El presidente, la periodista y la pureza

El presidente, la periodista y la pureza

escribe Fernando Santullo

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Nº 2125 - 3 al 9 de Junio de 2021

A los puros no les gusta mezclarse con los otros, que siempre y por definición, son impuros. Los puros tienen claro el qué, el cómo, el cuándo, el dónde y el porqué. Ellos no necesitan intercambiar con otros porque su pureza los provee de todas las respuestas. Además, ¿qué podría aportar un impuro, alguien que ontológicamente es peor que un puro?

Purezas hay de todo tipo. Hay pureza racial, esa que fue reivindicada por un montón de racistas en el pasado y no tanto. Esa que venimos expulsando por la puerta desde hace décadas pero que se ha colado por la ventana, de la mano de la academia progresista y de sus seguidores, puros de todo tipo de ideologías. Y es que una vez que la idea se establece en el mercado, cualquiera puede echar mano de ella. También existe la pureza política, esa que cargan consigo los que prometen transformar por completo ese charco de agua sucia que se supone es la política real, la política impura. Esa que ellos, los puros, van a convertir en algo limpio de una vez y para siempre.

Es llamativo que cuanto más puro se considera alguien, más desprecia las cosas tal cual son. Mentalmente, los puros viven en el mundo de las cosas tal cual deben ser. Por eso suelen despreciar las cosas reales, las cosas ya existentes, esas que no se apegan a su ideal. Por volver al ejemplo de la pureza racial, no hay cosa que indigne más a los puros que el mestizaje de la realidad. Se escandalizan de que, por ejemplo, la selección francesa de fútbol esté integrada mayoritariamente por jugadores negros, ya que en sus sueños de pureza no existen los franceses negros. O reclaman que a las reuniones de estudiantes “racializados” no acudan blancos, así no se inmiscuyen en asuntos que pertenecen en exclusiva a los “racializados”. Ojo, ese es el término que usan quienes se consideran antirracistas pero que, en su énfasis en las esencias, en lo que se hereda, resultan tan puramente racistas como el viejo KKK.

La pureza política se desarrolla por carriles similares. La convicción de que la ideología propia no solo es superior al resto sino la única que merece sobrevivir en el mercado de ideas, se parece sospechosamente a las religiones monoteístas más agresivas, aquellas que ven un hereje en todo aquel que no es fiel al dogma propio. De hecho, no es nueva la idea de que las ideologías actuales, surgidas con la Ilustración, son en realidad un sucedáneo laico de las grandes religiones previas, esas que vienen perdiendo terreno en lo social desde hace más de dos siglos. Aun sin dar por buena esa mirada, es un hecho que muchos ciudadanos se comportan más como feligreses que como ciudadanos. Creen ciegamente en el dogma ideológico en que viven inmersos y atacan de manera virulenta a quien no comulgue con dicho credo. La despersonalización del intercambio que han potenciado las redes y el énfasis en lo emocional solo han servido para potenciar ese dogmatismo cada vez más extendido en todas las tiendas ideológicas.

Un ejemplo bien reciente: el presidente Luis Lacalle Pou fue entrevistado por la periodista Blanca Rodríguez en el horario central del informativo Subrayado de Canal 10, el más visto del país. La mayor parte de los comentarios que se leían en las redes hablaban de la “paliza” y de la “humillación” que supuestamente se habían infringido mutuamente ambos “contrincantes”. Sí, lo sé, las redes ofrecen un dato parcial y siempre exagerado de lo que se cocina en la realidad, pero no deja de ser un dato real, surgido en un ámbito que es consultado por todos, políticos y ciudadanos, para formarse una mirada que luego consideramos propia y nuestra. Volviendo a la entrevista, donde los puros, los fanáticos de la idea propia, veían una masacre política en los términos señalados, lo que hubo fue una larga entrevista a un presidente en medio de una situación delicada como es la de la pandemia. Nada más pero tampoco nada menos. No se vio ningún recorte fascista de la libertad de prensa ni de expresión, no se vio un presidente frívolo. Tampoco una periodista furiosa ni ninguna de las cosas que los puros de ambos bandos quisieron ver. Apenas el ejercicio normal de la democracia, en donde los medios interpelan a las autoridades y estas ofrecen sus respuestas y explicaciones.

Claro, cuando la visión de la política se parece a una escolástica, lo que debería ser intercambio habitual y natural, se convierte en herejía y pecado. El que no piensa como yo, que pertenezco al bando de los puros, necesariamente es impuro y, por tanto, desleal, ilegítimo y hace lo que hace con mala intención, pensando solo en su beneficio personal. Más o menos lo que dijo el diputado Gonzalo Civila en el Parlamento cuando la interpelación a la ministra Azucena Arbeleche. Y es que la escolástica y la asignación de intenciones podrían ser la fase superior de la ideología como sucedáneo laico de la religión. Todo sazonado por la emocionalidad como condimento extra, ¿que podría salir mal que no haya salido mal antes?

Como dije, el recurso de la pureza es utilizado en todas las tiendas ideológicas y dependiendo de las filias y fobias que se tengan, se enfocará en unos u otros rubros. El conservador querrá conservar a toda costa la pureza previa, esa que cree de manera convencida está por perderse o se perdió (Manini Rios ha prodigado un rosario de esa clase de perlas), y el rupturista aspira a que su idea, por el hecho de ser nueva y cool, arrase con todo lo previo. Los dos sueñan con un mundo sin herejes ni contradicciones. La pureza reclama para sí todo el espacio público, ya que menos que eso sería ceder ante los impuros, esos que creen que la política es negociación, búsqueda y encuentro de consensos amplios. Un monoteísta serio no negocia.

En una muy buena entrevista que le hizo el periodista uruguayo Aníbal Falco al filósofo español Manuel Arias Maldonado, este apuntaba que “lo que sí parece que han cambiado las redes sociales es que los líderes políticos se empeñan en buscar más el voto en los extremos que en el centro”. Y agregaba: “En sus orígenes primitivos la opinión pública era más elitista, solo podían participar en el debate los que podían leer y escribir. Era una cuestión más de filósofos y de notables. La esfera pública va democratizándose paulatinamente y las redes sociales son un poco la apoteosis de esa democratización”.

Quizá la explicación para este auge de la pureza ideológica sea que más gente se viene incorporando a la charla pública y eso es bueno. Que esa incorporación se haga de forma más emocional, confiando de manera ciega en la pureza de las ideas propias, ya no es tan bueno. En un paisaje de puros radicalizados, todo aquel que no se maneje en términos de “paliza” y “humillación”, que entienda que la política es la búsqueda de acuerdos y no una sucesión de exabruptos emocionales, será considerado un impuro. Y ya sabemos cómo han tratado las religiones y buena parte de las ideologías actuales a los impuros.