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    El “legado” de Bachelet

    N° 1949 - 21 al 27 de Diciembre de 2017

    Hace cuatro años en un pico de popularidad en alza Michelle Bachelet ganó la elección presidencial con 62,15% de los votos. La expresidenta y la centroizquierda regresaban a La Moneda con un programa de reformas económicas y sociales para reducir la desigualdad y lograr una mayor inclusión social. El programa implicaba un giro a la izquierda y un vocero de la presidenta anunció que se emplearía una retroexcavadora para eliminar todo vestigio del gobierno de Piñera. El periodista Ascanio Cavallo aludió entonces a un proceso de “uruguayización” de Chile.

    El amplio triunfo de Piñera el domingo 17 completó un ciclo electoral iniciado hace 14 meses con la votación de alcaldes que confirma la mejor performance de la centroderecha en décadas: ganó la mayor cantidad de alcaldías, la mayor representación parlamentaria y por segunda vez en ocho años la presidencia.  

    Por contraposición, la derrota del domingo deja a la centroizquierda que gobernó exitosamente al país a la salida de la dictadura muy golpeada. “En ruinas, dividida, disminuida su representación parlamentaria, humillada electoralmente y sin liderazgos visibles de reemplazo para su recomposición”, resumió el analista Max Colodoro. Es, sin duda, un legado del “giro a la izquierda”, la improvisación, las vacilaciones, y los errores cometidos por el gobierno de Bachelet.

    Es también expresión del “desa­sosiego de los sectores medios” chilenos ante reformas que pusieron en riesgo la estabilidad y el crecimiento de la economía. Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales, simpatizante de la centroizquierda, sostuvo que Piñera “fue capaz de interpretar mejor” esa inquietud de sus compatriotas.

     Convencido de que “la derecha” ganaría el gobierno, aun antes de la primera vuelta Peña anticipó que tras la derrota “la batalla por el control de la izquierda se intensificará” y consideró “erróneo” el “diagnóstico” de ciertos intelectuales de que Chile “rechaza la modernización capitalista”. Así parece haber ocurrido.

    Más allá de las características de quienes compitieron en la segunda vuelta de 2013 y 2017 eso explica el cambio de opción que acaba de hacer el electorado chileno. Por otra parte, en 2009 Piñera logró una estrecha victoria (51,6% a 40,8%) sobre el expresidente Eduardo Frei (1994-2000).

    Desde el inicio de la campaña se descontaba la derrota de Guillier. Pero la floja votación de Piñera en la primera vuelta (se esperaba una votación en torno a 44%-45% y obtuvo 36,67%) puso en entredicho el balotaje.

    Apenas conocidos los resultados de la primera vuelta, bajo el supuesto endoso a Guillier del voto ideológico que aportarían otras candidaturas de izquierda, la definición de la elección pasó a considerarse incierta. Porque la suma de lo obtenido por Guillier (22,7%) y de otros candidatos de izquierda (Beatriz Sánchez-FA 20,27%) y Marco Enriquez (5,71%) y de centroizquierda (Carolina Goic-PDC  5,88%) superaba holgadamente el 50%. Mientras, Piñera solo podía sumar el apoyo del pinochetista José Antonio Kast (7,93%).

    Se daba por cierto, además, que una mayor participación electoral (46,7% en la primera vuelta) solo podría favorecer al candidato de la Nueva Mayoría. Pero ni uno ni otro supuesto resultó confirmado en las urnas.  

    La comparación de la votación del Frente Amplio de primera y segunda vuelta en varias comunas mostró cierta volatilidad de su electorado. Muchos de sus votantes no sumaron el domingo con Guillier.

    Tampoco lo habrían hecho muchos electores de la Democracia Cristiana, hasta ahora el partido más fuerte del país, distante de muchas de las políticas de Bachelet. 

    La mayor participación electoral, algo más de 300.000 votantes, lejos de sumarle al candidato del oficialismo respaldó a Piñera, que obtuvo unos 3.800.000 votos, casi 1.400.000 más que en la primera vuelta. Bastantes más que los 523.000 que apoyaron al pinochetista Kast en noviembre.

    Piñera no es un político carismático, no despierta pasiones en sus votantes. Logra adhesiones desde lo racional. Expone los desafíos y las transformaciones que Chile debe asumir para acompañar los cambios que ocurren en el mundo, para aprovechar las oportunidades. Asume la modernización capitalista y advierte las consecuencias de quedar al margen de los cambios. Enfatiza en la necesidad de impulsar el crecimiento económico, rechaza el igualitarismo propio de los populismos y “progresismos” tan comunes en la región. Se empeña en dar certezas a partir de la realidad.

    Su condición de millonario le pesa más que ayuda, levanta resistencias y oposición. Dejó la presidencia en medio de diversas críticas. Su actividad empresarial también ha sido cuestionada. Aun así en marzo regresará a La Moneda con el más amplio respaldo popular obtenido por un presidente de la centroderecha. En 1958 Jorge Alessandri fue electo por el Congreso tras haber recibido apenas el 31,6% de los votos.

    Para la centroizquierda la votación del domingo fue la peor derrota desde el retorno a la democracia. Le espera un tiempo de balances y de juicios de responsabilidad.

    Guillier, senador independiente, experiodista,  hizo lo que pudo. Su candidatura nació como parte del giro a la izquierda que decidió la Nueva Mayoría. Su postulación fue una forma de abortar la del moderado expresidente Ricardo Lagos, a la que se opusieron los comunistas y otros sectores de la coalición. Y, a la vez, de enfrentar a un Frente Amplio en formación que le plantearía, como efectivamente ocurrió en la elección parlamentaria, una severa competencia en términos generacionales y políticos.

    Durante la campaña, Guillier tomó distancia del gobierno y de la presidenta, cuya popularidad estaba muy baja. Pero ante imprecisiones y traspiés en intervenciones públicas fue criticado desde filas propias y por competidores de izquierda. Enfrentó un escenario adverso y no mostró condiciones para revertirlo. Pero, nada menor, en la hora de afrontar la derrota, Guillier demostró dignidad, gallardía y talante republicano. Una actitud poco común en Latinoamérica, donde la política se construye desde la radicalización.

    Para nada es ajena a la derrota la presidenta. No solo por lo que impulsó, hizo —y dejó de hacer— en el gobierno, sino porque después de ver el resultado de la primera vuelta se sumó a quienes alegremente apostaron al voto ideológico en la esperanza de ganar la elección. En las semanas previas al balotaje intentó convertir la elección del domingo en un plebiscito sobre el legado de su gobierno y de la Nueva Mayoría. Fue una apuesta perdida.

    Oscar Garretón, expresidente del Banco Central, socialista, allegado a Lagos, sostuvo que la presidenta no advirtió que, como en toda elección, la opción era entre el cambio y la continuidad. Y que en la primera vuelta la inmensa mayoría votó, por derecha y por izquierda, por “la discontinuidad”. A su juicio, la Nueva Mayoría y el Frente Amplio “perdieron el rumbo”, el resultado de la elección parlamentaria y de la presidencial “mandatan a la política a construir acuerdos y al hacerlo interpretar mejor a la ‘polis’” porque “la polarización y el desacuerdo han pasado a ser la impotencia de la política; el reverso de la voluntad ciudadana de segunda vuelta”.

    En política, como en tantas otras actividades, los errores suelen pagarse caro. Y si bien Chile es Chile y Uruguay es Uruguay, y cada país tiene su propia idiosincrasia y sus propios valores, el resultado de la elección en la nación trasandina algo dice y deberíamos prestarle atención.