El sueño del pibe

El sueño del pibe

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2187 - 18 al 24 de Agosto de 2022

Antes de venirse a Montevideo y en un mundo aún por globalizar, mi abuela se educó en su casa con su madre y sus siete hermanos. No era algo raro en el campo, seguramente la escuela quedaba lejos o no había transporte y la gente no tenía otra opción que lo que ahora se llama homeschooling o educación en el hogar. Pero digámoslo desde ya: los problemas que se plantean hoy son bien distintos a los que podían existir en los albores del siglo XX. Los cristianos evangélicos, convencidos de que la enseñanza tradicional es un foco de adoctrinamiento marxista y de ideología de género, luchan por hacer volver la enseñanza al seno del hogar.

En Brasil y cumpliendo una promesa de campaña electoral hecha a iglesias de “cristianos conservadores”, Bolsonaro entregó al Congreso un proyecto de ley sobre la regulación de la educación en casa. Si se aprobara, la elección quedaría en manos de los padres, quienes podrían elegir entre escolarizar a los hijos o no hacerlo. “La propuesta subvierte por completo la lógica del sistema”, explica Marcele Frossard, asesora de política social de la Campaña Nacional por el Derecho a la Educación en Brasil. “Si la educación es un derecho de niños, niñas y adolescentes, este derecho corresponderá en el futuro a sus padres o tutores”.

El tema tiene varias aristas inquietantes. Una investigación de openDemocracy y de Agência Pública revela que los mayores promotores del homeschooling en Brasil alientan a padres y madres a azotar a sus hijos “con calma y paciencia” como herramienta de enseñanza. El grupo de educación en el hogar más influyente en los EE.UU., la Asociación de Defensa Legal de la Educación en el Hogar (HSLDA, por su sigla en inglés), es una conocida promotora de los castigos físicos, práctica generalizada en las comunidades evangélicas. Su fundador, Michael Farris, explicó por qué y cómo los niños deben ser castigados en su libro Cómo un hombre prepara a su hija para la vida: “Soy un firme creyente, me atrevo a decirlo, de las palizas”, escribió. “Mientras los niños son pequeños, azotaré a cualquiera de los dos sexos por desobedecer deliberadamente una regla que se les haya enseñado”. Pero la cosa no termina ahí, el paquete ideológico incluye oponerse a la anticoncepción, al aborto y, faltaba más, al matrimonio entre personas del mismo sexo. En 2004 la HSLDA llegó a proponer una enmienda constitucional para revisar la igualdad de derechos maritales. Seguro que ustedes pueden imaginarse quiénes perdían derechos en el matrimonio. La HSLDA afirma tener 100.000 familias afiliadas a su sistema de estudios en casa y más de 8 millones de estudiantes en EE.UU.

Según los expertos, la práctica del homeschooling podría resultar inconveniente desde varios puntos de vista, el más evidente debido a una falta de formación en quienes definen los programas y dictan las clases, sin supervisión técnica. Así, los jóvenes que estudian en dicha modalidad tienen 23% menos de probabilidades de obtener un título universitario, según un estudio realizado por la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de la Universidad de Harvard. Tampoco favorece la socialización de los educandos y hasta puede ser un escudo protector de padres abusivos frente a cualquier tipo de control externo, explicó la superviviente de abusos Jerusha Lofland a openDemocracy, porque el sistema institucional ha sido tradicionalmente un refugio de los menores frente al imperio de la familia.

Por otra parte, el aislamiento les permitiría formar a sus hijos en ideologías extremas sin la posibilidad de escuchar argumentos discrepantes o evadir el cumplimiento de leyes de salud, como ya ha sucedido con las comunidades de antivacunas que cuestionan la ciencia.

Claro que los partidarios manejan sus propios argumentos. Hablan del derecho de los padres a educar a sus hijos de la forma que crean conveniente, que si pueden elegir entre escuela pública y privada por qué no podrían optar por la escuela en casa. Y no se perjudicaría la socialización: “Por supuesto que la escuela ofrece la posibilidad de socializar, pero hay otras formas: en la familia, en los clubes, en las bibliotecas y hasta en las iglesias”, dice el ministro Milton Ribeiro, pastor de la Iglesia presbiteriana brasileña. Los jóvenes así formados, según el estudio citado de la Universidad de Harvard, resultarían algo menos propensos a consumir marihuana, tendrían un menor número de parejas sexuales a lo largo de su vida y un mayor sentido de la misión.

La educación en el hogar está autorizada (o no está prohibida) en al menos 63 países. El mayor exportador de esta práctica es EE.UU., país que nunca ratificó la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño o el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y donde alrededor del 11% de los niños se educa en el hogar (cifra tomada de una encuesta realizada por la United States Census Bureau de 2022). De ese porcentaje, tres de cada cuatro pertenecen a una Iglesia evangélica. En el extremo opuesto, países como Alemania y Suecia la prohíben expresamente y las familias que no cumplen con la obligación de inscribir a sus hijos en el sistema pueden llegar a perder la patria potestad.

¿Cómo se instrumenta esta modalidad educativa? El hilo se corta por lo más fino, y al ser una modalidad domiciliaria las madres están destinadas a asumir el rol de educadoras con la correspondiente renuncia a su trabajo externo y a la generación de sus propios ingresos. Es así que el 81% de las mujeres norteamericanas que escolarizan a sus hijos en la casa no trabajan fuera del hogar, con la dependencia del marido que eso implica.

Hay un sesgo religioso y político detrás del homeschooling, hay un lobby que trabaja eficientemente, hay un sistema que implica el retroceso en los derechos de los jóvenes, de las mujeres y de las minorías. El quid de la cuestión es que la familia ejerza el control ideológico absoluto. Es como matar dos pájaros de un tiro, estudiantes formados en “valores cristianos” y esposas sumisas que mantienen encendido el fuego sagrado del hogar. Y así se cierra el círculo: se cumple el sueño del pibe de los evangélicos más conservadores.