N° 1952 - 11 al 17 de Enero de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá—En mi larga actuación a su lado, debo decir que siempre he sentido una profunda admiración por él. Nunca llegué a tutearlo, ¡aunque corrimos juntos más de una garufa! La nuca de Gardel me habla cuando canta. Lo conozco tanto a Carlos que hasta logro interpretar el significado del menor de sus movimientos. Y en cada inclinación de su cabeza está el secreto de un lenguaje que solo yo comprendo.
Así describió una vez a El Mago quien fuera el guitarrista preferido del cantor y junto a José Ricardo quien más veces lo acompañó, además de ser el cuarto autor en cantidad de temas que Gardel llevó al disco: Guillermo Desiderio Barbieri, hijo de Tristán Barbieri y Rosario Hernández, nacido el 25 de setiembre de 1894 en el barrio San Cristóbal —para otros Balvanera— de Buenos Aires.
Su padre, que le enseñó los rudimentos de la guitarra, escasos conocimientos que pulió con Juan Pacho Maglio, fue el primer artista popular de una familia que aún sigue por los caminos del espectáculo: Guillermo, que se casó a los 18 años y tuvo cinco hijos, fue el progenitor de Alfredo Barbieri, el cómico —su hijo menor apadrinado por Gardel—, el abuelo de la actriz y vedette Carmen Barbieri y el bisabuelo del actor Federico Bal. Un año antes de casarse ya actuaba en boliches y animaba kermeses y cumpleaños junto al bandoneonista Félix Rodríguez y al violinista Pedro Vallarino; ahí decidió tomar vuelo propio y se mudó varias veces, hasta afincarse definitivamente en Parque Patricios. No en balde se sentaba en los viejos tablones de madera de la cancha de Huracán y, al cabo de los partidos, animaba a los jugadores cantando y tocando la guitarra. Y por algo los restos de Alfredo, el ahijado de Gardel, descansan debajo de un sector de la tribuna hoy llamada Bonavena.
Guitarrista, pero también cantor y compositor, deshizo el trío original y debutó en el teatro Español en dúo con Luciano Gardelli en 1921. Fue un paso trascendente. A los pocos meses conoció al hombre de la voz inigualable.
—Se hacía una fiesta en un galpón del Bajo Belgrano. Cantaron Gardel y Razzano y luego nosotros. En la despedida me dijeron que querían hablar conmigo. Al otro día, Razzano me buscó, me propuso trabajo y llegamos a un acuerdo. Desde entonces, salvo algún viaje de Carlos especial, siempre lo he acompañado.
Antes ocurrió una curiosidad. El primer tango que compuso Barbieri fue Los ruiseñores y se comprometió a arreglar una versión para Roberto Firpo, a fines de 1921. Pero no participó como músico, aunque el autor de El amanecer se lo pidió, porque en esos días estaba en Montevideo, en el Teatro Artigas, acompañando a Gardel y Razzano. Con ellos siguió hasta la ruptura del dúo en 1925. Se quedó en Argentina acompañando a otros cantores, entre ellos Ignacio Corsini, Alberto Gómez y Azucena Maizani, porque Gardel viajó a Europa, al año siguiente, solo con José Ricardo.
Sin embargo, ya estaban jugados los dados del destino: al retorno, Gardel reorganizó su grupo para cumplir un contrato en España y Francia e incorporó a Barbieri, Pettorossi, Riverol y Julio Vivas. Pocos recuerdan otra curiosidad de la época: en 1930, habiéndose retirado Aguilar por una discusión, en cinco de las grabaciones hechas se incorporaron Rodolfo Biaggi en piano y Antonio Rodio en violín.
Y de ahí hasta el trágico final, juntos, acariciando el éxito, sin sospechar lo que vendría.
Guillermo Barbieri compuso para El Mago más de una treintena de temas, de los que vale la pena recordar los valses Alicia, Tu vieja ventana y Rosas de otoño, ¡Qué lindo es el shimmy! y los tangos Anclao en París, Barrio viejo, Flor del valle, Cruz de palo, Dicha pasada, El que atrasó el reloj, La novia ausente, Pobre amigo, Viejo smoking, Olvidao y Recordándote. Por si fuese poco, actuó junto a Gardel en Luces de Buenos Aires, cantando a dúo con Riverol una chacarera.
Guillermo Barbieri murió junto a su admirado cantor y amigo en la tragedia ocurrida en Medellín, el 24 de junio de 1935, a los 40 años de edad. Antes de subir al avión, como una sombría premonición, Gardel le dijo, al verlo nervioso:
—Mirá, hermano, me hago cargo de tu inquietud. ¿Y por qué no decirlo? La siento yo también. Estoy cansado de andar y andar, como vos y los otros muchachos. Deseo parar de una vez. Te juro, negro, este es el último viaje. Te lo prometo. Después nos quedaremos quietos en tierra, en nuestra tierra. Porque al fin y al cabo, ¿dónde vamos a estar mejor que en el suelo?