N° 1992 - 25 al 31 de Octubre de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEscribir estas columnas tiene algo de deporte de riesgo. Mejor dicho, escribir estas columnas y luego difundirlas en las redes sociales tiene algo de deporte de riesgo. Es como saltar en paracaídas sabiendo que el instructor que va contigo está buscando la manera de cortarte la cinta mientras caes: su idea no es instruirte, su idea es lograr que te estampes contra el piso. Al mismo tiempo, es claro que nadie lo obliga a uno a hacer lo que hace, escribir y difundir lo escrito son actos voluntarios y adultos. En resumen, que uno sabe con qué bueyes ara y conoce el paño, así que no vale quejarse. En todo caso, lo que sí vale es intentar descifrar si existe alguna lógica en ese empeño más bien criminal del instructor. Vamos ahí.
Desde hace ya algún tiempo es frecuente encontrar en la prensa digital titulares como Messi humilla a su rival o Salvini destroza a la Unión Europea. Las noticias serían en estos casos que Messi le hizo una moña a un jugador del cuadro contrario y que Salvini se puso a revolear el dedito en plan amenazante cuando en Bruselas le rechazaron los presupuestos. Es decir, lo que hasta hace unos años era conocido como noticias de morondanga: cosas que ambos protagonistas hacen todo el tiempo.
Lo distinto es que esos medios digitales obtienen sus ingresos de los clics que sus noticias reciben, del tránsito que logran generar con sus titulares. Por eso necesitan que algo tan banal como un caño de Messi o una declaración populista de un populista sean un destrozo o una humillación. La noticia ya no es la información en sí, sino el espectáculo que se logra montar con ella. Son irrelevantes la moña o el dedito al aire, lo que cuenta es el ruido que se logra generar con esos materiales. Esto produce, por cierto, una banalización tanto de las habilidades del jugador rosarino (lo vamos a extrañar cuando no esté) como de los exabruptos del ultra Salvini (no lo vamos a extrañar en absoluto). Pero ese es un precio que los ciudadanos, o al menos los lectores de esos medios, pagan alegremente, seducidos por la idea de contemplar un destrozo o una humillación. Es decir, por la noticia como puro espectáculo moral, no como el registro de unos hechos.
Esta lógica del clickbait parece ser resultado de una cierta búsqueda de lo emocional en lugar de lo fáctico. Ya lo dijo el propio MIT en un estudio reciente, los principales difusores de las noticias falsas que pululan en la red son los propios usuarios, no los malvados bots de Putin. Si yo titulo Messi hace lo de siempre, no provoco la misma reacción moral y emocional que generan una humillación o un destrozo. Por más que eso sea más ajustado al dato: Messi se aburre de desparramar rivales con sus moñas en cada partido.
En su ensayo En el enjambre el filosofo surcoreano Byung-Chul Han apunta: “Una sociedad sin respeto, sin el phatos de la distancia, conduce a una sociedad del escándalo”. Y agrega: “El respeto constituye la pieza fundamental para lo público. Donde desaparece el respeto decae lo público”. Es precisamente esa clase de pérdida la que se vive actualmente en el universo digital, en particular en las redes sociales. Para que exista lo público debe existir lo privado. Cuando el respeto, esa distancia, esa revisión de lo dicho, desaparece, ambos universos tienden a fusionarse en un solo y agresivo ruido digital.
De ahí que tanto por la vía de la búsqueda del clic, que convierte la noticia en un espectáculo, como por esa desaparición de lo privado (la comunicación digital hace pornografía con lo íntimo), el universo digital no puede ser una plaza pública en el sentido tradicional que le asigna la democracia. Su lógica de lo inmediato, escandalosa e irrespetuosa, se aleja de las dinámicas, de las distancias que se necesitan para conversar entre iguales y alcanzar acuerdos.
De hecho, la lógica que impera en el universo digital no se interesa por el diálogo. Al revés, busca, precisamente, humillar y destrozar. Todo aquello que el enjambre digital, volátil y sin una trayectoria ideológica detrás detecta como punible, es atacado con virulencia. Esto es bien distinto al funcionamiento de los movimientos de masas previos, sobre los que Han señala: “Con un alma, unida por una ideología, la masa marcha en una dirección. Por causa de la resolución y la firmeza voluntaria, es susceptible de un nosotros, de la acción común, que es capaz de atacar las relaciones existentes de dominación”. A los enjambres digitales, prosigue Han, “les falta esta decisión. Ellos no marchan. Se disuelven tan deprisa como han surgido. En virtud de esta fugacidad no desarrollan energías políticas. Las shitstorms (literalmente, tormentas de mierda) tampoco son capaces de cuestionar las dominantes relaciones de poder. Se precipitan solo sobre personas particulares, por cuanto las comprometen o las convierten en motivo de escándalo”.
Unos poderes que, entre otras cosas, son los proveedores del tablero sobre el cual se juega. Mark Zuckerberg, por ejemplo, puede ser sujeto de un sinfín de memes denigratorios en su propia plataforma, pero es de facto el dueño de nuestra privacidad y la usa para llenarse los bolsillos. Se sabe positivamente que ha vendido esta información a empresas que han logrado incidir en elecciones sin que eso le haya provocado más que unas multas, ínfimas si consideramos su patrimonio. El proveedor del tablero queda por definición fuera del menú de ideología difusa que encamina al enjambre de indignados, ya que es, al mismo tiempo, el proveedor de las coordenadas que debe tener el espectáculo para poder convertirse en insumo para el Homo digitalis.
Otra característica del enjambre digital: sus integrantes jamás se perciben como tales. Los más mesiánicos se ven a sí mismos como justicieros, mientras los más cínicos apelan al sarcasmo, a fin de que les resulte aceptable arruinarle la vida al receptor de la tormenta de mierda correspondiente. “La rebeldía, la histeria y la obstinación características de las olas de indignación no permiten ninguna comunicación discreta y objetiva, ningún diálogo, ningún discurso”, recuerda Han.
Por poner un ejemplo que haga claro el contraste con la política previa: los sindicatos llevan bastante más de 100 años discutiéndole el poder a los patrones. Lo han hecho presionando, negociando, aceptando y exigiendo, ocupando a partir de su insistencia voluntaria, su carácter de masa, su carácter de nosotros constituido, ese lugar en la plaza pública que antes no existía para ellos. Es prácticamente el reverso exacto del accionar indignado, que casi nunca va más allá de la lógica afectiva y efímera del rebaño.
Dado que la indignación es incapaz de estructurarse en un accionar sistemático e incapaz de hacer política, los indignados suelen ser aplaudidos desde ese poder que maneja la estructura del escenario en donde transcurre el show. Por eso estos powers that be suelen financiar generosamente sus virulentos espasmos: mientras el Homo digitalis actúe según la lógica del escándalo y el escrache sentimental, ellos tendrán el quiosco bien atado, sin que se les mueva siquiera el cerquillo.