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    Eventum

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2250 - 9 al 15 de Noviembre de 2023

    Se tomó en serio Lucrecio el consejo de Epicuro en su famosa Carta, donde afirma que la tranquilidad y la sabiduría no se encontraban en los asuntos económicos y políticos ni en las multitudes o el bullicio de las grandes urbes, sino en la apacible vida del campo, rodeados de amigos y libros. Así debía discurrir la vida sin otros horizontes, sin otras preocupaciones. Estimaba que no había razón para abrigar aprensiones o temores porque después de todo vivir es una instancia única que debe ser aprovechada de la manera más provechosa para la mejor parte de la existencia, que es el registro de cada presente y poca cosa más.

    Consideraba no el amor, no la luz, no el sueño acariciado y la bendición, sino el azar como inicio y por lo tanto fin silencioso de la vida. Fue creando una suerte de palacio donde esconder los afectos y soterrar el testimonio de lo trascendente, de aquello que viene desde lo alto y nos confiere un lugar en la creación. Consecuente con el filósofo griego, al que admira y rinde continua pleitesía, reduce todo a la expresión presente y material. Admite así que el principio de la vida es un eventum, un producto ideal superfluo o un aspecto incidental implicado en el equilibrio de la materia, es decir, algo que provisoriamente ocurre. En esa ocurrencia que es el vivir se da la conciencia y la sensibilidad del sujeto. La inevitable llegada de la muerte es la aniquilación de esa conciencia y esa sensibilidad. Tal extremo lo explica no sin belleza pero bien lejos del fuego, que es el vivir con un sentido de eternidad: “Tampoco ahora en nada nos importa lo que anteriormente fuimos, y ninguna opresión de nuestro ser anterior nos afecta. Pues si miras la inmensidad de todo tiempo pasado, y cuán varios son los movimientos de la materia, fácilmente podrás creer que estos mismos elementos, con los que ahora contamos, en el pasado estuvieron muchas veces colocados en el mismo orden que están ahora. Sin embargo, esto no recuerda la mente, porque ha mediado una pausa en nuestra vida, y de una parte a otra todos los movimientos se extraviaron desordenadamente, alejándose de los sentidos. Pues, si alguien está obligado en el futuro al sufrimiento y al dolor, en ese tiempo también debe existir él mismo, para que de esta manera el mal pueda alcanzarlo. Como la muerte impide esto, e ‘impide existir’ a quien pueda conciliar los infortunios, queda manifiesto que nada debemos temer en la muerte, ni puede ser desdichado aquel que no existe, y en nada difiere que uno haya en algún tiempo nacido, cuando la muerte inmortal le robó la vida mortal”.

    Ello implica, pues, asumir con serenidad el vivir, despojándose del temor a la muerte, por cuanto por el simple acto de morir cesamos de vivir. Aunque sus razones le parecen evidentes, el poeta observa que en la generalidad de los hombres hay zozobras y caídas que muestran lo que entiende es un temor injustificado.

    Para Lucrecio esa ignorancia respecto de lo que significa morir es fuente de confusiones y desdichas. Y debería erradicarse: “En muchas ocasiones los hombres manifiestan que la enfermedad y la deshonra son más temibles que el tartáreo infierno de la muerte, y que saben ellos que la naturaleza del alma está compuesta de sangre, o también de viento si así lo desean decir, y que en nada necesitan de nuestra doctrina, en todo ello hay más deseo de alabanza que convencimiento real. Lo siguiente te lo demostrará: estos mismos si son desterrados de su patria, proscriptos de la vista de los hombres, señalados con infame delito, en suma, rodeados por todas las miserias, pese a todo, viven, y a donde su desdicha los lleve tributan honras fúnebres, sacrifican negras ovejas y ofrecen exequias a los dioses Manes; cuantas más circunstancias dolorosas, con más rigor aplican su ánimo a la religión. Por esta razón, en momentos de vacilaciones y peligros es cuando más conviene juzgar a los hombres, por las circunstancias adversas conocemos la real esencia del hombre, solo entonces son verdaderas las voces que emanan del hondo pecho, se arranca la máscara y queda la realidad”.

    Maravilla cómo hace para excluir la tristeza o la alegría perdurable del corazón para determinar arbitrariamente que en el pecho del hombre no hay espacio para ver más lejos de su momentáneo flujo material.