El problema de las soluciones sencillas

El problema de las soluciones sencillas

escribe Fernando Santullo

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Nº 2177 - 9 al 15 de Junio de 2022

Hay una frase que de tan repetida resulta una suerte de regla no escrita en el debate público, y es “esto se arregla fácil”. Cuando esa idea aparece en la charla sobre algún aspecto de nuestra vida en común, es como si fuera una brújula que apunta siempre en la dirección equivocada: se puede dar por sentado que el tema es complejo y que de ninguna manera se arregla fácilmente. Y se puede dar por sentado también, aunque esa persona no lo sepa, que estamos frente a un populista. O, al menos, frente a quien se apega a la receta populista.

Como ocurre con otro montón de “ismos” que resultan un traje más bien incomodo de llevar, casi nadie se reconoce como populista. Es más, muchas veces el populista no “cree” que exista algo llamado populismo sino que la categoría misma es un invento de quienes quieren desacreditarlo. Veamos si esto es cierto y si la idea de la existencia del populismo es apenas un truco funcional al statu quo de las cada vez más débiles democracias liberales.

En un artículo reciente llamado Diez tesis sobre el populismo, el politólogo español Manuel Arias Maldonado intenta explicar cuáles son las características del populismo actual y su relación con la democracia liberal. La primera tesis de Arias Maldonado es que “el populismo es una categoría del análisis y no una ideología de la que se reclamen sus practicantes”. Esto es, que no existe un cuerpo de ideas propiamente populistas sino una forma de entender la política que pasa por el vínculo directo entre el líder y el pueblo, y que no necesita de mediación institucional alguna.

La segunda tesis de Arias Maldonado es que “si no establece un antagonismo entre el pueblo y sus enemigos, no es populismo”. El núcleo central de la política populista es precisamente construir ese antagonismo. Si el populista es de izquierda, dirá que para el pueblo el problema son las élites políticas y económicas. Y si es de derecha, que el problema son, por ejemplo, los inmigrantes, que con sus costumbres extrañas contaminan las purezas primigenias de ese mismo pueblo. Lo que une ambas visiones es el arrogarse en exclusiva la decisión de quién es el “pueblo”.

La tercera tesis de Arias Maldonado dice: “El populismo es un estilo político”. Y agrega: “El populismo promete la plenitud mediante la redención: devuelta la democracia a su verdadero ser, los problemas sociales creados por la élite hallarán una rápida solución”. Esto nos lleva a la aseveración inicial de nuestro ciudadano que cree que las soluciones son sencillas y, por tanto, fácilmente implementables. Si algo resulta ser complejo o difícil de resolver a lo largo del tiempo, no es porque así sea sino porque alguien, usualmente un poder en las sombras o una élite inaccesible, conspira contra esa solución simple.

Entre las otras tesis que construye Arias, resultan especialmente interesantes las que refieren al carácter antidemocrático del populismo, si bien este existe dentro de las democracias y se propone como alternativa democrática. “Aunque el populismo solo tiene sentido en un marco democrático, su lógica interna es antidemocrática. El populista dice representar de manera exclusiva a la totalidad del pueblo, razón por la cual solo puede contentarse con una ocupación exhaustiva y permanente del poder”, postula el politólogo malagueño.

En su tesis número seis Arias Maldonado apunta: “El populismo explota las tensiones decisorias inherentes a la democracia liberal”. Esto es, solo puede prosperar como método cuando se contrasta con la “debilidad” de la democracia representativa. Una “debilidad” que no es tal y que en realidad es resultado del carácter deliberativo de la democracia representativa. Claro, para el populista, cualquier complejidad y, por ende, cualquier demora en la solución de los asuntos públicos son resultado de un ataque al pueblo o de una intención no declarada respecto a este de parte de las élites o de los “operadores del poder” en las sombras.

Y eso nos lleva a nuestro ciudadano que cree en las soluciones fáciles del comienzo: cree que si la solución es compleja, es debido a unas intenciones malvadas, obviando que la deliberación toma tiempo y que ese tiempo es necesario para no tomar decisiones en caliente. Cuando uno cree que lo único necesario para solucionar un asunto público es seguir la voluntad del pueblo, lo único necesario para que eso ocurra es allanarle el camino al líder. Las instituciones de la democracia representativa, sus molestos plazos y su complejidad, son percibidos entonces como parte del problema y no como parte de la solución. Lo que nos lleva a la séptima tesis de Arias Maldonado: “Las promesas del populismo chocan con la lógica del sistema liberal-capitalista y expresan la frustración colectiva con un futuro sobredeterminado por el pasado”.

Si bien la tesis 10 de Arias Maldonado se refiere al caso francés (Macron vs. Le Pen), las tesis ocho y nueve sí que son generales e ilustran bien las razones que parecen operar detrás de la convicción de nuestro vecino simplificador. En la ocho, el malagueño afirma: “El populismo representa una amenaza para la democracia liberal sea cual sea su filiación ideológica, con independencia de que haya versiones de este más indeseables que otras”. Una amenaza porque, por ejemplo, está reñido con la separación de poderes y suele considerar que el Poder Judicial debe ser instrumental a ese pueblo que él mismo define en exclusiva. Allí Arias Maldonado apunta que “el populismo tiende al iliberalismo y al plebiscitarismo; igual que propende a la emocionalización, la antagonización y la moralización”.

La tesis nueve de Arias Maldonado nos devuelve, una vez más, al comienzo de esta nota: “El populismo explota un malestar latente que no siempre responde a causas objetivables y encuentra en la sociedad contemporánea rasgos que le ayudan en esa tarea”. El populismo florece en situaciones de crisis. Si, pongamos, tenemos una seguidilla de homicidios en nuestra sociedad, la solución simple será reclamar un recambio de piezas. El viejo “renunciá, Bonomi” es el nuevo “renunciá, Heber”, que no entiende que el aumento de cierto tipo de criminalidad es un problema de difícil resolución, que en absoluto se arregla cambiando una de sus múltiples variables.

En resumen, el populismo funciona y se expande porque es tentador, porque ofrece recetas sencillas ante fenómenos complejos. Es iliberal porque descree de la capacidad de mediación de la institucionalidad democrática. Y es peligroso por el carácter autoritario inherente a su propia lógica interna. Al final, el problema no es tanto el color ideológico de nuestro vecino como que crea, según el credo populista, que las soluciones a nuestros complejos asuntos comunes deben ser siempre sencillas.