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La sociedad uruguaya se encuentra con el ambiente socio-político-cultural enrarecido, entre otros problemas irresueltos, con el llamado matrimonio homosexual y/o gay. Los partidos tradicionales han pedido una postergación del punto. En el Frente habría ambiente favorable a su aprobación, pero aceptaron el pedido de más tiempo para que se estudie debidamente asunto tan capital.
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Hay una desaprobación al matrimonio gay fundada en razones religiosas. El Papa Benedicto XVI ha dictado veredicto de condena y, por ende, la colectividad católica del país tiene esta posición. Se basan en una apelación a la naturaleza, un derecho natural, una ley de que Dios hizo al hombre y a la mujer que no se podría desconocer. Tendríamos la fuerza de la nominación casi sagrada de masculinidad-feminidad o masculino-femenino. Hace años, en ámbitos del campo psi, una frase ingeniosa celebraba el dictamen de este modo masculino-femenino: la bella diferencia. Se entronizaba la diferencia de los sexos como abordaje princeps del problema. Si hay hombre y mujer harán uno, en el sentido bíblico de conocer, de engendrar uno, y otro, y otro. Había en esta opinión entusiasta un fuerte anclaje en la naturaleza, en el dictamen de Dios y en el dictamen de la religión. A eso hay que sumar el “creced y multiplicaos”, que en las colectividades judeo-cristianas es crucial.
Se han sumado algunos puntos de vista de académicos que incluso sostuvieron en pasado tiempo que las uniones gay sellaban la no multiplicación de la especie.
Es preciso, sin embargo, complicar más la cuestión. Hay que atender a lo singular que desde la antigüedad en la Grecia arcaica existía pederastia y había multiplicación de la especie. Como también se podía citar el ejemplo de la poeta griega, Safo de Lesbos, que engendró hija y no renunció a su amor homosexual, ni a su creatividad. ¡Cuántos ejemplos de gays que se casan y tienen hijos! Es otra pieza dialéctica que se podría sumar al punto. Los progresos de la ciencia y las figuras del derecho entendieron la futura situación de que los gays quieran, matrimonio mediante, ellos también casarse y tener hijos, inseminación artificial para reproducción asistida mediante, o acudir al instituto legal de la adopción.
Hoy está demostrado que la reproducción no solo la dicta la fuerza de la sangre o la unión de los sexos diferentes, sino que hay, culturalmente, un llamado del símbolo, esto es, que un padre o una madre adoptiva son tan legítimos padres como los sanguíneos y a veces más, porque es cómico pensar que se sea padre de un espermatozoide. De la madre, podríamos decir que es más complejo, porque el lugar de la madre está regido por el cuerpo, la nidación, la gestación, el parto, el puerperio, la lactancia. Pero el deseo de esta madre puede ocurrir que llegue hasta allí; no es condenable que no pueda seguir más y acepte que otra madre tome el relevo, lugar de fuerza simbólica no menor, y esa madre adoptiva se aposentará en un lugar de referencia simbólica igual o mayor que el de la madre que gestó y parió a su criatura, y que no pudo seguir.
(Sobre el nombre del padre, hay tradiciones cercanas, como los brasileños, que responden a los apellidos de la madre colocados en primer lugar, y no sería cuestión de girar bizantinamente en torno de quién lleva el nombre del padre. No parece ser este un punto fundamental).
Desde la psicología se adhiere, doctrinariamente, a que “la anatomía es el destino” (paráfrasis, adujo Freud, de una frase de Napoleón bastante distinta); por lo tanto, distinguen una sexualidad homosexual y una sexualidad heterosexual. Esta posición psicológica comulga con el énfasis puesto en la diferencia de los sexos, que daría lugar al concepto de una sexualidad homo y una sexualidad hetero, sustentadas en una (indemostrable) sustancia o esencia homo y heterosexual distintas.
La psicología que al día de hoy sustenta esta verbalización no deslinda “la sexualidad” que se esgrime de la sexualidad que sustentan los sexólogos, que, con el mismo vocablo, apuntan, o quieren apuntar, a realidas conceptualmente lejanas.
Se hace preciso inventar nuevas realidades, dando lugar a nuevas enunciaciones que, sin embargo, la psicología no las da a luz. Un ejemplo puede ser que la psicología no acepta recoger el concepto de deseo para contrastarlo con el concepto bastante arqueológico de sexualidad.
Es preciso puntualizar que la denominación de homosexual surgió a la opinión pública a mediados del siglo XIX y fue en el seno de la psiquiatría donde se acuñó este término, promulgado en una atmósfera de patología o de conciencia mórbida. El homosexual era un perverso, un enfermo, incluso era un hombre que merecía condena. El juicio que termina con la reclusión de Oscar Wilde en la cárcel de Reading, ilustra de esta ubicación donde el homosexual es considerado un enfermo y etiquetado como perverso o degenerado. La estigmatización conllevaba cárcel o internación. Hubo, y sigue habiendo, muchos malentendidos en torno a este tema.
(Algunos sostienen que lo que hay es una considerable matriz homofóbica, que es de donde parten posiciones radicales, y esto no se ha desbrozado lo suficiente).
Freud tenía un rico pensamiento dialéctico, y en su libro “Tres ensayos para una teoría sexual”, ubicó a la homosexualidad como aberración sexual, punto de fijación, etcétera, pero en la respuesta que le da a una madre norteamericana que lo consulta por tener un hijo homosexual, le contesta que sería inhumano considerar a su hijo como afectado de patología. También rechazó la tesis del “tercer sexo” —actitud que quería ser liberal, pero dotada de fundamentos doctrinarios insuficientes— o el punto de vista de un cerebro femenino en un cuerpo masculino, posición esta última que, paradojalmente, fue la que sostuvo Marcel Proust.
La diferencia sexual, la diferencia de géneros, que da origen a sujeto masculino y sujeto femenino, se ha querido validar como de base científica, arraigada también en la hipótesis naturalista, determinando seres diferentes, hombre-mujer, para encontrar en la unión sexual-genital la normatización en una culminación biológica (procreación).
Casarse, tener una familia, tener hijos, todo un programa causal, natural, evolutivo-procreativo. Esto es, la solución que adviene a un estado normal, darwinianamente considerado como culminación de una serie de estados previos.
Pero el ser humano no es un ser programado instintualmente. Tal punto de vista excluiría tópicos culturales, sociales, religiosos, que es insoslayable tener en cuenta.
Hay algunos psiquiatras y psicoanalistas que piensan que si el sujeto que consulta por sus síntomas neuróticos tuviera relaciones heterosexuales, y si engendrara hijos como Dios manda, se vería considerablemente aliviado de sus síntomas.
Esto es como aducir que quienes de este modo predican tienen la clave de los misterios.
El ser humano, sin embargo, es más complejo y enigmático.