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    El fútbol tiene esas cosas

    N° 2061 - 27 de Febrero al 04 de Marzo de 2020

    Pocas veces se da lo que ha acontecido en la reciente segunda fecha del Torneo Apertura, especialmente en los partidos disputados por los dos equipos grandes ante Cerro Largo y Defensor. ¿Por qué esta afirmación? En primer lugar, porque en ellos se dieron resultados que poco y nada tuvieron que ver con los merecimientos de los participantes. También por cuanto en su trámite hubo circunstancias de juego muy poco comunes. Y, por último, por la recíproca incidencia que lo ocurrido en estas dos jornadas tuvo, no solo en la diferencia del puntaje entre ambos equipos, sino en el futuro inmediato de sus actuales técnicos, que, con un día de diferencia, pasaron de la desazón a la conformidad, en el caso de Munúa, y exactamente a la inversa, en el caso de Forlán.

    ¡Vayamos por partes! El sábado Nacional procuraba su primera victoria en el torneo, tras la dura derrota ante Rentistas una semana antes. Tenía la obligación de mejorar su muy pobre nivel de juego, frente a un Cerro Largo al que no había podido superar durante todo el año anterior. Sin embargo, pese a los cambios que introdujo su técnico, el elenco tricolor no mostró la más mínima mejoría en sus distintas líneas. Así, cuando expiraba el primer tiempo, un centro largo que sobrepasó a sus dos zagueros fue conectado por un delantero arachán para poner en ventaja a su equipo. Aunque en el complemento Munúa echó mano al banco, dándole ingreso a Castro, Vecino y Amaral, Nacional siguió sin inquietar al arco adversario. Y a 15 minutos del final, un contragolpe de Cerro Largo sorprendió adelantada a toda la retaguardia tricolor, y el recién ingresado Dorrego sacó un impresionante remate que superó la estirada de Mejía. Esa ventaja de dos goles parecía –y así ocurrió– inalcanzable para Nacional en el tiempo reglamentario. Pero cuando se jugaba el segundo minuto adicional empezó el increíble y funesto show del golero Aguerre, que fue determinante para torcer el curso del partido. Ante un centro pasado que Castro se disponía a conectar de bolea, el golero lo cruzó violentamente con una pierna levantada, derribándolo dentro del área. El juez Cunha sancionó correctamente el penal y, aunque debió haber sido roja directa, mostró una segunda tarjeta amarilla, que excluyó de la cancha al infractor. Ya sin cambios por hacer, y mascullando su bronca por lo acontecido, el técnico Danielo Núñez colocó en el arco al zaguero Ferreira. Bergessio anotó el consiguiente penal, y en los minutos restantes Nacional arreció en su ofensiva, hasta que el volante Yacob cazó un rebote dentro del área y con remate cruzado logró el agónico empate final.

    Ni el más fanático hincha tricolor pensaba, cuando su equipo estaba dos goles abajo al finalizar el tiempo reglamentario y jugando rematadamente mal, que algo pudiera evitar su nueva derrota. Y menos aun, que la tabla de salvación llegaría de parte de un futbolista al que odian desde hace tiempo por su constante y provocativa demostración de su origen aurinegro. Si se analiza fríamente esa jugada (algo que no puede pedírsele a Aguerre), su violenta infracción contra Castro era perfectamente evitable. Bastaba con que hubiera cubierto con su cuerpo el ángulo del probable remate. Y, en todo caso, aunque el gol se hubiera concretado, parecía altamente improbable que en ese par de minutos que faltaban, el equipo tricolor –jugando tan mal como lo venía haciendo– pudiera llegar a empatar el partido.

    ¿Mereció ganar Nacional? En modo alguno. Fue nuevamente un colador en su defensa, no provocó nada positivo en el medio campo y tampoco supo desarrollar situaciones de peligro ante el arco adversario. Y si finalmente pudo rescatar un punto de oro, fue por ese insólito final que tuvo el partido. Y su técnico Munúa –que ya estaba casi con un pie afuera de su cargo, tras lo que iba a ser su tercera derrota consecutiva en partidos oficiales– ahora puede tomar algo de aire y disponer de una nueva e impensada oportunidad para mejorar el rendimiento de su equipo.

    Claro que, para que ello pueda eventualmente acontecer, también tuvo mucho que ver la insólita derrota de Peñarol el día siguiente ante Defensor en el Parque Franzini. ¿Cómo explicar que el muy superior despliegue aurinegro en tres cuartas partes del partido no le permitiera alzarse con una victoria que lo hubiera dejado con una ventaja de seis puntos sobre su tradicional rival? Es que, especialmente en el primer tiempo, Peñarol hizo un despliegue ofensivo muy interesante, al que solo le faltó mayor fortuna en la definición, pues fueron varias las situaciones de gol –la mayoría provocadas por el debutante Terans– que no se concretaron, solo porque los palos del arco violeta lo impidieron.

    Pero la apertura del tanteador llegó, al fin, en el arranque del complemento, y de allí en más –aunque sin repetir el excelente despliegue de la primera mitad– fueron varias las jugadas que pudieron haberle permitido estirar la ventaja y situarse en franca posición ganadora, entre ellas un clarísimo penal cometido por el golero violeta Castro en perjuicio de Xisco, que el juez del partido no sancionó. En ese contexto claramente favorable, Forlán decidió –por razones tácticas, según luego dijera– el ingreso de Cristian Rodríguez por Terans. No se entendió la razón de esa variante, si bien un inmediato destello de la reconocida jerarquía del recién ingresado dejó a Pellistri camino al gol que pudo haber liquidado el partido, pero que nuevamente el travesaño impidió que se concretara.

    Lo cierto es que en los minutos siguientes el partido se hizo más parejo, tras los ingresos de Albín y López en el equipo del dueño de casa. Aun así, el gol violeta no se vislumbraba, hasta que llegando al último cuarto de hora, justamente esos dos futbolistas armaron y concretaron la jugada del empate. Ya ese resultado parcial parecía demasiado castigo para el muy superior trabajo del visitante, pero en los descuentos el juvenil Milán sorprendió adelantada a la defensa rival y, ya dentro del área, fue derribado desde atrás por Rojas, en jugada dudosa, pero que Fedorcsuk sancionó correctamente como penal ante las vehementes protestas de la gente aurinegra. De golpe y porrazo, pues, cuando un rato antes nadie podía sensatamente imaginarlo, Peñarol pasó a perder injustamente un partido que no debió habérsele escapado de sus manos. Y la diferencia ante su eterno rival, que bien pudo haber sido de seis puntos, se vio reducida apenas a dos, claro que como directa consecuencia de la confluencia de una serie de factores que no siempre se presentan en un fin de semana futbolístico.

    Ahora, en lo inmediato, ambos equipos grandes deberán apuntar las baterías a la actividad internacional, en la que –por lo visto hasta ahora– Peñarol parece asomar con mayores posibilidades.