Estamos en problemas

Estamos en problemas

La columna de Gabriel Pereyra

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Nº 2130 - 7 al 13 de Julio de 2021

En Uruguay hay policías que estuvieron décadas abocados al combate al narcotráfico, que operaron con y desde el corazón mismo de la DEA (agencia antinarcóticos de EE.UU.), que investigaron y conocen los principales cárteles que envían cocaína a Europa vía Montevideo, que tienen archivos completos con nombres, pelos y señales de los principales narcotraficantes locales, los que integran bandas en la periferia y también los que no han sido tocados por nadie aún porque son demasiado astutos y poderosos. Si me guío por lo que estos policías me dicen acerca de cómo está planteada hoy la lucha contra el narco en Uruguay, diría que estamos en un problema.

Lo estábamos desde que el gobierno hizo la mayor purga que se recuerde en la Policía y removió de sus cargos, sin una transición, a agentes que llevaban 25 años recopilando experiencia en la lucha antinarcóticos. Posiblemente, lo ocurrido días atrás con una partida de 1.000 kilos de cocaína que pasaron por Montevideo y siguieron hacia España haya exteriorizado una parte de ese problema.

Luego de que España detuvo ese cargamento, en una extraña conferencia de prensa encabezada no por el titular de Interior, sino por la ministra de Economía, el gobierno admitió que la cocaína había pasado por el puerto de Montevideo. Lo que no dijo fue que no se trataba de un caso como le ocurrió varias veces al gobierno pasado, que no se enteró de que la droga había pasado. Aquí la Policía, luego de recibir un dato de la DEA, fracasó en detener el alijo, en un operativo aún más extraño, en el que varios móviles policiales persiguieron sin éxito a un camión cisterna en donde presumiblemente viajaba la cocaína.

En declaraciones al programa radial Así nos va, Eric Geelan, subjefe de misión interino de la Embajada de Estados Unidos en Montevideo, negó que hubiese enojo en la DEA por lo ocurrido y dijo que no será de un día para el otro que la agencia antidrogas vuelva a instalar una oficina aquí.

En primer lugar, como buen diplomático, lo que dijo Geelan no es del todo falso, pero tampoco es del todo correcto. No lo imagino metiéndose en los estados de ánimo de otra agencia de inteligencia de su país (porque la Cancillería también lo es) y menos diciendo: “Sí, estamos muy molestos porque ya que no confiamos en la Aduana, parece que ahora tampoco podremos confiar en la Policía”.

Los que son menos diplomáticos en algunos casos como estos son los agentes de la DEA con peso en el organismo, como Jhony Grecco, que tras pasar por Montevideo cuando la oficina estaba aquí dijo que la Aduana era un antro de corrupción. O como Abel Reynoso, otro jefe regional de la DEA, quien en 1999 dijo que a través de sociedades anónimas en Uruguay se lavaba abundante dinero del narco y advirtió, 1999, que los grandes cárteles ya operaban en el país.

La oficina de la DEA estuvo instalada aquí hasta hace dos años porque la ya legendaria agencia antidrogas estaba más que molesta con los argentinos, a quienes les habían avisado que varias partidas de droga iban a pasar por Buenos Aires y les pidieron que la dejaran seguir viaje porque de esa manera podían golpear en Europa a toda la organización criminal. Y los argentinos la detuvieron y se quedaron con los créditos. En 2006 la DEA llevó 190 kilos de cocaína a Buenos Aires esperando hacerle una cama a un grupo de narcos, resultado: la cama se la hicieron a la DEA cuando Gendarmería “perdió” la cocaína. Luego la DEA regresó a Buenos Aires porque el gobierno argentino era otro, por razones de presupuesto y porque esa plaza es más importante que la uruguaya. Fue por eso y no como dijo en su momento el extinto ministro Jorge Larrañaga que la DEA “no recibía las respuestas que la institución requería en Uruguay”.

A diferencia de lo que Larrañaga daba a entender, la DEA tenía una confianza ciega en Uruguay y, sobre todo, en el también extinto ex director nacional de Policía y exjefe antidrogas Julio Guarteche.

En más de una ocasión, la DEA invitó a Guarteche y a varios de sus subalternos a visitar una de las oficinas más delicadas y secretas, la que maneja las operaciones encubiertas. Allí se monitorea el accionar de agentes estadounidenses infiltrados en grupos criminales, cuya vida depende del secreto. Y a Guarteche y su gente le abrieron las puertas.

La DEA le salvó la vida a Guarteche cuando uno de esos agentes encubiertos anunció que un narco pensaba atentar contra el policía. La DEA le ofreció matar al narco, a lo que Guarteche se negó. Cuando estaba enfermo del cáncer que finalmente lo mató, Guarteche recibía visitas de oficiales de la DEA que le traían medicamentos que se comercializaban en EE.UU.

Los periodistas sabemos bien qué es lo que pasa cuando, por ejemplo, un periodista cubre por años la actividad del presidente de la República, se gana su confianza, y este le habla sabiendo que no va a revelar su fuente, que es confiable, y un día, por las razones que sea, ese periodista se va y hay que poner a uno nuevo. Debe empezar de cero a ganar su confianza. E imaginen lo que pasaría si en ese proceso de ganarse la confianza el nuevo periodista patina y sin querer, o no, da una información que el presidente le había dicho que no era para publicar.

Bueno, a la Policía antinarcóticos le pasa eso. Tras la purga de sus principales figuras, como si se tratara de políticos (algo que no habían hecho Julio Sanguinetti, ni Jorge Batlle ni Tabaré Vázquez, que mantuvieron una continuidad en esa delicada repartición), en la Brigada de Drogas quedaron nuevos oficiales, con los contactos funcionado, sí, como dijo el diplomático Geelan en la entrevista radial, pero sin la confianza personal que suele rendir los mejores frutos. Y para peor, en una de las primeas acciones con información que la DEA proporcionó, todo terminó en un desmelenado operativo que aún se investiga.

Estamos en un problema. Porque si bien Uruguay no es país de consumo, el poco o mucho consumo que hay es suficiente para que el tráfico le haya dado un cada vez más creciente poder a los grupos criminales que funcionan en la periferia. Estos grupos son responsables nada menos que de la mitad de los homicidios que se cometen en el país. Y han incursionado, imitando a los cárteles mexicanos, en la tortura (muchas veces grabada en video para intimidar a sus enemigos) y las desapariciones. Y liquidarlos es casi imposible por varias razones: si un capo cae abatido, otro toma su lugar; si caen presos, hacen de la cárcel su base de operaciones; y el delito al que se dedican está alimentado por una legión de consumidores que no asumen su papel en este sangriento negocio.

El tema de las relaciones con la DEA no es el único componente del problema. En momentos que llueven denuncias de irregularidades por parte de uniformados, existen sospechas de si en el caso de la cocaína que terminó en España estuvo presente la corrupción policial. Ningún delito como el narcotráfico alimenta el fenómeno de la corrupción.

Al menos un jerarca de la Brigada Antidrogas tiene en su contra varias denuncias de irregularidades.

¿Qué hay del resto?

¿Quién es hoy el hombre que lidera a la Policía y pregona y actúa con firmeza contra la corrupción?

¿Quién está dispuesto a comprarse problemas como el que se compró Guarteche la vez que al finalizar una reunión con comisarios les pidió que orinaran un frasco para analizar si consumían drogas? ¿Quién sabe hoy el nombre del director nacional de Policía, el número uno entre todos los uniformados?

¿Quién, desde dentro de la institución, les dice a sus subordinados que “la corrupción es una tragedia personal, una vergüenza familiar y un golpe a la confianza institucional, todo a la vez”?

No se trata de que vaya a haber un salvador que solucione todo. Pero si entre todos quienes custodian la seguridad no aparece una voz clara de mando, si no hay ejemplos, referentes, entonces queda todo en manos de un ministro del Interior que no puede ni debe estar en los detalles, que es donde viven los demonios. El ministro necesita hombres de su confianza y no herencias intocables de un antecesor que tenía su estilo y sus compromisos. Más aún cuando ese ministro proviene de otro palo que no es el de la seguridad y al que no hay que responsabilizar de todo lo que ocurre como en el pasado hizo el actual oficialismo. Si en vez de gastar energías en pedir la renuncia del ministro la otrora oposición se hubiese preparado para la difícil labor que le iba a caer entre manos, quizás hoy no estaríamos en este tembladeral, en este accionar errático en el que en medio del incendio se tira agua con un dedal queriendo hurgar en los archivos de los clubes canábicos, como si ese fuera el tema. La inseguridad es siempre un problema. Pero cuando hay un gobierno que no puede meter en caja a la Policía, entonces tenemos un problema dentro del problema, en un paquete atado con mil dificultades.