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    El Uruguay subterráneo

    Nº 2217 - 16 al 22 de Marzo de 2023

    Pocas figuras históricas provocan tanta unanimidad entre los uruguayos como José Pedro Varela. Su reforma educativa a finales del siglo XIX generó un antes y un después en un país que todavía estaba en fase de formación. Por más que puede haber algo de mito en todos los logros que se le otorgan, es un hecho que Uruguay logró crecer y despegarse de la región en materia educativa durante gran parte del siglo XX gracias a lo hecho por Varela.

    Es más, hasta el día de hoy sigue siendo uno de los países con mayores niveles de alfabetización de la región y del mundo. Apenas 1,3% de la población total no sabe leer, ni escribir ni hacer cálculos básicos. A eso hay que agregarle que aquella escuela “laica, gratuita y obligatoria” que promovió Varela hace casi un siglo y medio logró disminuir las diferencias de formación entre los distintos sectores de la población y hacer una sociedad un poco más homogénea.

    Pero de un tiempo a esta parte hay problemas importantes al respecto. Algunos de ellos están en el centro del debate público, como los altos índices de deserción que tiene la educación secundaria y los bajos niveles de aprendizaje que muestran los estudiantes de distintos niveles en algunas pruebas internacionales. Bajó el nivel, la calidad y la cobertura de la educación y eso es preocupante. Que no hay desarrollo posible de un país sin una buena enseñanza es algo que todos comparten y el debate de cómo lograr las mejoras ha sido una constante durante los últimos años. Poco se ha hecho, aunque ahora hay un nuevo intento.

    Hasta ahí lo que se puede ver a simple vista y se está intentando, de una forma u otra, mejorar. Pero hay otro Uruguay, mucho más pequeño, que corre a nivel subterráneo y que debería preocupar igual o más a los principales líderes tanto del oficialismo como de la oposición. Una foto de ese Uruguay está incluida en la última edición de Búsqueda, en una nota que se titula: “Casi la mitad de los presos que ingresaron a las cárceles en 2022 son analfabetos”, basada en un informe del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) en coordinación con el Instituto Nacional de Rehabilitación.

    Es una terrible noticia por varios motivos. En primer lugar, porque prueba que se resquebrajó aquello de un país alfabetizado a todos los niveles. Ya no lo es más. De los 7.780 personas que fueron encarceladas durante 2022, sin contar los reingresos, casi la mitad no pueden leer ni escribir. Realmente impactante.

    En segundo lugar, porque el sistema no logra hacerles un seguimiento y contemplarlos en su ignorancia y muchos de ellos terminan en la cárcel, en la mayoría de los casos por delitos menores. Hay muy poco lugar en el mundo contemporáneo para quien sea analfabeto. Y menos a nivel laboral. Pensábamos que en Uruguay la cifra de personas con esa pesada carga era casi insignificante pero no lo es.

    Y en tercer lugar, porque la nota de referencia también muestra que hay un esfuerzo del Poder Ejecutivo en tratar de formar a esa cantidad importante de analfabetos, pero que actualmente solo tres de cada 10 presos tienen acceso a educación formal. “Es alarmante”, dice el director nacional de Educación del MEC, Gonzalo Baroni, y le asiste toda la razón. Informa además sobre un programa que intenta revertir la situación, aunque deja entrever que no será nada fácil.

    Las cárceles se han transformado en una prueba de ese Uruguay que avanza en silencio hacia el peor lugar posible. Cada vez cuentan con más presos y los delitos apenas bajan en algunos casos y en otros suben. El 70% de quienes las habitan tienen menos de 30 años, la mayoría fueron condenados por delitos menores, y nueve de cada 10 son varones. A su vez, el país cuenta con 408 presos por cada 100.000 habitantes, una tasa de encarcelamiento que triplica la media mundial estimada por Naciones Unidas.

    Ahora nos enteramos también de que se están llenando de analfabetos que en poco tiempo volverán a salir a las calles, y seguramente a delinquir, como muestran las estadísticas. Son problemas que casi no se discuten, mientras crecen en forma lenta pero sostenida. Se retroalimentan y avanzan. Como una mancha de tinta que se expande en un mantel que antes era blanco y ahora ya no lo es tanto. Una verdadera bomba de tiempo.