Nº 2258 - 4 al 10 de Enero de 2024
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLos partidos siguen siendo los actores centrales de nuestro sistema político. La democracia uruguaya continúa girando en torno a ellos, a los elencos de gobierno y a las alternativas de políticas públicas que, en cada ciclo electoral, le proponen a la ciudadanía. Pero los partidos hacen mejor su trabajo cuando no los dejamos solos, es decir, cuando pueden nutrir el siempre desafiante proceso de elaboración programática con insumos técnicos de calidad elaborados por otras instituciones y actores de la comunidad de práctica democrática. En ese sentido, entre noviembre y diciembre del año pasado, se conocieron dos trabajos del mayor interés. El Centro de Estudios para el desarrollo, el tino tank que lideran Hernán Bonilla y Agustín Iturralde, presentó Un salto al desarrollo. Agenda 2025-2030 (KAS)1. Ricardo Pascale, por su parte, publicó su nuevo libro: El Uruguay que nos debemos. Convergencia y sociedad del conocimiento (Planeta). Vale la pena leerlos.
Los dos textos parten de la misma preocupación. Nuestro país puede, y debe, acelerar la tasa de crecimiento económico: Uruguay “diverge” (en términos de PBI per cápita nos alejamos de los países ricos), insiste Pascale, sin ocultar cierta frustración; Uruguay “puede ser el primer país desarrollado de América Latina” dicen, con franco entusiasmo, desde el CED. Para “converger”, para “dar el salto al desarrollo” hay que escapar, dicen en los dos casos, de la “trampa del ingreso medio”. “Esa trampa – explica Pascale – caracteriza la situación en la que un país de ingresos medios ya no puede competir internacionalmente en productos estandarizados que requieren mucha mano de obra porque los salarios son, en términos relativos, altos. Y tampoco puede competir en actividades de mayor valor agregado y sofisticación en una escala lo suficientemente amplia, porque la innovación y su productividad son relativamente demasiado bajas” (p. 14). Los documentos, por tanto, invitan a nuestra elite dirigente a tomar decisiones políticas audaces. Cabe agregar que los dos enfoques tienen una mirada informada y amplia: la política económica está puesta en el marco de otras dimensiones como la inserción internacional, la vocación por el bienestar, que caracteriza a nuestra sociedad, y las restricciones políticas.
Más allá de estas coincidencias, las diferencias son notorias e invitan a la reflexión. El extenso libro de Pascale (442 páginas), aunque está escrito con claridad y pensado en el público no especializado, es un producto de nítido corte académico. Junto a la correspondiente evidencia empírica, el lector encontrará las bases teóricas de la economía del conocimiento y sutiles consideraciones acerca de los vínculos entre el ecosistema de producción de conocimiento y el mundo empresarial. El breve documento del CED (22 carillas) también está elaborado con piedad hacia los lectores no familiarizados con la jerga económica. Es el clásico producto de un think tank: en este caso, el énfasis discursivo se desplaza desde la teoría del crecimiento económico a las propuestas concretas.
Los enfoques teóricos son distintos. Desde mi punto de vista, el corazón de la propuesta del CED es que, para aumentar la productividad, Uruguay precisa más libertad económica: macroeconomía estable, mayor apertura comercial, menos o mejores regulaciones, más competencia, mejores reglas laborales para incorporar la productividad en la determinación de los salarios y menos burocracia. El centro del argumento de Pascale es que Uruguay debe, de una buena vez, incorporarse a la economía del conocimiento: “En definitiva, la forma de alcanzar mejoras sostenidas y de largo plazo en el nivel de vida, aumentando la productividad, es con más ciencia que impulse la innovación” (p. 181). Me apresuro a aclarar que ni a Pascale se le escapa la importancia de la libertad económica (y de los equilibrios macroeconómicos por los que tanto trabajó desde cargos de gobierno) ni al CED la relevancia de la innovación (en la página 11 puede leerse: “Es necesario profundizar la innovación como estrategia país”). Los dos persiguen el mismo objetivo: mejorar la productividad para acelerar el crecimiento. Pero priorizan instrumentos distintos, que revelan diferencias teóricas de fondo entre sus autores. Simplificando, estamos ante dos versiones actualizadas de dos libretos sólidos: el documento del CED es, en esencia, tributario del liberalismo económico; el pensamiento de Pascale, de las lecciones de Joseph Schumpeter y de la economía del conocimiento.
Cada cual tiene o se formará su propia opinión sobre qué es lo que hay que priorizar. En todo caso, hay que agradecerle a Pascale y al CED el esfuerzo de elaborar y publicar sus respectivos textos porque están llamados a mejorar la calidad del debate político durante la próxima campaña electoral. Uruguay precisa aumentar su tasa de crecimiento. Es un hecho. Por tanto, es imprescindible que nuestros partidos políticos digan con toda franqueza de qué modo esperan lograrlo. Me parece claro que el documento del CED calza mejor con la visión del desarrollo económico que predomina en la coalición de gobierno que con el enfoque frenteamplista. A su vez, aunque todos los partidos políticos ya habían incorporado a sus plataformas electorales en 2019 el horizonte de la innovación (como pude documentar en el libro de Pascale a pedido expreso del autor), la importancia de este tema aparece más frecuentemente en el discurso del Frente Amplio que en el de los partidos que integran la coalición de gobierno. ¿Seguirá siendo así este año? En particular, ¿qué lugar ocupará el desafío del desarrollo científico en el discurso de los partidos de la coalición que aspira a la reelección?
Las campañas electorales son instancias de rendición de cuentas. Pero, para que la rendición de cuentas sea posible, ex ante, es decir, en la campaña electoral anterior, los partidos tienen que haber explicado con toda claridad objetivos e instrumentos. Pascale y el CED nos ayudan a pensar mejor sobre ambos. ¿Qué nos ofrecerán los partidos políticos durante la campaña electoral en relación con el objetivo de incrementar la tasa de crecimiento de largo plazo? ¿Más libertad económica? ¿Más inversión en ciencia? ¿Las dos cosas? ¿De qué modo concreto? Es inevitable que exista una brecha entre promesas de campaña y decisiones de gobierno. Pero los partidos no pueden escudarse en el permanente cambio de las circunstancias, en la incesante dinámica del devenir, en que el río no deja de fluir según la conocida metáfora de Heráclito… Tienen que tomar el riesgo de hablar fuerte y claro, para que la ciudadanía sepa a qué atenerse en cada caso, y pueda, cuando llegue el momento, premiar y castigar con fundamento.
1) Disponible en: https://ced.uy/salto_al_desarrollo.php