El amor y el espanto

El amor y el espanto

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2226 - 25 al 31 de Mayo de 2023

Los grupos de mamis de los reborn se comportan igual que todos los grupos de mamis: tienen sus WhatsApp y sus páginas en las redes sociales, se consultan, se reúnen, intercambian. Las de España suelen juntarse en Madrid, aunque vienen de todos los puntos cardinales, y los encuentros suceden en salas de convenciones de hoteles o en parques públicos a donde van con sus bebés, sus cochecitos y todos los accesorios. Cuando uno ve los videos y las fotos de las reuniones detecta algo raro, algo ligeramente desplazado de la realidad: las señoras parecen un poco mayores, los bebés parecen demasiado perfectos y hay un punto excesivo en lo festivo del ambiente. Es entonces que uno descubre que son mujeres que juegan con muñecos, personas adultas que los visten, los miman y les dan cuidados. ¿Y por qué no? ¿Acaso hay una edad para jugar?

Son niños pequeños hechos en silicona o vinilo, figuras hiperrealistas que reproducen hasta el último detalle de un bebé. El pelo, la piel con venitas, la lengua, el peso, la temperatura corporal. Hasta el tacto, dicen, es casi real, igual al de un recién nacido. Algunos incluso pueden simular que comen o respiran o emiten soniditos. Cuesta distinguirlos de los verdaderos. Los cochecitos en los que los llevan son de verdad, las bañeras en las que los bañan son de verdad, algunos tienen habitación propia y un armario repleto de ropita y zapatitos de verdad. Lo único falso es el niño.

Todo es muy bonito hasta que uno se entera de que hay mamis que los “alimentan”, los arrullan, los bañan y les cambian la ropita a diario, que los llevan a la peluquería y a pasear en sus carritos, algunos hasta hacen pipí y ellas les cambian los pañales. El presunto hobby se empieza a volver inquietante, sobre todo después de saber que estos juguetes no se compran sino que se “adoptan”, que se entregan con una pulsera identificatoria como las de los hospitales, con un certificado de nacimiento que incluye el peso y el tamaño del bebé y los nombres de sus padres.

A medida que uno se sumerge en ese mundo, cada vez descubre aristas más escalofriantes.

Algunos “adoptantes” son parejas que no han podido tener hijos, mujeres que han sufrido abortos o que fueron madres y sus hijos murieron o tal vez crecieron y ellas sienten nostalgia de verlos como bebés.

“Yo sé que ese bebé no se va a morir”, dice una mujer en el documental español de Conexión Samanta. Tamar y su marido Iván no han tenido hijos, pero ella se desvive y emociona con sus siete reborn: cuatrillizos prematuros, dos niñas y un niño. Sí, prematuros, y los hay con síndrome de Down si el consumidor lo desea. “No son bebés reales pero me ayudan a sobrellevar mi pena. Yo me moría por ser madre pero he tenido que mentalizarme de que no va a ser así. Ese vacío lo llenan mis bebés reborn”, dice Neus, otra mami. Eva, una asturiana de 54 años, tiene 16, sus carritos, cunas, habitaciones infantiles llenas de ropita, llenas de todo. “Yo voy tres veces a la semana a comprar ropa y accesorios para mis bebés”.

Las mamis reborn saben que las ven como a unas locas, tal vez por eso se apoyan, se reúnen de forma presencial, tienen blogs y páginas, redes sociales. Dicen ser conscientes de que sus juguetes no son reales, que son muñecos, pero viéndolas actuar es evidente que la relación afectiva que establecen con el objeto es particular, extraña, y se parece inquietantemente a los lazos con un bebé humano.

Hay quienes aseguran que estos muñecos pueden tener fines terapéuticos, pueden estar indicados para personas con ciertos problemas emocionales, aunque uno se pregunta hasta qué punto será saludable que una persona viva una ficción de maternidad con un juguete. No parecen ser meros objetos coleccionables como lo serían los autos o los trenes o las muñecas tradicionales. Algunos van más allá y dicen que generan dependencia.

Teresa Barrera, terapeuta de familia y pareja, explica que estos muñecos pueden ser útiles “siempre y cuando se utilicen en una terapia psicológica, es decir, sabiendo que esta herramienta tiene un objetivo concreto, que va a ser usada de forma temporal y que cuenta con la recomendación de un especialista”. También alerta del peligro que supone usar este tipo de muñecos con el fin de reparar una herida, por fuera de una terapia psicológica. En la actualidad se empiezan a usar, aparentemente con éxito, en tratamientos con adultos mayores para sobrellevar el Alzheimer.

Los reborners (fabricantes) han creado una industria lucrativa porque, como se sabe, para cada necesidad hay un producto. Muchos son artesanos que trabajan cada muñeco, que invierten días en darle vida al molde de vinilo o silicona. Porque hacer un bebé reborn puede llevar cuatro semanas, de ahí su precio tan elevado. Estos chiches no son baratos, se puede llegar a pagar desde unos cientos de euros hasta 6.000 o más. El reborner parte de una escultura con la que se hará el molde original, que más adelante se rellenará para crear la figura del bebé. Son los más cotizados, el tacto de la silicona es casi idéntico, y pueden llevar pelo natural, pestañas, mecanismos que simulan respiración y micción, que abren y cierran sus boquitas. Por supuesto, requieren mantenimiento y cuidados, también bastante costosos.

Como es fácil de ver, este hobby —si es un hobby— tiene sus luces y sus sombras. Los muñecos pueden resultar tiernos o inquietantes, causar admiración o rechazo, pero uno no puede dejar de preguntarse qué carencias, qué trastorno, qué desequilibrio hay detrás del apasionado apego (¿o lo llamamos amor?) de las mamis, cada vez más numerosas, que “adoptan” estos juguetes sofisticados, que cambian la realidad por vivir una ficción de silicona.