Nº 2165 - 10 al 16 de Marzo de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDato mata relato. Ese fue el leitmotiv de buena parte del discurso del presidente de la República, Luis Lacalle Pou, el 2 de marzo ante la Asamblea General. ¿Será así? ¿Cómo está manejando el sistema político este equilibrio entre los datos y el relato y cómo llega ese mensaje a la ciudadanía, si es que llega, y si llega quién lo puede entender?
Ese equilibrio, en el quehacer cotidiano, tiene que ver con la formación de los niños en cuestiones que repercutirán en su vida. El dato, saber la tabla del nueve, no es poco importante. Para qué nos servirá eso en la vida quizás dependa de en qué contexto tengamos que echar mano a ella. ¿Cuál es la circunstancia que nos pone ante la necesidad de saber que nueve por nueve es 81 y solo 81? El dato. Seguramente el contexto en el que aparezca la tabla del nueve solo podremos entenderlo si nos lo cuentan. Si nos lo relatan.
Posiblemente sea más importante para el crecimiento integral de la persona el desarrollo de habilidades como el pensamiento abstracto, la comprensión de un texto, de la trama de los cuentos que a algunos nos contaban de niños. El relato.
La peripecia histórica de un país está llena de datos, pero su esencia, su espíritu, la columna vertebral que la sostiene en el tiempo es su relato. ¿Cómo y qué se contó?
¿El relato es en sí subjetivo y está sujeto al pensamiento, ideología y convicciones del que relata? Seguro que sí. Pero pensar que por esto el dato pelado tiene aspiraciones de objetividad es muy crédulo.
El gobierno lanzó un dato sobre pobreza infantil que, según el presidente, mataría el relato. Nos informó que entre 2019 y 2021 la pobreza infantil, entre 0 y 6 años de edad, había bajado. Pero el relato, la explicación de esos datos, nos permitió saber que, en realidad, en el resto de los tramos de edad la pobreza infantil aumentó, según cifras del Instituto de Estadísticas que manejó el periodista Ricardo Leiva. A partir del relato sobre cómo actuó el gobierno en esta instancia, y no de los datos tirados a la marchanta, fue que nos enteramos además de que el Poder Ejecutivo comparó todo el 2019 contra seis meses de 2021. El relato masacró el dato.
¿Es entonces el dato algo menos subjetivo y maleable que un relato? Depende de la elección y presentación del dato y, sobre todo, de su lectura.
Otro dato: cada vez hay más presos. ¿Qué quiere decir eso? Necesito un relato para entenderlo, y a veces ni siquiera con él es posible. Puede ser que haya más presos porque la policía es más efectiva o puede ser que haya más delincuentes. Nos acercaremos a algo parecido a la verdad a través del intercambio de relatos que expliquen el dato.
Por estos lares, el concepto del relato aplicado a la política tiene mala prensa entre algunos liberales porque ciertos gobiernos de izquierda de la región apelaron al término relato para imponer, a veces por vías cuestionables, su visión del proyecto de país que buscaban.
El desprecio por el relato, a veces buscado, a veces impuesto por las circunstancias de una sociedad donde la discusión pública está empobrecida, nos va deslizando hacia prácticas políticas que no son para nada un contrapeso a la tendencia de algunas sociedades modernas, en las que el diálogo político y social sufre de desnutrición crónica.
Cómo no va a estar en decadencia el debate de modelos, de relatos, si importantes gobernantes apelan, cada vez más asiduamente, a transmitir medidas de gobierno y su explicación por Twitter, o sea, en 280 caracteres. Parece que lo importante es el impacto del texto corto, los 280 caracteres con los que, supuestamente, quieren informar y hacerle comprender a la gente de qué se trata. Cuando, encandilados por el dato, desprecian su obligación de explicar, la ausencia de un relato empuja hacia el peor camino a una sociedad ya baldía de debates, de intentos por comprender, de cotejar con qué relato se siente más identificada. Porque, ya lo vimos, con un poco de astucia cualquier dato encaja en el relato que nos represente.
Y todo esto atendiendo a que Twitter es utilizado por una minoría de ciudadanos, muchos de los cuales se ven impactados por las consecuencias de un sistema educativo en el que seis de cada 10 no terminan el secundario; además, un número indeterminado de personas, creciente según los expertos, no son capaces de entender un texto, menos aún si ese texto tiene que ser comprimido en 280 caracteres redactados por dirigentes que no necesariamente se caracterizan por el buen dominio del idioma español. Es la política llevada al grado de mensaje fugaz, destinada a una audiencia para la que, cada vez más, leer 280 caracteres es como estudiar una epopeya.
El escritor afroamericano James Baldwin dice que “escribimos para cambiar el mundo. El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque solo sea un milímetro, la manera cómo miran la realidad, entonces podemos cambiarlo”. Las personas a las que se refiere Baldwin pueden contar cómo ven el mundo e intentar cambiarlo a través de ese relato.
“Las palabras son la semilla de los cambios y las transformaciones. Y los relatos políticos el proceso por el cual estas palabras devienen en proyectos políticos compartidos”, sostiene Baldwin.
En tanto, el escritor francés Christian Salmon publicó en 2007 el libro Storytelling: la máquina de fabricar historias y formatear las mentes (Storytelling significa contar historias). Dice que en esos años se había “producido un cambio porque el storytelling había llegado al agotamiento, en un momento en el que las redes sociales estaban demostrando que las historias se autodestruyen o se destruyen unas a otras en minutos y segundos”, publicó Cope.es.
Eso lo llevó a escribir otro libro, La era del enfrentamiento, que tiene como subtítulo Del storytelling a la ausencia de relato. Salmon dice que la política ha entrado en “una espiral de descrédito” y que los países occidentales están pasando de un modelo democrático a otro “muy difícil de definir”, en el que el debate se ha desplazado de los parlamentos a las redes sociales. ¿Nuestros políticos tuiteros?
Y agrega el francés: “Ya no esperamos una historia, todo va demasiado deprisa. ¿Qué es entonces lo que permite captar la atención hoy en día? Pues la transgresión, el shock”. El dato, agrego yo.
En Uruguay hay una creciente masa de marginados, ciudadanos cada vez más alejados del interés por el debate público (pero obligados a votar cuando llegue el momento), personas posiblemente más propensas a dejarse encandilar por el shock, por el dato aislado, a pesar de lo cual la sociedad uruguaya, cada vez más fragmentada, sigue siendo muy politizada.
Que un gobierno se mantenga en sus 13 creyendo que el dato lo va a salvar cuando en realidad las carencias materiales e intelectuales de esos sectores deprimidos los hacen presa fácil sí de los shocks pero también de cualquier relato que sintonice con alguna veta más o menos evidente de sus necesidades, que ante esta evidencia un partido o un presidente prescindan del relato como arma política en detrimento del dato es un suicidio político, y un peligro para la calidad democrática.
Incluso, si Lacalle Pou quiere dejar huella de su paso por la política no le alcanzará con haber sido presidente, necesitará de una narración que deje plasmada para la historia, la reciente y la otra, cuáles fueron las claves de su peripecia vital en esta penillanura. A largo plazo, con el relato tendrá un cuento para hacerle a sus nietos y no solo una hoja de Excel. A corto plazo, puede redundar en votos de quienes se sientan atraídos por ese relato. No me parece que, siendo el animal político que Lacalle Pou es, discrepe tanto con la afirmación del estratega y asesor estadounidense Stanley Greenberg acerca de que en política “el relato, la narración, es la llave de todo” y que, en consecuencia, “el partido y el político que tiene la mejor historia gana”.