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    El verbo pensar

    Columnista de Búsqueda

    N° 1871 - 16 al 22 de Junio de 2016

    El que llamó la atención sobre la re-significación de la palabra fue el filólogo Nietzsche, que se propuso desmontar el aparato discursivo de su época, que no aceptó la ficción sobre la que había quedado atrapada la filosofía hasta el momento. Fue necesaria la tormenta y el viaje a los orígenes.

    Porque esa actividad de la razón enlazada con la imaginación, ese camino hacia el ser de las cosas y del mundo, eso que llamamos pensar, no es una actividad técnica, una destreza, como correr, o prestidigitar, o darse a las serenatas o a las carreras de caballos o de galgos o coleccionar estampillas de correos. Pensar, de modo primordial, según el curso etimológico, es pesar; es una actividad que remite a lo cuantitativo, una faena destinada a medir la gravitación de algo, a establecer la cantidad de atracción que define a lo que existe.

    La pregunta que sobrevuela es qué tiene que hacer esa tarea en el amor al conocimiento; por qué querer conocer es una función que se opera con el mismo arte con el que se justiprecia un metal en la palma de la mano o una pluma en la balanza del último Juicio. Nietzsche anunció que la devastación del mundo consiste en que nos hemos olvidado de pensar; conforme a lo que venimos diciendo, ello implicaría que hemos dejado de considerar lo que tiene peso, lo que hace que una cosa gravite, que pueda verificar su existencia en el universo. Lo que pesa es lo que una cosa es; no pesa lo que no es.

    Cuando en torno a 1952 Martin Heidegger se propuso dictar el curso “¿Qué significa pensar?” tenía presente esa dificultad planteada por Nietzsche y se propuso discernir el valor o camino del pensamiento como esencia de la filosofía. Pero para ello debió vencer los obstáculos­ que el mal hábito ha convertido en vicio, desviando la mirada a las insulsas fatalidades que comúnmente se inmiscuyen como perturbación y prejuicio, como molicie intelectual, en todos nuestros procesos especulativos. Reconoce que pensar es una actividad exclusivamente humana, privativa del ser racional: “Como ser viviente racional, el hombre tiene que poder pensar cuando quiera. Pero tal vez el hombre quiere pensar y no puede. En última instancia, con este querer pensar el hombre quiere demasiado y por ello puede demasiado poco. El hombre puede pensar en tanto en cuanto tiene la posibilidad de ello”.

    La posibilidad, empero, no implica necesariamente la realidad. El universo de lo potencial no es el universo de lo existente. Es una ofensa a los sagrados fueros de la contingencia incurrir en el automatismo que liga lo que puede ser con lo que rectamente es o debe ser. El acto de filosofar no es inocente, tampoco arbitrario. Por eso acota Heidegger: “Ahora bien, esta posibilidad aún no nos garantiza que seamos capaces de tal cosa. Porque ser capaz de algo significa admitir algo que cabe en nosotros según su esencia. (…) Pero nosotros únicamente somos capaces (vermogen) de aquello que nos gusta (mogen), de aquello a lo que estamos afectos en tanto que lo dejamos venir.” En este punto plantea el centro del problema, la apelación que envuelve al pensante en el animoso o natural acto de pensar: “En realidad nos gusta solo aquello que de antemano, desde sí mismo, nos desea, y nos desea a nosotros en nuestra esencia en tanto que se inclina a esta. Por esta inclinación, nuestra esencia está interpelada. La inclinación es exhortación. La exhortación nos interpela dirigiéndose a nuestra esencia, nos llama a salir a nuestra esencia y de este modo nos tiene (aguanta) en esta. Tener (aguantar) significa propiamente cobijar. Pero lo que nos tiene en la esencia, nos tiene solo mientras nosotros, desde nosotros, mantenemos (guardamos) por nuestra parte lo que nos tiene. Lo mantenemos si no lo dejamos salir de la memoria. La memoria es la coligación del pensar”.

    Esa certeza en la que estamos involucrados, donde algo de lo que somos tiende y busca lo que buscamos, es seguida por una suprema lucidez, cual es ella la admisión del vicio o desvío que nos ha llevado lejos de lo que ha de buscarse cuando se busca: “Para poder llegar a este pensar, tenemos que aprender el pensar. ¿Qué es aprender? El hombre aprende en la medida en que su hacer y dejar de hacer los hace corresponder con aquello que, en cada momento, le es exhortado en lo esencial. A pensar aprendemos cuando atendemos a aquello que da que pensar”.

    La filosofía, como el amor en la acepción de Pascal, siempre está comenzando.