Es el cerebro, estúpido

Es el cerebro, estúpido

La columna de Gabriel Pereyra

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Nº 2181 - 7 al 13 de Julio de 2022

Queremos mejorar el sistema educativo. Ese parece ser un objetivo bastante compartido en la sociedad. El gobierno está en línea y en esta Rendición de Cuentas la educación fue de los pocos sectores que recibió (pocos) recursos. Bien, pero ¿por dónde empezamos? Que los problemas más graves están en Secundaria ya empieza a ser un argumento vetusto porque la crisis educativa es generalizada.

¿Empezamos entonces por primer año de escuela? Podría ser. Pero ¿qué tal si primero de escuela no es el comienzo sino el final? ¿Qué tal si primero de escuela ya es tarde? ¿Qué tal si al hablar de educación y solo de educación, en el sentido de educación formal, estamos poniendo la carreta delante de los burros?

Rumania. Navidad de 1989. El dictador comunista Nicolae Ceaucescu es derrocado por una insurrección popular, juzgado sumariamente y ejecutado por la multitud.

Entre las cosas que horrorizaron al mundo estuvieron los asilos donde niños de diversas edades estaban amontonados en salas oscuras, entre materia fecal, hambrientos.

El King’s College de Londres investigó el cerebro de 67 huérfanos que pasaron entre tres y 31 meses de privaciones en uno de estos infiernos rumanos y que fueron adoptados por familias inglesas. Para comparar, también investigaron en el cerebro de unos 20 niños salidos de orfanatos británicos.

Por cada mes que habían pasado en los orfanatos rumanos, el volumen total del cerebro se les había reducido entre dos y tres centímetros cúbicos. ¡Por cada mes! Los investigadores siguieron de cerca las vidas de estos niños, ya en el seno de hogares londinenses, hasta que tuvieron 25 años. Los niños que habían estado menos de seis meses en orfanatos rumanos, no se distinguían de los salidos de asilos ingleses. Pero los que pasaron más tiempo tenían menos habilidades cognitivas y sociales, sufrían de ansiedad y depresión, con un menor cociente intelectual y mayores síntomas del trastorno por déficit atencional. Los problemas generados en sus cerebros en los primeros años de vida, los persiguieron aun en el mundo desarrollado y su sistema educativo se reveló impotente para revertir tanto daño temprano.

Para la neurociencia, el resultado era definitivo: el muro de las privaciones y del desamor había caído demasiado tarde.

Hoy los avances en las investigaciones sobre el cerebro humano, el órgano más complejo del que se tiene conocimento, son concluyentes cuando se lo vincula con la educación formal: lo que ocurre entre los 0 y los 5 años de vida es tanto y a veces más importante que los siguientes 12 años que los niños y adolescentes transcurren por dentro del sistema educativo, aunque sea este el mejor del mundo.

El término educación, más allá de los magros resultados obtenidos en las últimas décadas, aparece una y otra vez en el debate público. ¿Cuántas veces hemos oído debatir sobre primera infancia?

Es en ese momento de la vida en que las células cerebrales pueden realizar hasta 1.000 nuevas conexiones cada segundo, tres millones y medio de conexiones cada hora, velocidad que nunca más se repetirá en la vida.

Estas conexiones juegan un papel central en la capacidad de aprendizaje del niño. El sistema educativo al que luego ingresen no tiene nada que ver con esto. Como sí tiene que ver con que el niño antes de los cinco años reciba atención y caricias de su entorno, porque si no las recibe es altamente probable que estas conexiones se vean afectadas.

¿Y qué pasa si esas conexiones se ven afectadas?: se pierden neuronas; disminuye la materia gris y la sustancia blanca, la conectividad y la hipofuncionalidad neuronal; no se eliminan neuronas que deberían ser “podadas”; aparecen problemas de interacción social, de adaptación al entorno escolar y de sintomatología psiquiátrica; surgen carencias lingüísticas, negligencia emocional y se reduce la capacidad para elaborar mensajes complejos, entre otras consecuencias.

Cuando además de carencias materiales los niños son maltratados, se reduce su habilidad comunicativa, con retrasos y dificultades lingüísticas en tanto que su cociente intelectual es significativamente menor y tiene una directa relación con el tiempo y la forma en que fueron maltratados.

Por más que logremos diseñar un buen sistema educativo desde la primaria, si seguimos permitiendo que los niños uruguayos ingresen a la escuela luego de haber nacido y vivido en la pobreza sus primeros cinco años de vida, si seguimos agrediéndolos física y emocionalmente, los resultados seguirán siendo lamentables, como lo son hoy: ciudadanos con enormes problemas para incorporar lo aprendido y luego aplicarlo en su vida. Ciudadanos con escaso nivel de productividad. Un estudio realizado durante 20 años demostró que los niños pobres a los que se les aplicaron intensas políticas sociales en la primera infancia, ganaban hasta un 25% más como adultos que sus pares que no recibieron el mismo trato.

Pero además de improductivos, tendremos niños traumatizados, depresivos y con altas chances de que ingresen en el camino de la violencia.

El nobel en Economía James Heckman vinculó ya hace décadas lo que ocurre en esos cinco primeros años de vida con la seguridad pública: “La mejor política criminal es invertir en primera infancia”, dijo.

En 1993, científicos holandeses descubrieron que un gen que produce la enzima Maoa tiene relación con comportamientos violentos. Una década después, expertos neozelandeses concluyeron que cuando esto se conjuga con una infancia traumática, el riesgo aumenta.

Los genes son importantes, pero es el ambiente lo que termina de cerrar el círculo vicioso.

Los primeros años de vida rodeados de privaciones materiales y afectivas producen efectos devastadores en la corteza prefrontal del cerebro que regula las acciones complejas, la emoción y la conducta. Estudios científicos mostraron que los criminales convictos tienen una menor actividad en esta área cerebral, la que, cuando se ve afectada, interfiere con la capacidad de los niños “para planificar, evitar los riesgos y aprender de sus experiencias negativas”.

Muchos niños se convierten en adultos violentos porque fueron violentados en su infancia por adultos violentos, que fueron a su vez niños violentados, y así, en una especie de cinta de Moebieus perversa. “El maltrato infantil es un factor adverso ambiental, capaz de trastocar el proceso del neurodesarrollo y condicionar la maduración cerebral del menor, desembocando en unos déficits cognitivos persistentes incluso en la vida adulta. El perfil neuropsicológico de niños maltratados se caracteriza por problemas de atención, memoria, lenguaje, desarrollo intelectual, fracaso escolar y elevada prevalencia de trastornos internalizantes”, dice el mencionado trabajo científico.

Todo esto no tiene nada que ver con los programas educativos, ni con la formación docente, ni con Fenapes, ni con la laicidad. Si pensamos en tener adultos educados, sanos y pacíficos, cuando entran a la escuela ya puede ser tarde para lograrlo.

“Los niños son esponjas”, es una frase que se suele utilizar para graficar que chupan todo lo que reciben. Sin embargo, a la luz de los resultados educativos, de una sociedad cada vez más violenta y una niñez poco cuidada, la frase bien puede tener otro sentido, y es que al fin de cuentas parece que con ellos, las esponjas, nos lavamos las manos.