El “afuera” que preocupa

El “afuera” que preocupa

La columna de Amadeo Ottati

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Nº 2158 - 20 al 26 de Enero de 2022

Saben bien quienes siguen esta columna la preferencia por abordar en ella temas estrictamente deportivos. Esto no quita que, en ocasiones puntuales, debamos ocuparnos de otros de distinta índole, pero cuya conexión con aquellos resulta manifiesta.

El fenómeno de la violencia es, desde siempre, un flagelo que azota —en mayor o menor grado— a todas las sociedades del mundo, y que compromete el normal desenvolvimiento de sus diversas actividades; entre ellas, y de modo creciente, las de índole deportiva. En tal sentido, y en lo que concierne a nuestro país, la prensa especializada ha debido ocuparse últimamente de una serie de actos de naturaleza delictiva, directa y ostensiblemente vinculados con hinchas de los equipos grandes. Los acontecimientos en cuestión muestran la muy preocupante particularidad de haber traspasado la acotada intimidad de los ambientes en que estos suelen moverse para proyectarse al ámbito mucho más vasto e indefinido de la propia sociedad en su conjunto. Tanto, que esta viene siendo últimamente el escenario global en que han ocurrido una serie de muertes, cuyo común y confeso motivo, ha sido el diferente color de la camiseta que portaban víctimas y victimarios. Ocurre que, de un tiempo a esta parte, las temibles “barras bravas” de Peñarol y Nacional se han volcado a las calles, y ya son varias las muertes de un lado y del otro, y otras más, las que se han ocupado de anunciar, como mutuas represalias.

Sabido es que esa oposición entre hinchas aurinegros y tricolores data del fondo mismo de la vieja y rica historia de ambas instituciones. Pero lo que ha ido cambiando con el paso del tiempo (y para peor) es el modo y los ámbitos en que esas diferencias se manifiestan. Sería muy ingenuo suponer que años atrás no existieran duros enfrentamientos, que podían zanjarse de la peor manera, cualquiera fuera el lugar en donde se produjeran. Pero eran, generalmente, situaciones concretas, que involucraban solo al ofensor y al ofendido (o a lo sumo, a algún circunstancial acompañante), pero que en modo alguno obedecían a un plan ya preestablecido y realizado con el respaldo de un grupo delictivo organizado con esa aberrante finalidad. Cuando el entredicho se verificaba en su ámbito natural (o sea en un escenario deportivo) de seguro se vería prontamente abortado por la intervención de algún tercero, adyacente al lugar del hecho. Y cuando ese panorama acotado comenzó a amplificarse (entre otras cosas, por la aparición de las “barras” y el mal uso de las redes sociales) la separación de las hinchadas pareció ser una respuesta adecuada y suficiente. En el Estadio Centenario no bastó con asignarle las dos tribunas laterales a cada una de las parcialidades, sino que incluso en la Tribuna Olímpica —símbolo desde siempre de la más sana y pacífica convivencia— debió ser instalado un “pulmón” de varios metros de extensión, que separara a los hinchas de cada equipo.

Con todo, hubo un hecho que marcó un antes y un después en el desarrollo de esta creciente espiral de violencia, y lo fue el recordado clásico de la garrafa, en noviembre del año 2016. Antes de que el partido comenzara una garrafa fue arrojada al vacío desde lo más alto de la Tribuna Ámsterdam (ocupada por la parcialidad aurinegra) hiriendo a un policía y al perro que le acompañaba. El cotejo no llegó a jugarse por la valiente y atinada decisión del juez pero el hecho fue una suerte de disparador de la ya latente preocupación de las autoridades de la AUF de la época —encabezadas por Wilmar Valdez— para conformar una “Comisión de Seguridad” dentro de ese organismo, con funcionarios policiales de probada jerarquía y experiencia. También para la instalación en el exterior del Estadio, especialmente en los lugares de ingreso al mismo, de varias cámaras de reconocimiento facial de alta fidelidad, lo que permitió conformar una nómina de personas proscriptas, por haber incurrido en hechos de violencia en escenarios deportivos o en ocasión de éstos, cuya cifra resulta periódicamente actualizada y es hoy cercana al millar.

Quizás por directa derivación de esos severos controles, los más recientes actos de violencia en cadena, protagonizados por hinchas de los dos clubes grandes, se han desarrollado o se anuncian afuera de los escenarios deportivos. De esta manera, la eventual solución para evitarlos o reprimirlos compete al Ministerio del Interior. Y no caben dos opiniones, en cuanto a la inoportunidad de que, en estas preocupantes condiciones (con públicas y muy graves amenazas cruzadas por ambas partes) la cartera haya autorizado la disputa de estos dos partidos clásicos, el primero ya este próximo sábado 22 y el otro una semana después. Esto con la particularidad no menor de que la Comisión de Seguridad de la AUF haya desaconsejado la realización de estos partidos en sendos informes (uno verbal y el segundo por escrito) que le fueron solicitados. Por esa razón el organismo rector de nuestro fútbol decidió declinar su organización, según adujo, para evitar eventuales responsabilidades por lo que pudiera ocurrir, pese a ello, igual se comprometió a colaborar en algunos aspectos puntuales para no entorpecer un emprendimiento acordado con la empresa Tenfield, en su exclusivo beneficio.

Es un innegable dato de la actual realidad que las preocupantes manifestaciones de violencia relacionadas con la añeja y eterna rivalidad entre los hinchas de ambos equipos grandes, hoy se idean, instrumentan y concretan, ya no en el “adentro” —o sea en el interior o entorno de las instalaciones deportivas— sino en el “afuera”, por una intimidante y bien identificable porción de la sociedad, cada vez más apegada a dirimir sus diferencias, aún a costa de darle muerte a quienes no comparten sus preferencias. O sea, en la órbita propia y exclusiva del Ministerio del Interior. Más aún, cuando la principal incitación a esa suerte de “guerra deportiva” proviene del interior mismo del Penal de Libertad por parte de un notorio delincuente, que gozaba del inadmisible privilegio de convocar a sus huestes al exterminio del “enemigo”, desde su celda y con su propio celular.

Aunque la policía pueda, en las pocas horas que faltan para este primer clásico, dar finalmente con el autor o los autores del último homicidio insistimos en que no estaban dadas las condiciones necesarias para jugar estos partidos, en este clima enrarecido. Estamos convencidos de que su cancelación no hubiera sido un renunciamiento, sino un serio y severo llamado de atención para todos aquellos que entienden que el mero festejo de una victoria clásica por los hinchas del tradicional rival, es de por sí un motivo suficiente para atentar contra su vida o integridad física.