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    Entre dos fuegos

    Clever, de Federico Borgia y Guillermo Madeiro

    Comienza con un final. El del matrimonio de Clever y Jacqueline. Ahí están, en plena sentencia de divorcio. De inmediato, una impecable secuencia presentada en pocos planos: con ojos de cordero degollado, Clever (Hugo Piccinini) busca un acercamiento, una nueva oportunidad. Y queda solo y encorvado en su pálido Chevette Tiburón celeste modelo 1976, con la pintura carcomida, en la puerta de la casa de Jacqueline (Soledad Frugone). Y toca la bocina, como un niño que llora. Clever es un niño grande que seguramente de chico le dijeron que los hombres no lloran. Intertítulo: “Seis meses después”. Cambios radicales: el mismo valor de plano, ahora bañado de sol, el mismo auto, ahora completamente tuneado, como si hubiera ingerido esteroides. Y Clever, también tuneado: cabeza rapada, musculosa negra, brazos trabajados y una barba candado que le confiere un vago toque de agresividad. Toca bocina, esta vez para llevarse a Bruce (Santiago Agüero), su hijo, bautizado en honor a su idolatrado Bruce Lee, artista marcial casi omnipresente en la vida del protagonista. Instructor de sipalki, arte marcial de origen coreano reconocido por su fiereza, el hombre se esfuerza por irradiar autoconfianza, y por momentos desde su mirada se cuelan atisbos de inseguridad. “Dominamos cuerpo, mente y alma, todo al mismo tiempo”, le explica a una mujer que lleva a un niño para que “aprenda a defenderse en la calle”. Clever, que entre escena y escena toma un break para atenderse la ñata, agrega: “Acá primero se forman las personas. De premio, se aprende a pelear”. A un costado, el pequeño Bruce golpea mecánicamente una bolsa de box. El entorno de Clever se completa con Mario (Ignacio Mendy), otra divertida y melancólica muestra de cómo algunos hombres conciben el automóvil como una extensión de su cuerpo. Con Mario comparte algunas debilidades, y no puede hablar de mucho más que de lo que le va a hacer (o no) al Chevette para un encuentro de tunning que lo tiene obsesionado.

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    Si este universo de autos tuneados, pesas y licuados de huevo y banana ya es bastante peculiar, prepárense para lo que viene. El realismo delirante se ensancha cuando Clever sale en busca de “el artista”, el misterioso autor de “unos fuegos muy pro” —Clever dixit— que Bruce (“manipulador como tu madre”) vio estampados en el auto de un siniestro peludo-pelado que dice, jura, no recordar el nombre. “Se fue de la ciudad”, dice el peludo-pelado. “Se fue a Las Palmas”. Se inicia la odisea del antihéroe de musculosa y pantalón deportivo, con parada obligada para estimular el sistema nervioso central, hacia el pueblo (ficticio y muy cercano) de Las Palmas, que es como un balneario en invierno o una playa sin playa. En Las Palmas todo se llama Las Palmas. Bar Las Palmas, Panadería Las Palmas. Y la película adquiere aroma a western, con el forastero universal internándose en el corazón de las tinieblas con un único objetivo: encontrar al creador de esos fuegos maravillosos para volver a la ciudad como un campeón y, chupen giles (especialmente vos, el del Fiat verde que sale con Jacque).

    Un interrumpido desfile de personajes extravagantes y una divertida sucesión de momentos extraños o incómodos se dan antes del encuentro con Sebastián (Antonio Osta, campeón uruguayo de fisicoculturismo), el artista. Y después también. Todo el tiempo. Empezando por las ya antológicas escenas en el bar (Las Palmas), donde se consume helado de vino tinto (típico de Las Palmas), con el gigante Horacio Camandulle y su corte de pelo a lo Charoná. Sebastián, Lou Ferrigno local, es un tipo sensible, que vive con su madre (Marta Grané), que pinta cuadros de impacto y desprecia el arte de su hijo. Desde el primer encuentro, Clever y Sebastián congenian: sienten que tienen una sensibilidad especial, son complementarios. Los une el pánico patológico a la mediocridad. Por debajo corren temores, deseos, valores, conflictos no resueltos: amistad, homosexualidad, presiones sociales y familiares, que los guionistas y directores Federico Borgia y Guillermo Madeiro proyectan con imágenes jugosas y diálogos precisos.

    La música de Ismael Varela y el montaje de Juan Ignacio Fernández Hoppe completan el tuneo de Clever como bólido implacable. Piccinini, a quien recientemente se lo vio en un pequeño papel en Mr. Kaplan, y brilló en la tragicomedia mutante Welkom, trabajó en Nunchaku, de Borgia y Madeiro, película de 58 minutos con la que Clever comparte la apetencia por el humor incómodo, por los solitarios desubicados y los ambientes sumergidos en esa calma espesa en la que, como en Las Palmas, parece que en cualquier momento puede pasar lo inesperado. Y pasa.

    Clever. Uruguay, 2016. Dirección y guion: Federico Borgia y Guillermo Madeiro. Con Hugo Piccinini, Antonio Osta, Marta Grané, Horacio Camandulle, Néstor Guzzini, Soledad Frugone, Santiago Agüero, Ignacio Mendy. Duración: 83 minutos.