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    Exceso de soberbia

    N° 1966 - 26 de Abril al 02 de Mayo de 2018

    , regenerado3

    Otra vez la cara de sorpresa fue la respuesta del prosecretario de la Presidencia, Juan Andrés Roballo, a los cronistas que en la mañana del martes 24 lo consultaron sobre quién pagó al periodista Fernando Vilar como vocero de la Presidencia de la República en la cadena nacional para responder a los reclamos del grupo Un Solo Uruguay. Sorpresa porque no entiende la relevancia de ese episodio y lo evalúa como una cuestión “adjetiva o lateral”. Sorpresa porque no le parece un tema digno de los medios de comunicación y del debate público. Sorpresa que dice que lo hace sentirse “desilusionado”, aunque no queda del todo claro con quién.

    La verdadera sorpresa es nuestra. Sorprende realmente tener que explicar por qué es importante saber cómo la Presidencia de la República paga los servicios profesionales que solicita. Y no es un tema para nada menor. Todo lo contrario. El rendir cuentas a la población de los actos de gobierno, más aún los que implican los recursos de todos por más que se diga que el pago no lo hizo el Estado, es lo que distingue una democracia plena de una fallida.

    No es la primera vez que el actual Poder Ejecutivo adopta una postura oscurantista con respecto a su accionar o que elige los caminos más entreverados para llevar adelante su comunicación. Son varios los antecedentes que cubren de niebla la Torre Ejecutiva y sus oficinas destinadas a difundir la información de interés público.

    Hace unos meses, obviamente con la anuencia del presidente Tabaré Vázquez, la página web oficial de la Presidencia de la República divulgó los antecedentes de no pago de un colono que había tenido una discusión pública con el mandatario. Resolvió retirarlo solo cuando así se lo solicitara la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo. Semanas estuvo a disposición de todos los que quisieran verlo.

    “Es información que ya era pública”, justificaron los responsables de la página. Como si todo lo que circula en forma extraoficial o en las tan populares redes sociales pudiera ser un arma para que la principal institución del Estado desprestigie a un opositor al gobierno. Una pésima señal por donde se la mire.

    Después vino lo de Vilar. No parece tener mucho vínculo un episodio con el otro pero sí lo tienen y en un aspecto central. Además de ser los dos consecuencia de malas decisiones de comunicación, cuentan con un factor común que es el que está quedando cada vez más en evidencia día tras día y que nos preocupa como ciudadanos: la soberbia que muestran desde el poder.

    Decidir contratar a un periodista para realizar una cadena de la Presidencia de la República, pagarle una suma de dinero a través de mecanismos privados poco claros y después negarse a informar cuánto se le pagó y cómo o, lo que es peor, mentir, es una clara señal de soberbia.

    Utilizar la estructura del Estado, más precisamente de la Presidencia, para señalar con el dedo acusador y hacer público el legajo de un opositor también es una preocupante señal de soberbia y más soberbio todavía es intentar justificarlo de la forma que se hizo.

    También es soberbio desacreditar a la crítica y atribuir toda discrepancia a una campaña política orquestada por la derecha. Cuando la Iglesia católica decide cuestionar algunos aspectos de las políticas sociales instrumentadas por el gobierno lo hace porque entiende que hay cosas que no se están haciendo bien y pueden mejorar y no porque busca incidir en la próxima elección.

    Cuando un grupo de productores rurales reclaman ser más tenidos en cuenta y muestran algunas deficiencias económicas es mucho más probable que estén pensando en cómo hacer subsistir su negocio que en quién será el próximo presidente.

    Cuando dirigentes del oficialismo resuelven denunciar una serie de actos irregulares cometidos por gobernantes de su mismo partido político es porque sienten que esa es la forma de corregir los desvíos y no porque estén trabajando para cambiar el signo político del Poder Ejecutivo.

    Contestar a todo eso con confabulaciones organizadas en los más oscuros rincones de la plaza pública es una muy mala señal. Deja la impresión de que los que tienen a cargo el mando por un quinquenio se sienten demasiado cercanos a la verdad, en actitud mesiánica. Eso es de una soberbia muy peligrosa. Como para tener cuidado.

    ?? Un espectáculo lamentable