N° 1976 - 05 al 11 de Julio de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUruguay es un país de viejos. Es evidente. Lo muestran las estadísticas y también las calles. Lo mencionan los gobernantes y los que pretenden serlo. Lo citan como un rasgo de identidad los que buscan definir a la nación menos poblada de América Latina.
Los especialistas y también los que no lo son hablan en público de la tercera edad, de la ancianidad, de la etapa madura como forma de intentar suavizar una frase recurrente a la hora de criticar y justificar los problemas locales: Uruguay, un país de viejos.
Así se suman las quejas y las explicaciones por la falta de empuje y de agenda transformadora. Así se justifica el estancamiento de la población y la generalizada parsimonia para todo. Y nadie se detiene a pensar que eso es una mentira con tantos años como los que les otorgan a la mayoría de los uruguayos. Es cierto que 14% de los ciudadanos orientales tienen más de 65 años y que el porcentaje aumenta. Pero ese no es el verdadero problema.
La humanidad es muy rica en historia y no deja de sorprender día tras día, pero hay cosas que se repiten, como que después de la noche llega el día. Un líder es el que conduce a un pueblo o a un grupo de personas con los mismos intereses; y para ocupar ese lugar, antes tiene que desplazar al líder anterior. No existe otro camino posible. Ocurrió en la Antigua Grecia, en el Imperio romano, pero también lo tuvo que hacer Barack Obama en Estados Unidos con los Clinton o Tabaré Vázquez en Uruguay con Líber Seregni. Para llegar, hay que cargar con algún asesinato simbólico parecido a un parricidio, aunque sea mediante una eutanasia.
La culpa no es de los viejos, entonces. Es de los que tienen que ocupar sus lugares y mostrar que pueden hacer las cosas de mejor forma. Los viejos líderes llegaron hasta donde llegaron por ser los mejores en su momento. Desde ese lugar asumieron su responsabilidad y tomaron las decisiones que evaluaron convenientes.
Es cierto que después no se fueron, que no dieron un paso al costado. Pero, ¿la responsabilidad por eso es exclusivamente de ellos? ¿Hasta cuándo se seguirá con esa forma de alivianar un poco las culpas de todos los que vienen detrás? ¿Cuándo se asumirá de una buena vez que aquí los verdaderos líderes, los que hacen la historia y quedan en el bronce, no dan un paso al costado? Puede ser que sí ocurra en otros países, pero en Uruguay no. Se van cuando vienen otros mejores, que con la fuerza de las ideas o los votos los desplazan y los llevan al lugar de espectadores privilegiados en vez de protagonistas. Si eso no pasa, no se mueven.
Y ahora en Uruguay están ganando los viejos. No soy quién para decir si esto es bueno o malo, pero es. Por más lamentos y justificaciones que se quieran buscar, ganan por su capacidad de liderazgo. Ganan por tener más talento que los demás para lo que hacen. Ganan porque nadie los desafía con éxito.
Basta con tres ejemplos concretos de los últimos días para concluir que los que marcan la agenda local son fieles representantes de ese grupo que en otros países de Europa o en Estados Unidos sería ocupado por jubilados y antiguas leyendas.
El primero es el de Julio María Sanguinetti. Dos veces fue presidente y lideró en forma indiscutida el Partido Colorado durante más de dos décadas. Llegó al máximo cargo político con apenas 49 años y luego lo hizo otra vez diez años después. Encabezó la transición de la dictadura a la democracia, y en el segundo mandato una serie de reformas importantes para el país. En el acierto o en el error, hizo historia.
Había resuelto mantenerse en un segundo plano en las últimas instancias electorales. Apoyó a su partido pero desde la sombra, dejando espacio para que otros levantaran la bandera. Hace algunos meses, con 82 años, resolvió volver a la primera fila, ante el estancamiento de su colectividad política.
Con unos pocos movimientos ya se ubicó en el centro de las conversaciones. El paso más importante fue convocar a una reunión a los senadores blancos Luis Lacalle Pou y Jorge Larrañaga. Con semejante jugada se mostró como constructor de una probable coalición futura y consejero de los que tienen más posibilidades de ganar las próximas elecciones. A su vez, los dos postulantes blancos, pertenecientes a una generación de recambio pero con vínculos con el pasado reciente, le otorgaron el protagonismo que necesitaba.
El segundo ejemplo es José Mujica. A sus 83 años es quien todavía se encuentra parado en la mitad de la cancha del Frente Amplio distribuyendo el juego. De él dependen casi todas las jugadas futuras del oficialismo. Danilo Astori lo necesita para ser candidato pero también muchos otros jóvenes que pretenden ocupar ese lugar. Está ahí porque es el que tiene el respaldo y los votos, y nadie lo ha podido desplazar. A tal punto que cada vez son más los dirigentes de su partido que se lo imaginan otra vez como postulante presidencial. El silogismo es muy sencillo: 1) Mujica no quiere a Daniel Martínez como candidato; 2) ningún otro dirigente del Frente Amplio le puede ganar a Martínez; 3) Mujica se postula para evitar que triunfe Martínez. El expresidente tupamaro prefiere no repetir la carrera electoral pero las presiones son cada vez más fuertes. Y en todo caso, esté o no esté en la contienda, hoy casi todos los caminos conducen a él.
El tercer ejemplo, el más unánime y aclamado en estos días, es el de Óscar Washington Tabárez. Hasta hace unos pocos meses, Tabárez era sinónimo de lo viejo y de lo perimido para algunos uruguayos que reclamaban cambios en la conducción técnica de la selección nacional. Hace menos de un año se escuchaban voces reclamando un punto final para este proceso de más de una década conducido por un señor con 71 años. Pero se impusieron los resultados. Hoy todos idolatran a Tabárez. Capaz que demasiado, porque ninguna idea extrema es buena. Pero el técnico de la Selección logró mostrar que lo que hace está más vigente que nunca y es visto como ejemplo a seguir. Algunos hasta lo quieren para presidente de la República.
Capaz que continúa como técnico hasta el próximo Mundial de 2022, en Qatar. Así lo pretenden las autoridades de la Asociación Uruguaya de Fútbol y está solo en él la posibilidad de aceptar o no. Porque, como muy bien concluyó su colega argentino Marcelo Bielsa: “Tabárez es un fiel representante del ser uruguayo”. Y también lo son Mujica y Sanguinetti, los dos políticos más famosos fuera de fronteras y que marcan el ritmo de los latidos hacia dentro.
El historiador Gerardo Caetano dijo el viernes 29 en una entrevista con Televisión Nacional que si Uruguay vuelve “a tener una campaña electoral de ochentosos, está en problemas”. Está bien, es un argumento de recibo. Pero si esto ocurre, son los jóvenes los responsables de esos problemas y no los viejos.