N° 2062 - 05 al 11 de Marzo de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa vida de Héctor Pedro Blomberg fue un tango. Hijo del matrimonio de un burgués argentino y Ercilia López, escritora paraguaya sobrina del mariscal Solano López, y nieto de un marino noruego que mucho influyó en su personalidad, nació en Buenos Aires en marzo de 1889 y murió en la misma ciudad en abril de 1955.
Fue llamado el “poeta demorado” por Juan Tata Cedrón, quien, en su homenaje, hace más de una década, musicalizó los versos inéditos de Blomberg Las dos irlandesas.
¿Por qué demorado?
Siempre se sintió poeta, a impulsos de su madre y su abuelo. Pero antes de escribir una línea, apareció en él un frenesí aventurero.
Corría 1911 e iba sin rumbo por el puerto, cuando observó un barco que partiría a Noruega; volvió a su casa, armó a tropezones una valija y se embarcó. Regresó dos años más tarde, lleno de imágenes y una cantidad de versos que, poco después, publicó en las revistas Caras y caretas y Fray Mocho: La canción lejana, A la deriva y Gaviotas perdidas, entre otros, que fueron prontamente olvidados.
Cosas del destino.
Se volcó al periodismo —en 1929 editó en libro, Las puertas de Babel, sus artículos en el diario La Razón—, lo vincularon al teatro y la radio para crear guiones y comedias, hasta que, por mediación de Carlos Viale Paz y el actor Elías Alippi fue persuadido de crear versos para canciones populares; al mismo tiempo le presentaron a dos hombres que serían esenciales para su obra posterior: el guitarrista Enrique Maciel y el cantor Ignacio Corsini, que fueron sus mejores amigos. Maciel musicalizaría la mayoría de las letras por venir y Corsini sería el único que le cantaría todos sus temas, comenzando por La pulpera de Santa Lucía, que en pocos meses vendió más de doscientas mil copias; otros títulos, en una lista reducida, que hoy pertenecen a la gran historia de la música popular son: El adiós de Gabino Ezeiza, La mazorquera de Monserrat, Violines gitanos, Tirana unitaria, el bellísimo tango La viajera perdida, Me lo dijo el corazón, Siete lágrimas, La guitarrera de San Nicolás y La canción de Amalia.
¿Intérpretes? En su época, ni Gardel ni Charlo. Solo Corsini.
Hubo más en la peripecia de Blomberg, que además de aventurero y poeta era un romántico.
Primero, un gesto. Con A la deriva, ganó el primer premio municipal de literatura de 1920; al enterarse de que el segundo lugar había correspondido a la veinteañera y soñadora Alfonsina Storni, declinó el honor en favor de ella, lo que el jurado aceptó.
Blomberg declaró: —No lo acepto. Para mí, siempre estarán primero las damas.
Luego, un tango que por poco no dio lugar a una novela de amor trágico: cuando Blomberg fue nombrado corresponsal de La Razón en París, en 1930, lo acompañó una joven secretaria muy preparada, egresada de Filosofía y Letras, para difundir las notas que el poeta escribía: Alicia Elsa French. Y se ha dicho —solo se ha dicho— que La que murió en París, una pieza exquisita, fue inspirada por la tuberculosis que esa chica, con la que Blomberg habría mantenido un romance, contrajo en el invierno francés y que la condujo a la muerte.
—Me hablabas del barrio que ya no verías / de nuestros amores y de un carnaval / Y yo te miraba… París y la nieve / te estaban matando / flor de mi arrabal / Y así un día te fuiste / por el frío bulevar / como un tango viejo y triste / que ya nadie ha de cantar.
Alicia era bisnieta de uno de los héroes de la Revolución de Mayo, Domingo French, y nadie ha podido probar que el amor entre ambos haya existido, aunque todo lo demás es verdad.
Extrañamente, alrededor de fines de la década de 1940 se dejó de hablar de Blomberg. Toda su creación parecía haber desaparecido. La rescató Raúl González Tuñón, décadas antes de que Tata Cedrón contribuyera a su modo a la reivindicación.
Fue así que muchas exclusividades de Corsini fueron abordadas por otros cantantes y que, por ejemplo, los considerados mejores tangos —por la sublime ligazón entre música y poesía— de Blomberg y Maciel, pasaron a ser joyas de colección: La viajera perdida, gracias a la voz de Edmundo Rivero y La que murió en París, por la personalísima interpretación de Alberto Castillo.
Si ha habido un poeta inclasificable en la historia del mejor tango, es Blomberg.
Puede que sea una simplificación, pero cabría darle valor a la pureza de su esfuerzo lírico por resaltar el amor, el coraje, la aventura y a muchos personajes olvidados.