora, experimentamos que ya siempre ha desaparecido. Plantea Heidegger que ese “ahora ha desaparecido como ahora y sin embargo todavía está ahí, como un ahora pasado; todavía lo tengo. ¿Qué carácter tiene ese ahora deslizante, que se escapa? Es un luego, entonces, un antes, solo en la medida en que ya estoy reflexionando sobre ello”. El producto de esto no es algo general, como no ahora, sino un inmediato, un fáctico y singular “acaba de suceder”, un ahora que se me fue. Y Heidegger pregunta irónicamente ¿a dónde se fue? Y aquí está la llave de toda la cuestión: ese ahora es un acaba de suceder, el ahora singular es siempre ya un acaba de suceder, “y en cuanto posee esta estructura mantiene una relación con el presente aunque se deslice en el pasado. Asimismo, cada ahora mantiene una relación con el siguiente ahora, el “a punto de suceder”.  Así, en el fondo podemos decir que no hay más ahora, no hay presente; en su lugar nos encontramos con el acaba de suceder y el a punto de suceder, en una doble relación con el futuro y el pasado. Ese ahora singular se refiere al ahora que es mío, que pertenece al sujeto que soy yo. El acaba de suceder y el a punto de suceder es adonde estoy viviendo. Vivo en ese campo que es el presente, que no se compone de la fugacidad que convierte en virtual al presente, la fugacidad que hace que ya estoy pero no estoy, que hablo pero ya dejé de hablar. Hay una retención en el acaba de suceder, hay una expectación en el a punto de suceder. No es entonces presente, no es entonces pasado, es mi tiempo.

    La Historia es comprensión del Tiempo en este sentido que acabamos de verlo. La dimensión abstracta o general no la comprende, la desfigura, la deja vacía, abierta a ser llenada por las teorías o embrujos del poder, que confunden discurso con ideología, pensamiento con adherencia, generalización con hechos, efectos con causas. De ahí viene el horror del que nos habla Camus; la crasa asimilación de todo lo vivo por todo lo seco, lo desértico.