N° 2048 - 28 de Noviembre al 04 de Diciembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLas horas que se avecinan demandan de un estadista, no solo de un político. Se dice que “un estadista piensa en las próximas generaciones, mientras el político piensa en las próximas elecciones”. Uruguay precisa de un verdadero líder. Alguien que nos ofrezca “sangre, sudor y lágrimas” y no un camino edulcorado hacia lo políticamente correcto. El 1º de marzo de 2020 no debe haber ni baile ni globitos de colores. Si no, consulten a Macri.
El Uruguay está claramente dividido en dos. De un lado, los que creen que Cuba y Venezuela son democracias; que el Estado sustituye a la iniciativa privada; que el individuo es solo un mero engranaje al servicio del colectivo o que “lo político está por encima de lo jurídico”. Están quienes creen en el Estado de derecho y quienes defienden el derecho omnipotente del Estado.
Tal brecha social no es solo política sino filosófica. Hay quienes basan su vida personal, social y laboral en ciertas premisas y valores que sistemáticamente conducen al fracaso: creer que la riqueza existe y solo basta con repartirla; que es moralmente justo vivir del esfuerzo ajeno pero casi un pecado gozar del propio; quienes ven en la meritocracia un justo diferenciador de talentos y virtudes vs. los que apuestan a la igualdad a fórceps. Están los que creen en la lucha de clases y los que creen en los intercambios libres y voluntarios de valor por valor y no valor por necesidad. En resumen: saqueadores vs. emprendedores.
Los individuos, familias, empresas y países más prósperos suelen tener creencias, hábitos y visiones del mundo muy diferentes a las de los países y sociedades pobres. Creen en sí mismos, en sus capacidades presentes y futuras. Si bien aceptan recibir apoyos circunstanciales en el zigzagueante camino de la vida, no gustan vivir de la dádiva del Estado ni de la limosna ajena. Creen que la competencia los hace mejores y más fuertes y no gustan de “cazar en el zoológico” con mercados regulados y protegidos. Creen que cada individuo es único, que debe buscar su propia felicidad y que ni el Estado, ni un sindicato o corporación, puede estar por encima, tomando o limitando sus decisiones.
La batalla a dar ahora es la batalla por las ideas, y no será una blitzkrieg (guerra relámpago) sino una Cruzada, que tomará varios años. Habrá que armarse de argumentos, de datos sólidos, de coraje y de paciencia, porque, como decía Albert Einstein: “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.
Un estadista debería sacarnos de la encerrona del Mercosur y firmar acuerdos de libre comercio con países prósperos. Deberá tomar medidas amargas, pero absolutamente necesarias, como reducir el déficit fiscal, empezar a bajar la deuda externa, achicar el Estado y liberar las regulaciones laborales, bajando impuestos para que haya más inversión y empleo genuino.
Debería terminar con el corralito mutual, la obligatoriedad de la inclusión financiera y derogar la ley de medios, porque todo esto atenta contra la libertad individual.
Las familias deberían poder elegir libremente dónde educar a sus hijos, implementando un sistema de vouchers y terminar con el “programa oficial” de formación monolítica. Ancap y Antel deberán dejar sus monopolios y los jerarcas de la cosa pública ser seleccionados por profesionales independientes (como en Nueva Zelanda), siendo evaluados por su desempeño. Y habrá que subir no menos de 40 lugares en el ranking Doing Business del Banco Mundial, para facilitarles la vida a los jóvenes (y no tan jóvenes) emprendedores.
Será una tarea ciclópea y, a su vez, irrenunciable.
Parafraseando a Ortega y Gasset: “Uruguayos: ¡a las cosas! ¡A las cosas!”.
Por todo esto y mucho más, es hora para un estadista. Y es ahora.