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    Ecos de Valizas

    Columnista de Búsqueda

    N° 1953 - 18 al 24 de Enero de 2018

    , regenerado3

    Suele ocurrir en días veraniegos que lo ínfimo puede convertirse en material periodístico y, cómo no, en carne de redes morales. Los periodistas sudan aburridos en las redacciones, la gente se abanica frente al monitor y hasta el vuelo de una mosca empieza a parecer relevante e irritante. Así, por ejemplo, el pase frustrado de un jugador de medio pelo del Tanque Sisley a Boston River puede terminar dando tema para un par de programas televisivos, algunas páginas de prensa y provocar el enojo de los hinchas. En ocasiones, esas tonterías de horas informativas bajas y las reacciones que estas generan sirven como material de base para pensar cosas que, quizá, al cabo del día, hayan valido la pena, el tiempo y el esfuerzo dedicado a ellas. Así que ahí vamos.

    Una pareja de israelíes recorre el Cono Sur y quiere pasar unos días en Uruguay. Los jóvenes hacen una reserva en un hostal ubicado en el balneario rochense Barra de Valizas. Después de aceptar su reserva, el dueño del hostal les envía por la misma web, booking.com, el siguiente mensaje: “Hola, ya les hice el reembolso de su reserva. No había visto que eran de Israel. Soy muy contrario a las políticas de su país así que no son bienvenidos a mi casa”.

    Los jóvenes denuncian el hecho a la prensa de su país y el diario El País de Uruguay recoge la información. Según publica ese diario, Mauricio Piñeiro, responsable del hostal Buena Vista, dio la siguiente explicación en su cuenta de Facebook: “No soy ni discriminador ni antisemita. Los gurises que vienen de hacer el servicio militar en Israel vienen con un perfil de fiesta y de arrogancia y cosas que no están buenas. Porque nosotros trabajamos con otro perfil de público”. Piñeiro agregaba que hace unos años había sufrido una mala experiencia con un joven israelí recién salido del servicio militar, que por eso no recibía jóvenes de ese país y que se mantenía en su decisión.

    Mas allá de los “argumentos” (entre comillas, porque para ser considerados tales, los argumentos deben tener cierta lógica interna mínima de la que carecen las declaraciones de Piñeiro) y de si el caso se puede considerar antisionismo, antisemitismo o alguna otra cosa, me parece interesante revisar los ecos que el hecho ha venido generando en las redes sociales y en las ediciones digitales de los distintos medios de prensa uruguayos. Y si bien tengo claro que estas opiniones no son representativas de nada, salvo de quienes opinan, es interesante observar el sesgo imperante en muchas de ellas.

    Lo primero que llama la atención es que, a la inversa de lo que ocurrió con el famoso café del cartel y su cita tarantinesca, acá hubo una discriminación real y objetiva, medible en cada una de las frases que Piñeiro ha dicho y medible también en el monto del dinero de la reserva devuelto. Es por eso que resulta llamativo que muchísimos de quienes reclamaron enloquecidos toda clase de sanciones hacia un café que objetivamente no discriminó jamás a nadie, saltaran en este caso a matizar el asunto, refugiándose en un supuesto derecho de admisión. Derecho que ni les pasó por la cabeza que podría aplicarse al café, en caso de que este hubiera vetado el ingreso a alguien alguna vez. Pareciera que a mucha gente ese asunto de la discriminación en realidad le parece completamente secundario y solo resulta aplicable cuando considera al discriminado afín a su ideología. Algo así como creer que los Derechos Humanos deben o no ser aplicados si a mí me gusta o no la gente que es sujeto de esos derechos.

    El segundo aspecto llamativo de los “argumentos” fue que para muchos resultara natural imputar a unos ciudadanos concretos responsabilidad directa por las acciones de sus gobiernos. Como si gobierno, país y ciudadanos fueran una unidad monolítica y sin fisuras. Como si se pudiera asumir que si un país X hace determinadas políticas Y, todos los ciudadanos de ese país X están automáticamente a favor de Y. O que si uno cierta vez tuvo un lío con un petiso, de ahí concluya que todos los petisos del mundo son conflictivos y es mejor mantenerlos lejos. Como estos enunciados carecen del menor rigor analítico y no sirven para un intercambio racional, me niego a llamarlos argumentos. Chicana o escolástica me parecen palabras más justas.

    En realidad no es llamativo que alguien que, como el responsable del hostal, tiene una confusión tan extrema entre lo público y lo privado como para lucrar con un negocio instalado sobre un terreno que no es suyo sino de todos, considere que las políticas de un Estado y sus ciudadanos son la misma cosa. Ni que un montón de personas que, mal que bien, cumplen todos los días con las obligaciones que les marca su ciudadanía, crean que ningún individuo está obligado a cumplir con las reglas colectivas que imperan en el país, amparándose para ello en un supuesto derecho de admisión que iría en el sentido contrario de todos los acuerdos contra la discriminación firmados por el Estado.

    No es llamativo porque en Uruguay y en muchas otras repúblicas (pienso en España, en México y un largo etcétera) hace décadas que no existen actores sociales y políticos preocupados por desarrollar la ciudadanía. Y han elegido, gobernantes y gobernados de estos países, canjear esa ciudadanía por la reivindicación parcelaria, por el grito de “¿y dónde está lo mío?”, en contraposición al ejercicio colectivo de derechos y obligaciones. De hecho, la reacción del gobierno uruguayo de cobrar al grito y desplegar todo su demoledor potencial en este caso del hostal, solo pone en evidencia su sistemática omisión de hacer cumplir con la ley de todos: ese hostal ni siquiera debería haber existido si el Estado funcionara para aquello que fue concebido. Y es que es muy difícil percibirse como comunidad cuando el Estado, responsable de cuidar aquello que es de todos, lo trata como si fuera tierra de nadie.

    Si alguien me apurara, diría que en Uruguay esa erosión del ideal de ciudadanía republicana se remonta a comienzos de los 60 y que no ha aparecido desde entonces ninguna fuerza política o social que haya hecho del desarrollo ciudadano su bandera. Del desarrollo de esa idea conocida como “patriotismo constitucional”, esa que intenta conceptualizar la pertenencia al grupo como una lealtad a la norma pactada colectivamente, antes que la fidelidad a la etnia o al endogrupo ideológico. Entiendo que, como bromeaba un politólogo español a cuenta del tema catalán, quizá sea mucho pedir que en vez de banderas empapadas de ideología, los ciudadanos cuelguen de sus balcones fotos del filósofo alemán Jürgen Habermas, principal divulgador de esa idea. Pero también creo que ese abandono hará cada vez mas difícil el logro de consensos de largo aliento entre los ciudadanos de nuestros países.

    Cuando la ciudadanía comienza a concebir el pacto colectivo como una asamblea constituyente permanente, en donde todas las normas de convivencia pueden y deben ser revisadas permanentemente a la luz de las preferencias emanadas de la pertenencia a tal o cual grupo, el veto a los miembros del “otro grupo”, ese supuesto enemigo exterior que nos permite dar forma a nuestra pequeña fobia, pasa a ser moneda corriente. El incidente de Valizas y las reacciones de cientos de ciudadanos justificando la discriminación a la pareja de israelíes, son el resumen exacto de esa nefasta erosión del republicanismo y de su impacto en la convivencia.