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    Entre marzo y julio las ollas y merenderos populares brindaron 7,9 millones de platos y un aporte equivalente a US$ 11,6 millones

    El coronavirus, entre sus múltiples y diversas consecuencias, trajo de vuelta a Uruguay algunas escenas que parecían haber quedado atrás. Ya en marzo, cuando el virus recién desembarcaba, el presidente del PIT-CNT, Fernando Pereira, reconocía que ni en sus pensamientos “más pesimistas imaginaba que volvería a atravesar una situación igual o peor que la de la crisis de 2002” (Búsqueda Nº 2.065). Lo decía sentado frente a una muralla de alimentos no perecederos prontos para ser donados.

    Desde entonces las ollas populares se multiplicaron y se volvieron parte del paisaje cotidiano de Uruguay, en Montevideo y en el interior. El regreso de este fenómeno fue estudiado por un grupo de docentes y estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Udelar) y por tres técnicos de la Asociación de Bancarios del Uruguay (AEBU). Este mes presentaron el primer informe de su “sistematización sobre ollas y merenderos populares”.

    El secretario general de AEBU, Fernando Gambera, dijo a Búsqueda que el sindicato empezó este camino organizando su propia olla popular y apoyando otras bajo el concepto del PIT-CNT, de que ante la pandemia lo urgente era la solidaridad. En el transcurso se dieron cuenta de que el fenómeno era mucho más amplio de lo que habían pensado y que era bueno que la academia lo estudiara. El informe de este mes es el primer resultado del proyecto, que seguirá estudiando el tema de cara a un 2021 con perspectivas poco claras. AEBU pretende que la información que surge del documento sea un insumo para otros actores de la sociedad que se interesen por el fenómeno.

    En la introducción del documento, al que accedió Búsqueda, los investigadores sostienen que las ollas populares son “experiencias organizativas comúnmente subestimadas e invisibilizadas”. Luego de investigar y cuantificar su trabajo durante estos meses concluyeron: “estamos frente a una respuesta comunitaria masiva y potente, de amplias dimensiones y generalizada en todo el país. Extremadamente potente si se valora que ello permitió sostener la vida de decenas de miles de personas (…) y que se realizó por medio de iniciativas autoorganizadas con escaso o nulo apoyo estatal”.

    Perfiles

    Los investigadores tomaron como punto de partida la base de datos de solidaridad.uy, una iniciativa de estudiantes y docentes de la Facultad de Ingeniería para ayudar a coordinar y fortalecer el trabajo de las ollas populares. Para el estudio se propusieron ampliarla, sobre todo en el territorio fuera de la capital, y recabar información a través de entrevistas y otras estrategias.

    El grupo de trabajo llegó a registrar 687 experiencias entre ollas populares y merenderos. Saben que tienen un subregistro y por eso estiman que no fueron menos de 700 y suponen que el número real se acerca más a las 800. De las 687 registradas entrevistaron a 433 (63%). Así llegaron a la clasificación de que el 60% funcionaba como ollas populares, 33% como ollas y merenderos y 7% como merenderos.

    En promedio, tanto las ollas como los merenderos trabajan tres días a la semana, pero en las ollas se sirven 180 porciones diarias y en los merenderos 124. En el período que va desde mediados de marzo hasta finales de julio estimaron que en total se sirvieron 5.919.000 platos en las ollas y 2.041.000 en los merenderos, lo que en total suma 7.960.000. El pico más alto de actividad se dio entre abril y mayo.

    Organizadores y donantes

    Algo que surge claro del trabajo es que el principal motor de las ollas y los merenderos son los vecinos. De las experiencias entrevistadas el 43% eran de tipo vecinal. Dentro de ese universo, un cuarto tenía su origen en comisiones de fomento barriales, mientras que el restante 75% responde a colectivos de vecinos que se crean exclusivamente para dar esa respuesta alimentaria solidaria.

    En segundo lugar, aparecen las experiencias familiares, que representan el 15% del total. Los clubes deportivos y cantinas aparecen en el tercer lugar con el 11%; en el cuarto lugar, con el 7% se ubican ollas y merenderos con años de funcionamiento previo; y en el quinto, las experiencias sindicales, que son el 5,5%. El restante 18,5% se reparte entre comercios locales, colectivos de militancia social, cooperativas de vivienda o trabajo, partidos políticos, ONG, instituciones religiosas y otros.

    Según el estudio, detrás del funcionamiento de las ollas y merenderos entrevistados hay 3.774 personas, si se extienden al total de experiencias registradas, estiman que se llega a 6.100. Un dato que destacan los investigadores es la mayor proporción de mujeres: representan el 57%. Si se toma solo los merenderos, el fenómeno se acentúa alcanzando al 68%.

    Entre los donantes de alimentos e insumos, los actores más mencionados en las entrevistas fueron los propios vecinos (80%), comercios locales (54%) y donantes particulares (47%). Entre los actores institucionales, los más mencionados son los sindicatos, que fueron nombrados como colaboradores en el 47% de las entrevistas.

    Los investigadores señalan como un aspecto llamativo el peso del Estado. El 61% de las experiencias consultadas dijo no haber recibido ningún tipo de apoyo estatal y, sobre el 39% restante, apuntan que muestra una concentración muy importante en Salto, Rocha, Colonia y Canelones, a través de las intendencias, el Mides y el Ejército.

    Otro dato que destacan es que el 38% de las personas que trabajaba en la organización de las ollas y merenderos estaban desocupadas.

    Foto: Nicolás Der Agopián / Búsqueda

    En dinero

    Los tres técnicos de AEBU que elaboraron el proyecto describieron la coyuntura en la que se desarrolló el trabajo de las ollas y merenderos. Entre los datos que pintan el panorama resumen que en el 2020 se perdieron entre 60.000 y 70.000 puestos de trabajo en Uruguay, que el poder de compra de los hogares uruguayos cayó 1,8% y entre 94.000 y 127.000 personas caerán bajo la línea de la pobreza.

    En paralelo, hicieron el ejercicio de expresar en dinero el esfuerzo de hacer funcionar las ollas y merenderos. Estimaron que cada porción en una olla tenía un costo de $ 46 y en los merenderos de $ 20. Con base en el costo por porción calcularon que en todo el período estudiado (mediados de marzo a fin de julio) el esfuerzo económico de las iniciativas implicó una suma aproximada de $ 312 millones.

    A eso le sumaron el costo económico de las horas de trabajo de los organizadores. Para eso, calcularon que cada jornada les insumía a los voluntarios cinco horas de trabajo en las ollas y tres en los merenderos. El resultado estimado es que destinaron en todo el período 1.686.409 horas, lo que equivale al esfuerzo de 800 trabajadores haciendo 40 horas semanales durante un año.

    Cada hora la multiplicaron por $ 111,5, que es el valor hora del laudo del peón general de cocina, y de esa manera concluyeron que el trabajo realizado rondó los $ 188 millones. Entre el costo de los platos y el de las horas trabajadas el monto alcanza $ 500 millones, lo que equivale a unos US$ 11,6 millones y a un 0,1% del PBI generado en el período de tiempo estudiado.