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    Estado de bienestar

    Nº 2163 - 24 de Febrero al 2 de Marzo de 2022

    Cuando lo dijo se hizo un silencio incómodo. Hacía rato que venía discurriendo la polémica: que la LUC, que el referéndum, que la oposición está más fuerte, que el gobierno está salvando con nota, que la coalición multicolor pende de un hilo, que el Frente Amplio está polarizado… En medio de ese ida y vuelta uno de los comensales, sin gritar ni enfrentar a nadie, dijo serenamente: Luis Lacalle Pou sostiene el Estado de bienestar. Silencio. Ninguno de los presentes sabía cómo seguir la conversación. Quien dijo la sentencia era de los más jóvenes del encuentro, y se dio cuenta rápido de que había algo vidrioso en la expresión.

    Para los oficialistas era un término incómodo. Probablemente todos callaron porque asociaron el concepto al batllismo, al paternalismo, a la burocracia y al asistencialismo. Entonces no supieron asentir, pero tampoco disentir con el joven colega. Para los de la oposición, la incomodidad fue aún mayor: suponer que Lacalle Pou representa el Estado de bienestar implica decir que cree en la justicia social, en disminuir las desigualdades económicas, en darles herramientas a las personas menos favorecidas para que se forjen un futuro… Es impensable para alguien afín al Frente Amplio entregar ese capital simbólico a esta administración.

    Lo interesante es que esta doble incomodidad surgió entre personas mayores a 55 años. Hay una brecha generacional que parte aguas con la noción de Estado de bienestar. Para algunos es sinónimo de malgasto público y para otros es sinónimo de progreso social. El meollo del asunto es que ambas ideas son per se equivocadas, o, dicho al revés, podés pasarte la vida defendiendo y encontrando argumentos para defender cualquiera de las dos posturas.

    Lo sugestivo del liderazgo de Lacalle Pou como presidente es que trascendió esa dicotomía. Directamente cree en las dos cosas; hay que ser eficientes en el gasto público y defender que el Estado es una herramienta de justicia social y desarrollo económico. Es una postura que incomoda a propios y extraños, pero al mismo tiempo explica el alto índice de aprobación popular que tiene.

    Clásico ejemplo: la pandemia. ¿Qué hace la oposición? Recalcar que los logros del gobierno son debidos a una base institucional de izquierda sobre la que pudo montarse el manejo de la crisis. ¿Es cierto? Sí. Pero también es cierto que ellos estaban convencidos de que Lacalle Pou venía a destruirlo y no a potenciarlo. Esa idea es la que más les cuesta digerir, ni siquiera osan dudar, porque creen que no pueden perder ese patrimonio social que el nuevo gobierno venía a romper. Que no lo rompió lo ven, pero no lo quieren reconocer como un logro. Y lo es, para el gobierno en particular y para la democracia en general.

    Toda la histórica institucionalidad que el Estado uruguayo tiene en clave de Estado de bienestar ha permanecido, a grandes rasgos, intacta en este gobierno. Habrá algún estudioso que se escandalizará y buscará mostrar que esto no es cierto. Diría que bajó el porcentaje “tal”, del índice “cual”, del inciso “Y” de la lucha “X” para el colectivo “Z”. Menudencias, piruetas argumentales para seguir manteniendo las mismas ideas y no reconocer la novedad.

    Del otro lado, hay una porción de la población, que apoyó a la coalición multicolor, que también está incómoda con el manejo del presidente del Estado de bienestar. Algunos añoran un Estado “juez y gendarme”, que no se meta, que solo deje hacer a los empresarios, innovadores y propulsores de la economía. A ellos, la idea de que Lacalle Pou llegara con una motosierra bajo el brazo les parecía una maravilla: entrar a desmantelar el Estado, empezando por el Mides y toda asistencia social. Las partidas extrapresupuestales que aprobó el Ministerio de Economía para la primera infancia les deben parecer un despropósito. Intuyo que cada vez tienen menos esperanza de que este presidente empiece a desmontar servicios públicos. Y eso no les gusta nada.

    El Estado de bienestar es el centro neurálgico de la identidad política uruguaya. Si a Lacalle Pou lo aprueba un 50% de la población es porque consideran que lo está llevando adelante, le pese a quien le pese y por las razones que sea que le pesen. La cuestión histórica fundamental es que su posición es una síntesis novedosa. No lo defiende por considerarse un heredero del progresismo social ni lo defiende a pesar de querer demolerlo desde un neoliberalismo escondido. No. Lo respalda porque considera perimida la discusión anterior.

    A escala popular esto se percibe mucho más claramente que en la discusión de la clase política. ¿Por qué? Porque a los llamados de derecha les sigue costando asumir los serios problemas que genera el liberalismo, tanto en lo económico como en lo social, y los llamados de izquierda no logran reconocer que el Estado ha fallado reiteradas veces en solucionar los problemas sociales que dice resolver. ¿Cómo se sale de este embrollo? Asumiendo ambas verdades. Lacalle Pou está intentando hacerlo. Cree en las virtudes cívicas, cree en el espacio público como facilitador de oportunidades, cree que hay desafíos acuciantes para poblaciones marginadas, cree que hay que sostener el sistema capitalista y cree que hay que mantener un Estado robusto en lo social, regulando sus gastos.

    Estas convicciones no aseguran un buen gobierno y para eso se vota cada cinco años. De lo que se trata no es de evaluarlo, sino de entender que coloca la discusión en términos nuevos, que son más estimulantes y desafiantes. Los otros tópicos son inconducentes y caldo de cultivo del odio. Tienen un error clave, pues te hacen optar por falsas oposiciones: o a favor de la familia o a favor de la agenda de derechos, o a favor del individuo o favor del colectivo, o a favor del Estado o favor del mercado; o a favor de la LUC o en contra de la LUC; o a favor de mi partido o contra mi partido. Lo cierto es que hay una cantidad de personas que asumen ambas sentencias y no las ven como antagónicas. Conclusión: la discusión política sigue montada sobre dicotomías que mucha gente no tiene o las abandonó.

    La manera de pensar del presidente Lacalle Pou es una novedad para todo el sistema político. Por eso la frase en el asado fue incómoda. Porque puso sobre la mesa el desafío de sintetizar conceptos y darles nuevo vuelo. Cuando uno de los veteranos le preguntó sorprendido al joven si alguna vez le había dicho al presidente eso de que defendía el Estado de bienestar, le respondió que no. “Menos mal”, dijo otro, no creo que sea una buena estrategia ahora. Que siga con lo de la libertad responsable, acotó mientras el amigo de la oposición sonreía, como si con eso se probara que lo del Estado de bienestar de este gobierno fue un desliz propio de los asados veraniegos.

    En ese momento, me di cuenta de que habíamos sorteado la incomodidad y volvíamos a los temas fáciles. Esos que cuesten menos trabajo y no hacen dialogar las bases históricas del Uruguay con su proyección estratégica al futuro.