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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSi la Comisión Nacional de Patrimonio Cultural de la Nación o el Ministerio del ramo o la Presidencia de la República deciden aplicar el artículo 15 de la Ley 14.040 (ley de patrimonio) el águila nazi del Graf Spee queda sin posibilidades de salir del país.
Tal como dice el punto B), del artículo 15, “no podrán salir muebles y objetos de uso decorativos que se distingan por su excepcional singularidad, antigüedad o rareza”.
Una decisión de ese tipo puede facilitar una venta y exhibición “controlada”, tal como expresan integrantes de la comisión interpartidaria que trata el tema. Las instituciones del Estado uruguayo serían el control.
Jurídicamente no hay cabida a un eventual reclamo exitoso por lucro cesante de la parte privada titular de la pieza, aduciendo un cercenamiento de la libertad de comercializarla en todo el mundo. Al respecto ya hay antecedentes, jurisprudencia. Se trata de una obra de autoría de Torres García que no se permitió su salida para la venta en el extranjero. Luego de dos años de litigio contra el Estado, el propietario perdió la demanda. Puede haber otros casos que desconozco. El mencionado salió publicado en Búsqueda como noticia
De todas maneras, se requiere de una pericia jurídica para descartar que la propuesta no colide con las normas de la ley de cascos hundidos, su reglamentación y el contrato, en el cual se amparó la extracción del águila.
En ningún escenario el Estado tiene que generar erogaciones. Esa orientación va acompañada con el de impedir el riesgo de uso neonazi de la escultura. Tampoco el Estado debe tomar iniciativas de venta, sino que tendría que armar un cuerpo de criterios, basado en normas vigentes para el manejo del bien. Para que quede claro, los objetivos deben ser de precaución máxima de caer o ser utilizada por personas neonazis y en el caso de venta al exterior, solo hacerlo a países de prolongada tradición democrática y, dentro de ellos, a instituciones sin fines de lucro abaladas por los Estados donde arribaría el águila.
Debería quedar por el camino que el Estado gaste en armar un museo de la Batalla del Plata a partir de una pieza preponderante con significado de horror en relación con la historia de la humanidad. No creo que pueda haber museografía posible donde el águila quede integrada y no sea una pieza acompañada de “cacharros” y planchas con textos. ¿Cuáles son el resto de objetos para ese eventual museo? Además, no puede ser que la pieza en cuestión nos obligue a resignificar espacios, hechos históricos, identidades, ofertas patrimoniales, cuidado de manifestación de grupos totalitarios. No lo amerita un enfrentamiento bélico que sucedió azarosamente en aguas uruguayas y sin peso en el transcurso de la II Guerra Mundial y sin incidencia en la historia del país (solo momentánea). Además —y creo que esto es lo más importante—, todos los museos del país están muy carentes, pobres, vacíos de visitantes, con personal mal formado, equipamientos vetustos; por ello, no tiene sentido que nos impongamos crear uno nuevo. En lo personal y de manera pública, escrita, como lo estoy haciendo ahora, me opuse a la creación del Museo del Tiempo con su exorbitante presupuesto, por la misma razón.
En todo caso, que a ese eventual museo de La Batalla del Plata lo financie un privado (instalación y funcionamiento) al que el Estado le ceda un lugar dentro de alguna dependencia de la Armada. No en otro espacio. Ahí donde se vean deambular, recibir y, si es necesario, orientar a los visitantes por los uniformados de la Armada de la patria democrática, desplegando respeto y amabilidad. Además, el MEC deberá aprobar la museología y museografía. De esta manera, la posible prohibición de sacar del país al águila tiene su correlato en una exhibición “controlada”. Si no hay museo financiado por privados, el águila se guarda.
La disyuntiva manejada por algún integrante de la comisión interpartidaria que expresa que “se vende o se exhibe”, no contempla con firmeza el “control”. “Se vende o se exhibe” si hay control y el Estado no arriesga sus valores democráticos y su patrimonio económico. Poner por detrás, o en un mismo plano, las implicancias políticas y culturales de la pieza, con las infundadas cifras de “oferentes”, tan reales como el título académico de Raúl Sendic, resulta una eleboración interesada. Estoy convencido de que esas cifras (por ejemplo, se dijo 60 millones de dólares) fueron elucubradas por Alfredo Etchegaray y hechas noticia para generar un clima de especulación a favor de la venta libre de controles. Pero puede ser peor aún; si esos oferentes existen, estamos frente a organizaciones y personas de profunda oscuridad financiera e ideológica.
Quien dijo o patrocinó la consigna “se vende o se exhibe”, promovió involucrar a autoridades del país con una orientación y con unos intereses concretos, así como inclinar la balanza. Al decir que con lo recaudado de una eventual venta se puede comprar una nave de patrullaje maríticimo (sic), generó una alternativa capciosa. Así planteadas las cosas en el arranque, es favorecido Alfredo Etchegaray. Si Etchegaray gana mucho dinero con el águila bien por su trabajo, pero la autorización a la venta debe ser el resultado de una lectura y conclusión integral del asunto. Y el asunto es qué se hace con el águila. No se puede empezar a tratar el tema del águila como se hizo. Vendemos el águila y con lo recaudado compramos una nave marítima. A quien(es) se encuentre(n) en la posición antedicha, especialmente, les dejo la pregunta de cierre:
¿El Uruguay, sus instituciones, quieren seguir situando al país en el mundo, como una voz ilustrada, democrática, cuidadosa, con transacciones de bienes culturales, con y sin fines de lucro —como lo realiza todos los días— o vamos a armar un “boquete” para vender el águila, comprarnos una barca marítima y de esa forma convertirnos en comerciantes de antigüedades buscando el mayor rédito económico?
Manuel Esmoris
CI 1.530.424-3