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    El método sagrado

    N° 2033 - 15 al 21 de Agosto de 2019

    , regenerado3

    —Gardel no sabía música. Nunca en su vida tomó una lección de canto o de música. Lo que hizo fue inventar un ingenioso método de composición que consistía en improvisar una brevísima frase melódica en el piano sobre alguna línea poética que le acercaba Le Pera.

    Esta sentencia fue una suerte de revelación para zanjar un debate que llevó décadas.

    Empero, aún hoy, al margen de historiadores e investigadores, y confieso que yo la rescaté de una reproducción de Oscar del Priore, son legión quienes la desconocen. La dejó escrita, y fue como si la consagrara cual testamento, Terig Tucci —nacido en Buenos Aires, en 1897, y muerto en Estados Unidos, en 1973—, un violinista, mandolinista, pianista, compositor y director que acompañó con grandes orquestas al inmortal cantor en todas las películas que filmó en tierra norteamericana. Su título, Gardel en Nueva York, editado recién en 1969.

    A ese método, al que cierta presuntuosidad académica llamó “rústico”, si uno presta atención a qué artista nos ocupa y a la calidad de lo que logró aplicando el mismo, no parece excesivo adjetivarlo de otro modo: “El método sagrado”.

    Según el testimonio de Tucci, que cayó tan accidentalmente en mis manos, Gardel tenía el hábito de buscar en las teclas del piano un fragmento de una melodía, casi siempre tres o cuatro compases. Colocaba en ellas pedacitos de papel con una letra que permitía la disposición alfabética. Luego, para determinar los tiempos ideó —en esto lo ayudó su mentor musical— un sistema numérico: por ejemplo, una semicorchea, identificada por una determinada letra, llevaba debajo el número uno; una corchea, el número dos; y una blanca, el cuatro.

    No fue sencillo; le llevó mucha práctica. Pero al final, logró crear las músicas que encajaban a la perfección con los versos creados por su amigo Le Pera. Dice Tucci en su libro: —Desde luego, el objetivo no era proponer un nuevo sistema de anotación musical, sino proporcionar el método que, aunque imperfecto y más tarde, identificaría la melodía. Solo cuando se presentaba una dificultad grande y había apremio, yo aportaba mis conocimientos, aunque jamás firmé ningún tema como coautor.

    Lo que sí hizo Tucci sin concesiones, pese a no aclararlo específicamente, fue pasar cada canción al pentagrama correspondiente.

    ¿No siente, lector, salvo que usted ya supiera esta verdad histórica, una especie de escozor emocional al recordar que de esta manera nacieron para su disfrute Volver, Lejana tierra mía, Melodía de arrabal, Tomo y obligo, Por una cabeza, Soledad, Sus ojos se cerraron, Cuesta abajo, Mi Buenos Aires querido y tantas obras mayores de cualquier antología de la música ciudadana del Río de la Plata?

    Hay unas cuantas curiosidades en torno a una canción de las mencionadas, que Gardel canta en una escena muy sentimental de la última película que filmó, Tango Bar: me refiero a Lejana tierra mía, que el propio Tucci menciona como “bolero cubano” y que en todas las ediciones discográficas, sin excepción, figura como “rumba”. El cantor, en cambio, la consideraba “una melodía de corte español”, lo que le gustaba, pues no solo amaba la música de España, país que recorrió varias veces y lo recibió siempre como un ídolo popular, sino que suponía que otros cantantes no se atreverían a su interpretación.

    Se equivocó feo.

    Con arreglos menores aquí y allá la grabaron, al paso de los años, como si el tiempo le hubiese dado un renovado encanto, mujeres como Virginia Luque, María Graña, María Garay y Graciela Susana, entre otras, y hombres de la talla de Hugo del Carril, Edmundo Rivero, Miguel Montero, Roberto Goyeneche, Argentino Ledesma, Jorge Vidal, Carlos Acuña, Raúl Lavié y la orquesta de Mariano Mores con varios intérpretes, entre ellos su tempranamente malogrado hijo Nito.

    Y no solo eso: sobreviven con satisfacción popular unas cuantas versiones instrumentales. Vayan apenas como sintética reseña las del recordado Trío Contemporáneo, las de los guitarristas Roberto Grela, Aníbal Arias y Cacho Tirao, la del violinista Antonio Agri y la del Rey de la Armónica, el indefinible Hugo Díaz.

    En Tango Bar, Gardel recuerda conmovido la canción: —La entonaba para adormecerme mi abuelita temblona y fragante, que tenía un viejo parlar español florecido de leyendas… ¡Lejana tierra mía!... Y el nieto dormía y la abuela soñaba…

    Enseguida la canta y, claro, la seducción que produce es como una dulce explosión de estrellas en el cielo.