El niño que el monstruo lleva dentro

El niño que el monstruo lleva dentro

La columna de Gabriel Pereyra

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Nº 2146 - 26 de Octubre al 1 de Noviembre de 2021

Cualquier parecido con la ficción es pura realidad. Primero lo besó en la boca e introdujo en ella su lengua. Luego lo manoseó, pero quedó ahí. Él tenía siete años. Ya para cuando había pasado una semana, el tío lo llevó al cuarto de la casa que se había construido al fondo de lo de su madre, y desnudó a su sobrino. Lo penetró y lo dejó sangrando. Lo curó para que no se dieran cuenta. Pero estaba muy lastimado. Siguió sangrando cuando llegó a su casa y su madre lo vio. A esa altura su padre ya no vivía con ellos. Él le contó con las palabras que pudo. Ella le dijo que no, que el tío Carlos era incapaz de eso. Que si seguía diciendo lo que le había pasado le iban a decir que era una nena. Durante 17 años vivió un infierno interior inenarrable. Pobre chiquilín.

Recién lo pudo contar a los 19 años cuando un psicólogo de la Policía lo atendió, algunas veces en el penal de Libertad y en algunas salidas transitorias. Estaba preso por haber violado a una nena de 9 años. Siendo niño, nunca llegó a ser una víctima reconocida por casi nadie. Muy pocos, los mismos de siempre, estuvieron ahí para acariciarlo con sus siete heridos y humillados años. Muy pocos dijeron pobrecito, lo vamos a tratar y va a salir de esto. Su madre empezó a distanciarse cada vez más de él después de lo ocurrido con su tío. Terminó por irse y lo dejó a cargo de la tía, la mujer del hombre que lo había violado, que lo siguió violando algunos años más, no recuerda cuántos. Pero ahora sí todos lo reconocen como un victimario. Ahora sí le dicen cosas: animal, degenerado, te vamos a castrar, le gritaban los vecinos cuando la Policía lo detuvo.

Un nene lastimado se convirtió en un degenerado asqueroso.

En medio, el dolor desolado.

En lo que va de este año, el sistema de protección a la infancia (Sipiav) detectó 4.911 situaciones de violencia contra niños y niñas, 13 por día; el 56% son niñas y adolescentes mujeres; más de la mitad tiene entre 0 y 12 años; 17% menos de 5 años; 48% entre 6 y 12 años; 36% entre 12 y 18 años. Un 34% de todos los niños, niñas y adolescentes registrados sufrió algún tipo de maltrato emocional.

Ocho de cada 10 niños sufrieron algún tipo de violencia de género.

Solo uno de cada tres son conscientes del abuso sexual, el que es protagonizado en un 91% por parte de familiares directos, como este tío, por ejemplo.

Un estudio encabezado por el psicólogo Roberto Parrado detectó tiempo atrás que del total de violadores tratados, el 100% habían sido abusados cuando eran niños.

Como el tío del relato, ninguno había recibido un tratamiento serio.

Así como hay un organismo encargado de los niños y niñas víctimas del abuso, no hay nada que específicamente contemple a los violadores y abusadores de esos niños.

Una anormalidad conceptual que en el fondo revela una inhumanidad para con los niños que, tarde o temprano, caerán en manos de estos violentos.

Un delito aberrante que podría estar bajo un control mucho más estricto del que está hoy. Aunque duela a la masa enojada, hay que prestar tan importante atención a las víctimas como a los victimarios, porque no hacerlo es seguir aumentando las víctimas. Y aquí no funcionan los planes de rehabilitación que se suelen pensar para rapiñeros o asesinos. Ni funcionaría la castración física, como algunos proponen. Ya lo he relatado: en Estados Unidos un violador fue castrado y luego de salir de prisión violó a una mujer con un palo y la mató. La pulsión sexual del violador no está en sus genitales, sino en el cerebro. Es un delito socialmente tan aberrante que se suele reaccionar como un orate parlante: ya lo violarán en la cárcel. También suele haber unanimidad al plantearse aumentar las penas, cuando en realidad aquí la única pena que funcionaría sería la de muerte o la cadena perpetua. Y como eso, por suerte, no ocurrirá, hay que pensar en qué pasará cuando estos abusadores salgan en libertad. Es la mejor manera de pensar en sus potenciales víctimas. Pero esas víctimas, ¡oh cielos!, son niños, y ya sabemos cómo trata el país a los niños. El Sipiav no solo registra a abusadores sexuales, también a madres, padres, etc., que violentan a los niños con gritos, destrato, negligencia.

Que la gente siga gritando “que lo violen” sin saber de dónde viene la bestia, es una cosa. Pero hay algunos que estamos obligados a saberlo, los gobernantes para empezar.

La forma de tratar al depredador es el camino más corto y eficiente de preservar a la presa. No seamos ignorantes. No seamos limitados. Ese ser que te provoca náuseas puede esconder dentro de sí a un nene sangrante al que ni vos, ni yo, ni la sociedad prestamos atención cuando debimos, y cuando lo hicimos, si lo hicimos, no es que fuera tarde, pero el nene ya había mutado en monstruo.