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    El padrino de Gardel

    N° 2059 - 13 al 19 de Febrero de 2020

    José Luis Betinotti pasó a la historia de la música popular rioplatense, varios años después de su muerte, como el Último Payador.

    En realidad, ese apodo se hizo popular, y persiste hasta hoy, porque fue el título de una película con la que, en 1950, Homero Manzi y Ralph Pappier —destacándose las actuaciones de Hugo del Carril en el papel protagónico y Aída Luz como su esposa— homenajearon al artista. Al presentar El último payador, Manzi dijo: “Eras delgado y ágil, de rostro pálido. Vestías siempre un traje oscuro de solapas pequeñas y lucías debajo de tu mentón lampiño el moño negro volador que enlutaba tu bohemia romántica (…) Venías del barro. Del fondo de tu barrio, allá por Almagro”.

    Y, junto con Sebastián Piana, le escribió una milonga que lleva por título Betinotti, y que dice: Mariposa de alas negras / volando en el callejón…

    Pero Betinotti no fue un payador clásico, rural, sino un cantor nacional, mucho más arraigado en el arrabal que en las pulperías de la campaña. Tuvo sí un par de famosos contrapuntos con Gabino Ezeiza e Higinio Cazón, pero prefirió siempre las intervenciones solistas, acompañado por su guitarra: se paraba frente al público y pedía que le solicitaran temas sobre los cuales improvisar. A ello añadió rápidamente presentaciones cantando sus propios temas, o creaciones de amigos, para los cuales lo ayudaba su voz afinada, dulce, emotiva, llena de matices.

    Fue, sí, el verdadero padrino —quien le dio el primer impulso— de Carlos Gardel.

    Betinotti nació 1878 en un conventillo de la calle México, en Boedo, hijo de Juan, que murió cuando él tenía seis años, y de María Costa, que volvió a casarse al poco tiempo. Tuvo una niñez infeliz y callejera, fue hojalatero y moldeador de tacos para zapatos de mujer, y nadie sabe si estudió música o todo lo suyo fue “de oído”. Un amigo lo llevó a un circo llamado El Arte de los Payadores; era un adolescente y finalizaba el siglo XIX. Allí se vinculó a varios artistas populares y dio sus primeros, inciertos pasos. Cuando conoció a Ezeiza y a Cazón, e hizo aquellos contrapuntos tan celebrados, se le abrieron las puertas del éxito y salió a recorrer el interior del país, la provincia de Buenos Aires y hasta llegó a Montevideo.

    Pero esa vida itinerante le duró poco.

    Sus versos dejaron de ser gauchescos y se tornaron ciudadanos, barriales, hasta con dejos lunfardos, especializándose en un repertorio, propio y ajeno, que llevó a que se le conociera como el “cantor de las madres, de las novias y del dolor”.

    Gardel lo conoció circunstancialmente en 1907 y tuvo una estrecha relación con él hasta 1912. Betinotti, quien enseguida de oírlo lo apodó el Zorzalito y más tarde el Zorzal, y otro amigo cantor, Ambrosio Río, actuaban en distintos escenarios porteños y al final presentaban a Gardel, que cantaba vidalitas y estilos. Incluso lo hicieron cantar en el famoso Café O’Rondemann, del Abasto. La influencia de Betinotti en Gardel fue enorme al punto de parecer, al inicio, una imitación de estilo: esto se advierte en la grabación de el Mago de Pobre mi madre querida, obra mítica de su amigo y que data de aquellos lejanos años.

    Betinnotti, que en sus poesías —que vendía en pobre papel por la calle— fue influido por Almafuerte, Carriego y Andrés Cepeda, a su vez grabó más de 100 canciones, entre las que es imposible no recordar A mi madre (también conocida como Con mis amigos), Tu diagnóstico (ídem, Qué me habrán hecho tus ojos), El ciego, El mendigo, Irma (dedicada a la aristócrata uruguaya Irma Avegno, cuyo suicidio sacudió a ambas grandes ciudades del Plata), Las tumbas, El preso (de Arturo Mathon), Ay, ay, ay (del chileno Osmán Pérez) y, por supuesto, Pobre mi madre querida (antes titulada Cuánto siento).

    Ha escrito Néstor Pinsón que Betinotti fue un nexo entre los cantores de su estilo y los futuros cantores de tango: “Le faltó un poco más de vida para ser uno de ellos, y de los mejores”.

    José Luis Betinotti se casó a los 19 años con María Cacciamatta, con quien tuvo un hijo que murió a los siete meses. Él falleció muy joven, a cuatro días de cumplir 37 años, pagando alto precio por su alcoholismo, en 1915.

    Su viuda dijo, recordando ese día también la pérdida de su hijo: “De ambos me queda, únicamente, un rulo rubio y un mechón negro”.