Nº 2107 - 21 al 27 de Enero de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl tipo tiene un rostro excesivamente serio, de sufrimiento y angustia. Todos los planos responden a ese tono, a esa orden y ese significado: son secos, cortantes, tajantes, como si alguien los hubiese limpiado de cualquier floritura. Su esposa sufrió un accidente y está en coma. Y él debe seguir con su trabajo de abogado y atender a su hijo, además de ir a visitar a la comatosa al hospital y hablarle resignadamente. Su secretaria se apiada de la situación. El encargado de la tintorería le pregunta por la salud de su mujer y lo alienta a tener esperanzas. Las cosas mejorarán, ya verá. Una vecina le acerca un pastel en un intento de endulzarle un poco la vida. Pobre hombre, cómo sufre. Y con un hijo a cargo. Un día lo llaman del hospital para que se presente con urgencia. Un día radiante, como todos los días en ese apartamento con una imponente vista al mar. Allá va corriendo, con pantalones cortos y chancletas, porque en ese momento estaba en un club practicando deportes. Llega a la sala donde está su esposa. Lo vemos de espaldas, rígido, frente a la cama. Suena el Requiem de Mozart. Es apenas el comienzo.
La película se llama Pity (Oiktos, 2018, en Mubi) y está escrita y dirigida por el griego Babis Makridis. Es su segundo largometraje. En el primero, L (2012), ya había anunciado que venía con rarezas y propuestas inquietantes. Como decía Obelix de los romanos: Estos griegos están majaretas. L trata de un automovilista que está en guerra con los motociclistas. Vive dentro del auto. Allí duerme y come, literalmente. Hasta le festejan un cumpleaños. En cierto momento los motociclistas lo convencen y se pasa a su bando: ya no es más un automovilista, ahora se pone el casco y conduce predicando el cambio ideológico a quien quiera escucharlo. Una película rarísima. Tiene algo de Crash, pero más desértica y austera, lo que la vuelve más delirante.
Volvamos a Pity. Toda la angustia de este hombre del que nos apiadamos —y al que también detestamos— deja al descubierto un sutil, vertiginoso y negrísimo sentido del humor. En el fondo predomina una máscara rígida de comedia, deudora del cine absurdo de Yorgos Lanthimos, y particularmente de su habitual guionista Efthymis Filippou, también coautor del guion de Pity. Quizá sea ese paso de malabarismo en las alturas: a veces las cosas en serio, llevadas al extremo de la seriedad, de lo alarmante y tremendamente serio terminan siendo la llave que abre la puerta de la ridiculez y la catarsis. Es cierto: no te reís facialmente, es más bien una risa cerebral.