Nº 2239 - 24 al 30 de Agosto de 2023
, regenerado3Nº 2239 - 24 al 30 de Agosto de 2023
, regenerado3Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHay libros, series y películas, documentales, notas y entrevistas sobre sus escándalos, juicios y fraudes. No hay duda, las vidas de los falsificadores de arte nos fascinan, quizá porque despiertan en nosotros sensaciones contradictorias: un inestable equilibrio entre la admiración por el talento, la osadía del riesgo y la dulce venganza de la impostura. Al fin de cuentas, el falsificador es el que se atreve a engañar a los que dicen que son los que saben. Nada más humano que el gozo de observar el desquite del talentoso sin escrúpulos sobre el soberbio intelectual. Sin olvidar la morbosa sensación de ver al millonario engañado en sus pretensiosas ínfulas de sofisticación.
La ecuación parece ser perfecta, salvo para lo que realmente importa: el arte y los artistas. Me pasa cada vez que veo un cuadro del gran pintor francés del siglo XIX, Jean Baptiste Camille Corot, porque no puedo dejar de pensar en la vieja anécdota que dice que Corot pintó 3.000 cuadros pero que 5.000 están en colecciones americanas.
¿Acaso usted nunca se preguntó si realmente lo que está viendo en un museo es lo que el cartelito dice que es? ¿Nunca se preguntó si será de verdad ese Botticelli que vio? ¿Será un Rothko o un Picasso lo que estoy viendo? Todas preguntas legítimas; sabido es que los museos tienen en sus colecciones un alto porcentaje de obras falsas. Claro que el punto está en que no tienen ánimo de engaño, simplemente asumen la realidad de que las falsificaciones han estado desde siempre a la orden del día y no es tarea fácil separar la paja del trigo.
En estas lides, los conceptos de certeza y falsedad tienen fronteras porosas y se entrelazan a manera de realidades simultáneas. Lo que hoy es quizás mañana ya no lo será, y en este aspecto el viraje de timón de los museos parece poner rumbo hacia la sinceridad. En estos momentos el Courtauld Institute of Art de Londres tiene en cartel la exposición Arte y artificio: los falsos en la Colección Courtauld, una muestra en la que exhibe obras de su acervo que fueron expuestas como originales pero que hoy ya no lo son. Es el caso de la Madonna del velo (1445), antes atribuida a Sandro Botticcelli y que fuera donada al museo en 1947 por el coleccionista y filántropo Arthur Hamilton Lee, vizconde de Farehar, una obra celebrada por especialistas y convertida en una de las “estrellas” de la prestigiosa institución, pero que resultó ser un sofisticadísimo falso. Había sido creada en 1920 por Umberto Giunti (1886-1970), un profesor de arte sienés que supo reunir con habilidad y destreza distintos originales de Botticelli para crear una bella Madonna que jamás existió. Lo delató un solo error: el azul Prusia de grano grueso, característica química del pigmento que recién comenzó a utilizarse en el siglo XVIII.
En la misma línea, el Museo de Arte de Girona vivió un traumático episodio en 2016 cuando salieron a subasta seis tablas renacentistas del Maestro catalán Pere Mates (c. 1490-1558), dos de las cuales eran idénticas a otras dos que el museo había comprado en 2010. En su momento, todo parecía estar en orden, desde la documentación a las características técnicas, morfológicas y estilísticas de las obras, pero tras los estudios resultó ser que las compradas por el museo eran calcos de las originales.
Es que esta gente se las trae a la hora de poner sus bagajes culturales al servicio de la osadía y el fraude. Pongamos algunos ejemplos. Elmyr de Hory nació en Budapest en 1906; tras fracasar como pintor en París, emigró a Estados Unidos y consiguió introducir centenares de Modiglianis y Picassos en el mercado, presentándose como un aristócrata marchand húngaro (se suicidó en Ibiza en 1976 antes de ser extraditado a Francia). John Myatt (1945) era un talentoso profesor de inglés que se ganaba la vida haciendo virtuosas copias de originales, un día cruzó los límites y se convirtió en uno de los falsificadores más peligrosos del siglo XX. Fue condenado en 1999, cumplió sentencia y hoy es asesor de Scotalnd Yard y vende lo que él llama “falsificaciones genuinas”.
No obstante, hay otros que van más allá en sus audacias; es el caso del alemán Wolfgang Beltracchi (1951) y su esposa Helene, cuyas atrevidas estrategias les reportaron una vida de ensueño durante más de 35 años de fraudes. Con meticulosidad histórica falsificaban cartas, documentos y fotografías de época en las que se veían las obras colgadas en bellos palacios de Viena y Berlín y a Helene posando con su colección cual elegante dama de vanguardia. Los atraparon en 2008, fueron a la cárcel y perdieron toda su fortuna en multas e indemnizaciones. Su historia se cuenta en el documental Beltracchi: The Art of Forgery (2014), dirigido por Arne Birkenstock.
Otras películas y series sobre falsificación en el arte: Fraude (F for Fake, 1973) de Orson Welles; Fame in the Frame, serie conducida por John Myatt (2011-2015); Fake or Fortune, Fiona Bruce y Philip Mould, serie de BBC (2011-2022); Mi obra maestra (2018), Gastón Duprat; Made You Look: una historia real de arte falsificado (2020), Barry Avrich.
Ya sea por la humillada arrogancia de los engañados o la vanidad, codicia y talento de los que engañan, los fraudes artísticos activan en nosotros oscuros mecanismos sicológicos y, aunque pongan en cuestión ideas primordiales como la verdad y la certeza, el arte de engañar tiene tanto de engaño como de arte. Y con eso basta para que nos fascine.