Nº 2230 - 22 al 28 de Junio de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSegún Adam Smith, los comportamientos están determinados por diversos motivos y necesidades, incluidos los sociales. Esto da como resultado reglas de convivencia que limitan el interés propio. Dentro de este marco teórico, el funcionamiento del mercado y la forma en que ese mercado es capaz de regular el interés propio, incrementando así el interés social. En 1759, publicó La teoría de los sentimientos morales, en el que formuló claramente sus puntos de vista tal como los expresó en sus conferencias en Glasgow. En su libro, Smith buscó demostrar que una persona tiene un sentimiento inherente de simpatía por los demás, lo que lo impulsa a seguir principios morales. La filosofía la entiende este pensador como “la ciencia de los principios interrelacionados de la naturaleza”, sin embargo, siguiendo a Hume, encuentra estas conexiones y relaciones no en la naturaleza misma, sino en la mente humana, en su “capacidad de imaginación” (invenciones de la imaginación). Pero, si los resultados de la imaginación se integran en un sistema que puede resistir la prueba de la experiencia, tales relaciones deberían reconocerse como establecidas de manera realista.
Cualquier acción de un sujeto, según Adam Smith, solo tiene éxito si puede ponerse en el lugar de otras personas y, por así decirlo, solidarizarse con la ayuda de simpatía con sus sentimientos, sintiendo algo así como una gratitud preventiva que otra persona es capaz de mostrar en respuesta a la acción planeada. La palabra simpatía le sirve “para denotar la capacidad de compartir cualquier sentimiento que tengan otras personas”. La fuente de esta habilidad es, según Smith, la imaginación, que nos da la oportunidad de imaginar lo que sienten otras personas, de experimentar sensaciones similares. Nuestra simpatía por el dolor de otra persona o la alegría de otra persona presupone un sentimiento recíproco. El placer que trae la “simpatía mutua” atestigua el hecho de que las personas se necesitan unas a otras, que no pueden ser indiferentes unas a otras. Aunque la simpatía, o la compasión, es una propiedad humana natural, explica Smith, nunca sentimos por otro tan fuerte y profundamente como por nosotros mismos.
En este sentido se puede decir que Smith parte del hecho de que ninguna realidad social, ningún vínculo entre las personas, incluidos los vínculos económicos, simplemente se habrían desarrollado si el motivo principal de las acciones humanas fuera el simple egoísmo. Es cierto que la sociedad no puede construirse sobre el puro altruismo. Sin embargo, algún tipo de “simpatía”, de “resonancia afectiva”, es decir, tener en cuenta los sentimientos de otra persona y sus intereses, uno tendría que asumir; de lo contrario, la sociedad, la economía, en su opinión, no se pueden imaginar ni explicar a otras personas. Según Smith, la simpatía nunca surge de forma directa, siempre está mediada por la idea que nos formamos sobre las ideas de otras personas.
El foco de atención del filósofo consistió siempre en reconciliar los intereses del propietario y su sentido común, iniciativa, dignidad y honor. Al mismo tiempo, no solo las intenciones subjetivas e incluso no tanto una medida de orientación social, la “iluminación” en el comportamiento de este o aquel propietario, sino también los motivos objetivos de sus acciones son importantes para Smith. Dijo: “Cada uno cree que tiene en mente solo su propio interés. De hecho, indirectamente, también contribuye de la mejor manera al bien común de la economía nacional. Al mismo tiempo, como por una mano invisible, el individuo resulta ser conducido a una meta que de ninguna manera tiene en mente”.
El principio rector filosófico-económico de la enseñanza de Smith radica en la reconciliación sistemáticamente justificada entre el celo empresarial individual, es decir, el egoísmo, con el beneficio de la sociedad en su conjunto, sobre cuya base se puede justificar algo así como una ética económicamente realista. El beneficio individual y social ya no deben considerarse como opuestos, sino como factores impulsores mutuamente dependientes de un sistema social en funcionamiento.