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    El fútbol uruguayo

    Sr. Director:

    , regenerado3

    El fútbol: nuestra mejor herramienta. Culminado el campeonato mundial de fútbol, nuevamente nos sorprendemos cómo nuestro país, con tan solo tres millones y poco más de habitantes, alcanza una posición que pareciera reservada a seleccionados de naciones con otras realidades económicas y sociales.

    Siendo este particular deporte el único con la capacidad de no reservar victorias —sin duda por jugarse con el pié— su reinado se ha extendido prácticamente a todos los países.

    Ello hace aún más admirable lo conseguido en Rusia.

    Quienes hemos tenido la suerte de observar desde dentro este gran proceso forjador de futbolistas, resaltamos no solo los logros deportivos obtenidos por nuestra Selección sino también su sorprendente capacidad de constituir una caja de resonancia de principios y valores que nos identifican como sociedad.

    Más aún nos sorprendemos cuando somos conscientes de las enormes dificultades que enfrentan día a día aquellos responsables de que un niño termine su adolescencia, convirtiéndose en un jugador profesional de fútbol.

    En esta gesta transformadora encontramos clubes de baby fútbol, clubes amateurs, clubes profesionales, técnicos, profesores de educación física, equipiers, cocineros, cancheros, funcionarios administrativos, asociaciones y ligas deportivas, etc. etc. Una larga lista que integra un andamiaje cuyo principal eslabón lo constituye una familia dedicada a un sacrificio silencioso, en pos de ver materializadas sus esperanzas de un cambio casi imposible de conseguir fuera del fútbol.

    Pues acompañar el camino de un niño que en su preadolescencia es llamado a integrar las filas de un club de fútbol implica estar allí, soportando los largos traslados a los centros de entrenamiento, tres horas diarias de lunes a viernes más la competencia del fin de semana en alguna ignota y deteriorada cancha, rogando que sea titular, soportando todas las inclemencias del tiempo.

    Allí están, año tras año, alimentando el sueño.

    Esa pasión que involucra a “toda” la familia, constituye una fuerza motora que aun tolerando las graves carencias e inequidades que hieren a nuestro fútbol, constituye per se un leitmotiv.

    No es posible encontrar en nuestra sociedad una voluntad aplicada comparable a esta.

    Todo lo cual se traduce en una gran oportunidad para la educación.

    Un niño que dedica su juventud al fútbol, es forjado a fuego bajo valores que hoy son difíciles de transmitir, ya en la familia, ya en los centros de enseñanza.

    El respeto a la autoridad y al compañero, el sentido de pertenencia a un grupo, la socialización con realidades socioculturales diversas, la gratificación por el esfuerzo, la competencia sana, el aprendizaje de la frustración, la tolerancia, el apego a las normas, la representación de un colectivo… el sentirse útil. Todo dentro de un marco de desarrollo físico y de ajenidad a los vicios: ser jugador de fútbol implica ofrendar fines de semana, alejarse del alcohol, la droga y el cigarrillo, aquello que conspira contra el alcance del sueño de la profesionalidad.

    Además de continuar paralelamente los estudios curriculares, condición exigida por los propios clubes.

    Lamentablemente hoy son mayoría quienes quedan fuera de poder recorrer ese camino. Miles quedan con la esperanza recortada. Las instituciones no tienen medios económicos para formar a tantos jugadores. Y quienes logren ingresar, deberán soportar hambre, canchas embarradas, pelotas deterioradas, instalaciones deficientes, equipos inapropiados para tolerar el frío o el calor, amén de una exasperante falta de transporte. Sin extendernos en lo que deben vivir aquellos chicos que llegan desde el interior del país, lo que ameritaría una nota aparte.

    El déficit mensual de los clubes profesionales “chicos” dificulta cada día más su labor de formación, además de ensanchar la brecha con los “grandes” y generar un abismo con las realidades de instituciones extranjeras.

    Hoy está en juego la supervivencia de instituciones nacidas a principios del siglo XX. Clubes que han sido y son artífices de glorias pasadas y actuales.

    Mueren de inanición ante la vista displicente de un Estado que no logra advertir la importancia capital que representan para forjar buenos deportistas y mejores seres humanos, citados a ondear por el mundo la bandera de nuestra propia existencia como nación.

    El Estado debe colaborar con el fútbol y así tenemos que exigírselo. Esta premisa deberá integrar el primer punto del orden del día de quienes finalmente gobiernen por los próximos cuatro años la Asociación Uruguaya de Fútbol.

    Renzo Gatto Trochon