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    Es Uruguay, estúpido

    Director Periodístico de Búsqueda

    N° 1959 - 01 al 07 de Marzo de 2018

    James Carville. Nacido en Carville, una pequeña localidad en el estado de Louisiana, muy cerca del río Mississippi, denominada de esa forma en honor a su abuelo, el cartero de la zona a principios del siglo XX. Así empezó la vida de ese hombre de 73 años que suele pasar inadvertido fuera de Estados Unidos y más todavía en Uruguay, pero que bien puede ser un aporte sustancial para la próxima campaña electoral.

    El año de Carville fue 1992. Ahí protagonizó un hecho que todos repiten como si fuera una verdad revelada, pero que casi nadie asocia con su nombre. El otro protagonista de la historia fue el entonces candidato presidencial norteamericano Bill Clinton. El jefe de campaña de Clinton era Carville y su rival George H. W. Bush. Los números no le daban bien a Clinton y entonces a su principal asesor con apellido de pueblo se le ocurrió una idea de esas que logran cambiar el rumbo.

    Tomó un papel y anotó tres frases con letra grande y clara para pegar en una de las paredes principales de la sede en la que se reunía el comando de campaña con Clinton: 1) Cambio vs. más de lo mismo, 2) Es la economía, estúpido y 3) No olvidarse del sistema de salud. El candidato demócrata logró revertir la tendencia y ganó las elecciones con esos tres puntos como artillería y el segundo como arma principal.

    Así fue como desde 1992 políticos, economistas y analistas alrededor del mundo recurren a “es la economía, estúpido” para casi todo. Ingresar esas tres palabras en Google implica recorrer la actualidad política y el pasado reciente de países de todos los continentes. Se repiten las recetas, no hay mucho misterio. Pero en Uruguay, teniendo en cuenta algunos factores contemporáneos, habría que cambiar una palabrita a ese mantra tan recurrente.

    ¿Los factores? El primero es lo que ha ocurrido con el Partido Nacional durante las últimas dos décadas. La caída del Partido Colorado en las elecciones de 2004 ubicó a su rival histórico identificado con la insignia blanca como el principal desafiante del Frente Amplio. Así fue durante las últimas tres elecciones y así será para la próxima.

    Sin embargo, si se contemplan los porcentajes de votación que obtuvieron los nacionalistas en esas instancias electorales y los que le otorgan las encuestas en este —su mejor momento en años—, la obvia conclusión es que tienen un techo. El número más alto de sufragios lo lograron con la fórmula de Jorge Larrañaga y Sergio Abreu en 2004: 34,3%. Luego nunca pasaron del 31% y ahora los sondeos de opinión los ubican cerca de ese mismo guarismo. Es una excelente cantidad de adhesiones que deja al Partido Nacional cómodo en el segundo lugar, pero muy lejos del primero y sin posibilidades de acercarse.

    El segundo factor es que el Frente Amplio logra una mayor cantidad de votos a los pronosticados antes del día que se ponen las urnas sobre las mesas. Una clara evidencia de eso es lo que ocurrió en 2014, cuando todos daban por seguro que no lograría la mayoría parlamentaria hasta iniciado el conteo y la realidad se terminó esparciendo como un vaso de agua fría en la cara de los encuestadores.

    Recuerdo una charla que mantuve unos días después de ese episodio con el entonces director de Cifra, Luis Eduardo González. “Le erramos a la muestra”, se justificó. Y agregó que el “voto silencioso”, que históricamente estaba asociado con el Partido Colorado, ahora es del Frente Amplio.

    El tercer factor, y quizás el más importante, es el papel del Partido Colorado. La peor votación de la historia de los colorados fue en 2004, cuando lograron el 10,4% de las adhesiones. Luego surgió Pedro Bordaberry y alcanzaron un repunte en las elecciones siguientes, pero volvieron a caer en las de 2014. Si hay algo que nadie puede decir a Bordaberry es que no trabajó día a día para recuperar lo perdido por su colectividad.

    El problema es otro y aparece al sumar esos tres factores como un inmenso cartel luminoso en la mitad de las dunas de una playa desierta. Si los blancos tienen un techo, los colorados no logran crecer con un candidato como Bordaberry y el voto cautivo es del Frente Amplio, ¿qué es lo que está pasando? “Es el batllismo, estúpido”, diría Carville.

    Muchos de los votantes históricos del Partido Colorado, que se sienten representados por las viejas ideas batllistas, ahora le ponen el sobretodo del histórico caudillo colorado a Mujica o a Vázquez y no a Lacalle Pou o a Bordaberry. Votan al Frente Amplio en silencio, sin anunciarlo demasiado y con cierta culpa, pero lo hacen. Y son los que establecen la diferencia.

    Por eso es tan importante lo que vaya a ocurrir con el Partido Colorado en 2019. Hay varias alternativas sobre la mesa. Fernando Amado surgió como candidato con un discurso conciliador hacia el centro. Parece haber entendido el desafío, pero con él solo no alcanza.

    También dicen estar en carrera José Amorín Batlle y Tabaré Viera, pero una de las personas clave es Ernesto Talvi. “Soy progresista liberal”, contestó en una entrevista publicada por El País el domingo 25, en la que deja entrever que será candidato presidencial y recuerda el apoyo que siempre le dio Jorge Batlle. Reafirmó además su condición de viejo batllista, heredada de su padre, y hasta tuvo palabras de halagos con la figura de Mujica, aunque no con su forma de gobernar: “No tengo nada personal contra Mujica, pero sí tengo problemas con su gestión. Aprecio su sencillez y su austeridad, que me hacen acordar a mi papá, pero su manejo de las finanzas y las empresas del Estado dejaron al país en una situación muy complicada”.

    También Talvi está procurando construir ese túnel que vuelva a conectar el lago batllista, que es el que más se luce en la penillanura suavemente ondulada uruguaya, con el charco en el que desde hace 15 años chapotean los siempre y ante todo colorados. Parece claro que de su eventual éxito y el de sus correligionarios dependerá el resultado de las próximas elecciones.

    ?? Casi un déjà vu