Nº 2143 - 7 al 13 de Octubre de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDice Heidegger, que medita en torno al cuadro de las botas de Van Gogh, que “en la obra no se trata de la reproducción del ente singular que se encuentra presente en cada momento, sino más bien de la reproducción de la esencia general de las cosas”. Y se pregunta dónde está y cómo es esa esencia general en la que coinciden las obras de arte. Esa esencia, va a explicar, es el desocultamiento, la verdad. Para ilustrarnos este punto nos remite al poema El Rin, de Hölderlin (Poesía completa, Barcelona, 1978).
Este himno es de los últimos poemas que escribe el poeta, ya muy mayor y consumido por el encierro de la esquizofrenia. Es una de sus piezas más perfectas, más íntimas; en cierta forma recuerda aquella página de Virgilio en la que celebra el Tíber. Hölderlin recorre en una cierta dimensión el río Rin, pero no en el convencional sentido del itinerario, sino que trata de capturar su esencia, la vida que sus serenas aguas van engendrando y capturando a su paso; es algo muy parecido a lo que ejecuta Van Gogh al recoger el trabajo y el dolor y la nobleza del esfuerzo con su tratamiento de las botas, donde no parece faltar ni el viento, ni las heladas mañanas, ni los dilatados atardeceres del verano. También el poeta nos liga a la verdad de su objeto bajo la forma de desocultamiento; nos habla del misterioso y cotidiano vínculo con los dioses que van conduciendo el destino de ese orgulloso curso que desde los Alpes se ha propuesto levantar y salvar la historia de un alma, de un pueblo, de una lengua que fue capaz de decirlo todo. Hölderlin medita sobre el modo en que los dioses movilizan el camino de los hombres y cómo el río en sus resplandores y en sus umbríos rumores viene a guardar y a narrar la inmemorial ceremonia de la vida que se afirma a sí misma, que quiere ser lo que es.
El río se hace patente en su más honda e inmediata verdad, en aquello para lo que es, para lo que fue creado. Heidegger interpela el fenómeno de la creación: “¿Qué le ha sido dado aquí al poeta y cómo le ha sido dado para que a continuación haya podido reproducirlo en el poema?”. La respuesta sin duda proviene del propio texto, que ahueca su voz en la conciencia magnífica de lo que Kant llamaría el dominio de lo sublime: “Sentado en la hiedra sombría en la linde del bosque, yo meditaba cuando el mediodía cubierto de oro visitaba a la fuente, bajando los peldaños de los Alpes que para mí son, conforme a la vieja tradición, el recinto de los dioses, pero donde todavía tantos secretos se comunican a los hombres (…). Pero ahora, en el valle, en lo profundo de las cimas plateadas, y bajo el verdor gozoso contemplado por los bosques temblorosos, vigilados desde lo alto por las rocas superpuestas en el frío del abismo, oía durante días el lamento del joven cautivo que imploraba su liberación. También lo escuchan sus padres, el Dios Tonante que lo había engendrado y la madre Tierra a la que acusaba; mas los mortales huían del lugar pues era terrible la furia del semidios que en las tinieblas se debatía sacudiendo sus cadenas. Era el lamento del más noble de los ríos, el Rin, nacido libre, verdades que con otras esperanzas dejó en lo alto a sus dos hermanos Tesín y Ródano para irse lejos, pues su alma regia lo impulsaba con impaciencia al Asia. Pero insensato es con el deseo obligar al destino y aún son más ciegos los hijos de los dioses; el hombre sabe dónde construir su casa y el animal su guarida, pero el alma ingenua de los héroes no sabe adónde ir. Lo que nace de fuente pura es misterioso”.
Vayamos a la pregunta esencial, ¿qué es el Rin? Notoriamente no es algo que encontremos en una descripción geográfica escrita por geógrafos; tampoco es una impresión personal registrada por ocasionales sentimientos. Con el río nos encontramos al salir a buscar lo que esa cosa serpenteante que murmura en las orillas de bosques y de aldeas, en cuanto río, tiene para contar a los vecinos, a los que están ahí y reciben su bendición diaria, los que siempre están acompañados en las noches por su cadencia, los que se refugian en sus torrentes. El río es lo que es en relación con aquellas personas con las que trata. Es en esto y solo en esto donde reside la dimensión existencial del río, pero no del río como sujeto; sino el río como centro vincular del mismo modo que lo son las botas de Van Gogh. Lo real es el pueblo, la aldea, la sociedad que ha vivido en torno al río y que de alguna manera Hölderlin rescata para la eternidad.
Solo la música de Wagner consiguió algo análogo con el mismo tema.