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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUn suceso, durante mi último viaje, me llevó a pensar por qué no escribir al respecto.
Mientras estaba en Chur, la ciudad más antigua de Suiza, contemplé la siguiente escena.
Una tarde muy calurosa de verano, a la que los lugareños no estaban acostumbrados, en la confitería Bäkerei-Konditorei Maron, ubicada en la esquina de la Ottostrasse con la Banhofstrasse, frente a la Chur Hauptbanhoft (Estación Principal de Trenes de Chur), todos los comensales estaban consumiendo refrigerantes y helados mientras charlaban animosamente.
Una de dos señoras —notoriamente lugareña— pidió la cuenta y mientras se la traían, con un gesto de natural economía de tiempo, abrió su cartera, sacó su billetera-monedero, lo puso sobre la mesa, colocó la cartera abierta en el asiento que estaba a su lado y siguió conversando con su amiga.
Mientras tanto, un hombre de muy deteriorado aspecto general, venía corriendo por la misma vereda de la confitería y en dirección a esta.
La mencionada señora miraba cada tanto la entrada por la que debía aparecer la empleada con la cuenta.
El hombre que venía corriendo pasó raudamente a pocos centímetros de la cartera.
La señora, sin inmutarse, siguió conversando mientras esperaba la cuenta.
Quien escribe, un montevideano que sigue padeciendo, como otros tantos uruguayos, la cotidiana y creciente inseguridad, solo cerró la boca cuando vio que el supuesto descuidista enfilaba hacia la estación, notoriamente apurado para no perder su tren.
Días después haría la excursión a Zermatt con el Glacier Express. Llegué mucho antes a la estación de trenes. Para confirmar que estaba en el andén adecuado le pregunté a un señor que tenía el distintivo çIè-SBB CFF FFS en su uniforme. Tuve la suerte de encontrar a un peruano que vivía hacía 20 años en esa ciudad, y aproveché la oportunidad para preguntarle sobre el Glacier Express. Como faltaba mucho para abordar el tren le mencioné lo que me había impactado, destacando los problemas de inseguridad que padecemos, tanto que “desconfiamos hasta de nuestra sombra”.
—Mira, nosotros aprendimos desde el primer día que no se puede ni se debe robar. Oportunidades sobran, los suizos son muy confiados. Pero si nos cogen in fraganti nos quitan la visa… Tengo buenos trabajos —como este de camarero en los Ferrocarriles Federales Suizos o Schweizerische Bundesbahnen—, esposa, hijos nacidos en este país y me gusta vivir acá.
Entendí el punto y le pregunté:
—De acuerdo ¿y qué pasa con los naturales si roban?
—Ellos, como mis hijos, aprenden en la escuela que no se puede ni se debe … además ¿a quién le gusta que lo roben?
Durante muchos días me quedé imaginando que pasaría en Uruguay si no hubiera robos.
Parafraseando la histórica frase pronunciada por Martin Luther King Jr., cuando enunciara: “Yo aún… sueño”, muy modestamente pensé: qué lindo sueño sería si no tuviéramos robos…
El no se puede ni se debe comenzó a buscar las consecuencias resultantes (en lugar de hurgar las causas) de una situación ideal en donde nadie robaba. Descartemos el gramo de menos en la balanza o el peso en el vuelto.
Toda una vastísima serie de situaciones estarían favorablemente beneficiadas en lo moral y lo legal; sin mencionar lo económico, lo emocional y lo filosófico.
Todo el aparato tanto privado como el gubernamental, montado para la vigilancia, la persecución, la captura, el procesamiento y el encarcelamiento que tan onerosos son para la sociedad, quedaría, por lo menos, sensiblemente disminuido. Muchísimos cargos podrían ser destinados para otras funciones sociales, sin mencionar la cantidad de dinero que podría destinarse a otros fines como la educación. La burocracia que rodea al delito y ahoga todas las administraciones podría desaparecer. Claro, ineludiblemente, “los que pierden el bosque por un árbol” reclamarían por los cargos perdidos.
¡Pero qué lindo sería notar la falta de vigilancia en los lugares públicos y privados!
Cuán agradable sería constatar que la página roja de los medios de información le dedican más espacio a lo cultural, lo deportivo y lo instructivo.
La certeza que emana de la seguridad es contagiosa y gratificante.
Todos los que son robados terminan odiando desde sus entrañas al que se queda con el fruto de su trabajo.
Ni bien retorné… mi utópica ilusión aterrizó en la fea y sucia realidad.
Antes viajaba por placer; en el futuro… será por razones terapéuticas.
Arq. Ignacio David Weisz