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    El tiempo y Emma Zunz

    Columnista de Búsqueda

    N° 1865 - 05 al 11 de Mayo de 2016

    El 14 de enero de 1922, tres días antes de matar a Aarón Loewenthal, sabía Emma Zunz que irreparablemente se convertiría en justiciera. Le alcanzó una pobre carta escrita en torpes caracteres, como de alguien que tenía poca familiaridad con la pluma. Allí se le informaba que su padre había muerto; ella enseguida decidió que se había suicidado: “Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto continuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue a su cuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería”.

    Retengo la última cláusula, que juega con lo paradójico. Esta frase me parece profundamente heideggeriana. El análisis morfosintáctico nos dará, creo, alguna noticia interesante. Por lo pronto tenemos el categórico peso del adverbio temporal (ya) indicando que en ese presente su ser (el cuento está narrado hacia el pasado, por eso el ser de ese presente recurre al pretérito imperfecto) acabó por configurarse en situación de futuro que encuentra en la forma condicional del indicativo su afirmación (sería); y además entra en escena el pronombre personal (la) que devora ontológicamente la definición del tiempo como espacio que habrá de ser llenado por la totalidad del ser que quiere llegar a ser: Emma, toda ella, en esa tarde de la infausta noticia, es la que habrá de ser, la futura.

    ¿Qué nos enseñó Heidegger, autor que Borges no conoció? La característica fundamental del ser-ahí, del ser arrojado al mundo, del Dasein es ser puramente temporal. En su teoría no hay hombre por un lado y tiempo por el otro, como quiso desde siempre la filosofía tradicional, sino que ser y tiempo se implican mutuamente, porque ser es necesariamente ser temporal. El Dasein es indeterminado por definición, no tiene esencia, ni siquiera tampoco existencia en el sentido escolástico del término, esto es, como la parte visible, mundana o material de la esencia, sino que es puro proyecto, algo que cobra sentido como posibilidad, como algo que se irá conformando en el horizonte temporal. Para decirlo con otras palabras: no hay algo antes del vivir, antes de ese desborde que se proyecta; el hombre como tal es una abstracción, no existe, no puede ser definido. Se define únicamente por su deslizamiento en el tiempo, por su culpa (pasado), por expectación y angustia (presente), y principalmente por su posibilidad (futuro). No hay, en consecuencia, un tiempo exterior a la existencia que nos permita pensarlo o analizarlo; hay un temp vécu (tiempo vivido) en cualquiera de las tres acepciones en las que estamos atrapados. Por eso la situación de Emma es existencialmente interesante: ser presente para uno, reflexionar sobre lo que uno es y sobre lo que quiere o se propone ser, es un salirse de sí mismo, es un despegue en el sentido que despega un avión de la tierra que es su punto de apoyo, es remontar hacia el tiempo en su integralidad que nos arranca, como a esta sombría mujer que vengará a su padre, de la inercia terrible del instante. Ser, bajo esta mirada, es querer ser, decidirlo.

    A Emma le costó atravesar los interminables puentes de las horas siguientes. A la tarde del sábado Emma se apersonó en la fábrica en la que trabajaba, pidió una entrevista con Loewenthal, simuló estar nerviosa, se hizo traer un vaso de agua y cuando el hombre apareció le disparó un par de tiros en el pecho; no tuvo tiempo de decirle que lo mataba en homenaje a su padre. El final de la historia, después de que la atrapan, la interrogan y la eximen de toda culpa —ella simuló una violación y adujo defensa propia—vuelve a plantear el problema del tiempo como algo sustancialmente vivido, independientemente de las minucias de la anécdota, del fragor vano de los detalles. La mentira que Emma contó a la policía fue aceptada sin reservas: “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”.