Nº 2086 - 27 de Agosto al 2 de Setiembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acápor Rodolfo M. Fattoruso
No es fácil asumir la existencia; el perdernos en el mundo nos acecha permanentemente, dice Heidegger, toda nuestra persona, abandonada a su propia inercia, tiende a perderse. De ahí que la libertad sea tensión, sea energía, sea decisión vigorosa cada vez. La vida se ha de vivir peligrosamente, decía Nietzsche. Para Luigi Pirandello, el autoengaño individual y social constituye la forma resignada de la existencia: está dada por los ideales que nos propusimos, por las leyes civiles, por el mecanismo propio de la vida asociada. La forma bloquea el empuje de los impulsos vitales, la brusca tendencia a vivir momento a momento fuera de cualquier propósito ideal y ley civil; la forma cristaliza y paraliza la vida.
Según el dramaturgo, en esta situación la persona se convierte en una máscara o en un personaje; se reduce a jugar un papel, llevando a los extremos, de una manera paradójica, el comportamiento que requiere la sociedad o vivir una no vida al margen, en una condición de distanciamiento de los demás y de sí mismo. Realmente no vive; es un símil de un viviente. La reflexión, el fin de la vitalidad inmediata y la espontaneidad, el extrañamiento son su marca existencial.
En la mayoría de sus piezas teatrales, pero también en sus cuentos, Pirandello nos habla como nadie con tanta precisión de la crisis del hombre moderno, perdida entre los mecanismos alienantes de la sociedad y los oscuros enredos de la existencia individual; nos muestra esa amarga conciencia y consigue ilustrar, con figuras impares acerca de la trágica flojedad del hombre en la que colapsaron todas las ilusiones y la posibilidad misma de poder alcanzar la verdad absoluta, una para todos; compartir la realidad. Su búsqueda del yo, de “cómo nos ven los demás” y “cómo queremos que nos vean” es muy relevante en la era de las redes sociales, con las que tratamos enérgicamente de construir nuestros personajes para regular la imagen que otros se formarán de nosotros. Lo hacemos con el riesgo de engañarnos a nosotros mismos, creyendo que somos diferentes de lo que somos, perdiendo nuestra “singularidad” al convertirnos, como dirá Pirandello, en “nadie o cien mil”.
Adelantándose a las tendencias de la posmodernidad, Pirandello opuso su teoría relativista frente a la certeza científica de los positivistas; estableció que hay tantas verdades como hombres que las buscan, de hecho, muchas verdades diferentes en el mismo hombre cambian en el tiempo y las circunstancias. Afirma que la existencia del hombre es un asunto tragicómico de soledad y dolor. Las criaturas que compone tienen esa perplejidad de la que habla Descartes, esa falta de densidad epistemológica que nos hace naufragar todo el tiempo en la confusión y en la desconfianza, acechados siempre por el engaño del mundo, de los sentidos, de los otros. Para Pirandello cada persona es diferente según quién lo esté mirando, su identidad siempre está en fuga. Y lo más grave: es consciente de esa huida, de esa pérdida.
Las preguntas de los personajes de Pirandello no están formuladas con palabras sino con silencios; en un momento se ven sin verse, su imagen no tiene correlato en el espejo. Considera que hay un contraste continuo entre lo que aparece, que es la forma, y lo que estamos acostumbrados a ver o creer para ver en nosotros y en las personas que nos rodean. La vida no se deja conocer porque es un flujo en constante cambio y por eso la verdad objetiva es una ilusión, y una ilusión es también la unidad de la conciencia individual, porque el llamado “yo” es una maraña de impulsos sin forma, cuya razón es incapaz de dominar y ordenar en la coherencia de una personalidad definitiva. El hombre es llevado naturalmente al conocimiento; aspira a tener en cuenta las cosas y penetrar en los mecanismos de su existencia; pero descansa precisamente en esta necesidad la primera raíz de su infelicidad, ya que el resultado de su trabajo cognitivo es el descubrimiento de la incognoscibilidad del mundo externo y de su propio ser.
En razón de que debí preparar una conferencia sobre su obra he vuelto leer en estas semanas Così è (se vi pare), Sei personaggi in cerca d’autore, Ciascuno a suo modo y especialmente Enrico IV. Hacía tiempo que nada me suscitaba tanto asombro como el que sentí al encontrarme con la fresca inmediatez de esos errantes sonámbulos habitando en un mundo extraño que también es el mío y que tampoco comprendo del todo.