Elogio de la small data

Elogio de la small data

La columna de Facundo Ponce de León

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Nº 2104 - 30 de Diciembre de 2020 al 6 de Enero de 2021

La mayoría de los problemas que separan a las personas son malentendidos. Amigos que no se hablan, parejas que se odian para toda la vida, envidias, rencores, venganzas, todos unidos por una confusión que se hunde en el tiempo y se agranda como una bola de nieve. Esto se aplica también a los estados, las organizaciones y la vida de los partidos políticos, donde se heredan esos malentendidos y se perpetúan como una virtud identitaria. Yo soy A, aquel es B. En el fondo todos sabemos que no es tan así, o que eso no es lo más importante.

Nos hacemos mala sangre: gastritis, ansiolíticos, terapias. Nos encerramos dentro de una institución, de nuestra propia cabeza, de nuestro vecindario y empezamos a enredarnos en una maraña asfixiante. La vida se vuelve pesada, llena de problemas, enemigos, tiempo vital desperdiciado. Se nos hace cuesta arriba la simplicidad. Parece imposible conectar con lo esencial.

En la vorágine de diciembre está el ejemplo de la Navidad. Simple: celebrar el nacimiento de Jesús, el Mesías en la tradición cristiana que allí se inaugura. Piensen en lo austero del Pesebre. Intenten conectar con la dimensión espiritual y con la novedad del nacimiento. Quizás el término más importante en este contexto pandémico y de balance de fin de año sea el de despojo.

Cómo nos cuesta despojarnos, quitarnos peso, volver al meollo del asunto: hay un nacimiento que cambia toda la historia. No avancemos más. Quedarse ahí. Que nadie empiece con que la Iglesia es poderosa, y el Vaticano, y las intrigas y este papa peronista... Y otro empieza con los relativismos, y la ideología de género, y otro ya salta con que los empresarios son explotadores y otros con la corrupción en la política, y otros con que el sistema y el antisistema y las redes sociales y las nuevas generaciones... Sáquense, saquémonos; despojo, despojo, despojo. Quedarse en Belén, en ese nacimiento. En esa noche. En ese establo. Y una vez ahí, viajar inmediatamente, sin escalas, al inicio del 2021 y empezar a descubrir el pesebre por todos lados. Despojados.

Detenerse en esa madre que carga literalmente sobre sus hombros la vida de sus hijos. Contemplar la fragilidad que tiene ese padre que se hace el duro. Escapar de la lógica del éxito y recuperar los derroteros: las personas que van a los tumbos, que recorren incesantes las oficinas buscando aprobaciones para trámites trancados; los cuidadores que humedecen los labios de los enfermos; los que aguantan el dolor mientras siguen y siguen; los seres humanos que libran batallas cotidianas que hacen a la historia, aunque nunca serán historia.

El mensaje cristiano de la Navidad está en esas minucias, dignas, honestas, pequeñas. Y si durante el año estamos en otros menesteres, al menos en estas semanas es un buen ejercicio revalorizarlas. Despojo. ¿Qué queda si logramos quitarnos toda la maraña de ideas preconcebidas que hacen al diario vivir y que tanto nos enredan? Queda lo esencial, el caracú, la raíz, el núcleo. Y para mí, influenciado por la Navidad, esa esencialidad es la posibilidad de hablar en cristiano, es decir, de reconocerse en el error, la dignidad, el tropiezo y la derrota. Con un juego de palabras de moda: subrayar la small data en la era del big data.

El filósofo español Diego S. Garrocho lo resumió de la siguiente manera en una columna que publicó en el diario El Mundo hace algunas semanas: “Hoy nadie esgrime en público el rendimiento conceptual del perdón, la misericordia o la esperanza de las bienaventuranzas. Nadie ensaya a decir ya, ni tan siquiera como ejercicio intelectual, que a lo mejor es cierto que hay una dignidad singular en los que pierden, los que sufren y los que lloran, porque de ellos será lo que los cristianos reconocen desde hace siglos como el Reino. Así sea como hipótesis merecería la pena decirlo en alto alguna vez. Por pura probabilidad. No vaya a ser cierto”.

El texto de Garrocho está escrito con ironía y en el contexto de una crítica a la intelectualidad cristiana, desaparecida de los debates públicos en España. Al inicio dice que “es revelador que casi un siglo después de que Manuel Azaña certificara con solemnidad que ‘España ha dejado de ser católica’ se vuelva a vindicar, e incluso a disputar en sede parlamentaria, la milenaria sensibilidad moral del cristianismo. En el fondo no es tan extraño. Una sociedad huérfana de sentido como la nuestra tiende a procurarse nuevos ídolos cada poco tiempo y en este ejercicio de reciclaje cultual le ha tocado estas semanas, y casi por casualidad y sin posibilidad de pervivencia, a la tradición cristiana. Que no se inquiete nadie: antes de ayer fue el Che y mañana será el reiki”.

No quisiera comentar las opiniones del filósofo español porque sería ir contra la simpleza que se propone en esta columna. Pero claro, la vida enseguida te pone en pie de guerra: ¿y por qué el cristianismo debería tener otro peso del que tiene? ¿Pero de qué cristianismo hablamos? ¿El del Opus, el de los jesuitas, el de los evangélicos que ganan terreno en Latinoamérica, el de la teología de la liberación, el de las monjas de clausura o el de las devotas que ayudan en silencio en las zonas de contexto crítico?

Y entonces vuelvo al artículo de Garrocho. “En la guerra por el relato hoy concurren todas las sensibilidades matizando con suma precisión cada una de las diferencias. Hagan la lista: está la izquierda cultural, el marxismo talmúdico, la socialdemocracia, el populismo de izquierdas, el de derechas, el liberalismo erudito, el de audiolibro, los ecologistas, la izquierda de derechas, la Queer Theory, los conservadores estetizantes, la tardoadolescencia revolucionaria, el extremo centro, los del carné de un partido, los del otro carné... Y está, por supuesto, el catolicismo excesivo y de bandería. Están todos, absolutamente todos en un ejercicio de afinación sinfónica, todos menos la intelectualidad cristiana”.

Si esto es así en España, imaginen en el laico Uruguay. ¿Pero por qué es necesario explicitar esa intelectualidad cristiana? ¿No estará diluida en nuestras acciones? ¿Cuándo se da el paso de defender la moral cristiana y no ser católico? ¿Acaso no hablan en cristiano las películas de Almodóvar o los cuentos de Chéjov o las letras de La Vela Puerca y Ana Prada? Yo creo que sí, aunque defender esa postura es complicado. Y entonces ya no es posible la simpleza del pesebre, el despojo y la dignidad. Y yo me había propuesto invitarlos a quedarnos en esa esencialidad. Y fallé. Otra vez. Y aprieto los dientes. Y temo un malentendido que me obligue a abandonar la paz que siempre imagino que hubo aquella noche en Belén.