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    El que murió en París

    N° 1967 - 03 al 09 de Mayo de 2018

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    A fines de 1943, junto a otros músicos de tango que se quedaron en Francia durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial, partió, dejando a su familia y casi sin dinero, en su última gira.

    Volvió enfermo y arruinado en enero de 1944: apenas podía tenerse en pie. Le diagnosticaron neumonía y el día 24 de ese mes murió en el Hospital Broussairs de París. Sus restos fueron inhumados en el cementerio de Thiais. Antes, vivió más de veinte años de éxitos, impulsó el tango en Europa y, hasta entones músico de oído, fue en Francia donde aprendió conocimientos musicales básicos.

    Genaro Espósito, apodado el Tano, bandoneonista, guitarrista, pianista, compositor y director de orquesta, fundamental en el origen del tango clásico, admirado por los más grandes, había llegado a Europa en 1920 junto a su amigo Manuel Pizarro, otro pionero, para actuar en el Tabarís de la Rue de la Canebiére, en Marsella.

    No volvió al Río de la Plata. Murió en París.

    La vida del Tano fue una novela lamentablemente no escrita. Nació en San Telmo, Buenos Aires, el 17 de febrero de 1886, hijo de inmigrantes italianos salidos de los suburbios de Nápoles. De niño trabajó en el almacén de su padre, pero ya estaba enamorado de aquel tango que creó la Guardia Vieja. Aprendió a tocar de oído —con otro “orejero”, Solari, uno de los primeros “fueyeros” del Río de la Plata— los tres instrumentos que usó en su trayectoria artística.

    Su primer grupo lo formó en 1908, con el violinista Lafémina y el guitarrista Torres; y aunque suene a leyenda, aun tocando de oído era tan bueno que fue maestro de Anselmo Aieta y Ricardo Brignolo. El historiador Oscar Zucchi, en su libro El bandoneón y sus intérpretes, lo ubica junto al Alemán Bernstein como los que “despertaron la zurda en la primera época, para alcanzar un toque insuperable con ambas manos”. No hay que olvidar que al comienzo, los bandoneonistas, la mayoría sin estudios, abusaban del uso de la diestra.

    Espósito tuvo varias agrupaciones y orquestas, tocó con Agustín Bardi, Juan Carlos Cobián, Tito Rocattagliatta, Roberto Firpo y Guillermo Saborido y grabó para los sellos Columbia y Víctor; su primer disco incluyó el tango Ya vengo, de Robledo, y el vals Las violetas, cantado por Corsini. Entre su obra autoral hay que destacar los tangos La percanta, Receta médica, La montura, El crack Larrea, Pare la música, El goruta, La cubanita, El manantial, Conflicto y La pelada y los valses Pienso en tí sin cesar, Amor desesperado y La flor del pago.

    O sea que cuando decide lanzarse a la aventura europea, en 1920, ya era, en el Río de la Plata, un triunfador.

    Pero su prestigio sonó fuerte también en Francia, pese a su trágico final. Aunque en 1922 disolvió su orquesta con Pizarro, dado que este decidió volver a la Argentina, él continuó actuando con éxito en locales de fama internacional como El Garrón, Le Perroquete, Princesse, el Casino de París y Pavillon Dauphine, en el Bois de Boulogne; otra vez, algo ya dicho: eran los años locos, la “belle époque”, el frenesí por placeres entre los que estaba el tango.

    En 1934 el Tano se presentó como número fijo en La Coupole y grabó para las discográficas Columbia, Gramófono, Fotosonor y Decca. Por esa época —Espósito se había divorciado de su primera mujer y solo su único hijo, Teodoro, lo acompañó en el viaje final— se enamoró de una joven francesa, Jeanne Vent, con la que tuvo un hijo; podría decirse que a partir de ese acto de amor su vida cambió para mal: a los treinta y seis años, inesperadamente, Jeanne murió antes de que el niño cumpliera el año de vida.

    El Tano se hizo cargo de él pero debió contratar una institutriz y, a raíz de la situación creada por el avance del nazismo, comenzó a escasear el trabajo. En 1938, cuando Francia se movilizó y fue vencida y ocupada, el gran bandoneonista argentino —que debió vender todos sus bienes para subsistir con sus dos hijos— solo tocaba, a cambio de propinas o comida, en los bateaux mouches, embarcaciones que navegan el Sena para los turistas, aunque entonces los llenaban soldados alemanes. Increíblemente, se negó a volver a su país y el fin de la historia ya se conoce.

    A los uruguayos, recordando a Espósito, nos queda una satisfacción: su despedida del sur, sin regreso, en 1920, no fue en su país sino en Uruguay: compartió los solos de bandoneón con la orquesta de Arolas, donde también tocaba Julio De Caro, en el Festival de Tango de Montevideo.